Prefacio
Domenico Conte observó con semblante serio al hombre sentado frente a él, lo estudio por un breve momento para luego esbozar una ligera sonrisa.
—Me hiciste volar desde España, para decirme esto, ¿estás bromeando? —preguntó con tal calma, que el hombre frunció el ceño.
—Déjate de juegos, Domenico —le advirtió el hombre vestido tan elegante, como si fuese a asistir a un funeral.
—No estoy jugando, padre —aseguró tomando la copa de whisky entre sus dedos y bebiendo un sorbo sin que la mano le temblara. Como si no estuviese hablando con el jefe de la mafia.
—Tus asuntos en España, parecen haberte dejado mal —pronunció Alessio poniéndose de pie con la elegancia de una pantera.
—No tenías ganas de verte —respondió con frialdad—, y mis asuntos fuera de Italia no deben importarte.
—No debería importarme, si no hubiese cometido la imprudencia de secuestrar a una ciudadana española —señaló.
El cuerpo de Dominico se tensó en el acto, cogió la copa y la bebió de un solo trago. Recordar lo que había hecho a Paula Madrigal no era nada grato y menos el tener que aceptar que su amada Pía estaba muerta.
—¿Qué es lo que quieres?
—Se ha terminado el tiempo, Domenico, es hora que cumpla con el pacto —dijo taladrando al menor con la mirada.
—El pacto lo hiciste tú, no me siento responsable —señaló.
El rostro de Alessio se crispó, era evidente el enojo en sus facciones que habría amedrentado a cualquier hombre, pero Domenico no era cualquier hombre, él era conocido como el diablo siciliano y su apodo no era gratis.
—Ennio Di Monti espera que hagas honor a tu palabra y esta vez no huyas como lo hiciste hace diez años.
—Ya te lo he dicho antes, papá, no voy a casarme con Ilenia —refutó.
—No te estoy preguntando, Dominico, te estoy ordenando que te cases por el bien de la organización, tu padrino asumió el liderato de la Camorra hace unos días, espera que nuestra familia honre el pacto de sangre que hicimos hace años y solamente una boda lo puede lograrlo.
—Entonces cásate tú, porque yo no estoy en el mercado y si no tienes nada mejor que hacer, termina de largarte de mi casa porque lo último que deseo es ver tu cara.
El sonido de una bofetada se escuchó en la sala de aquella habitación, Alessio había cruzado el rostro de Domenico y rasgado su mejilla con su anillo.
—Esto —dijo enseñando el anillo del líder de la Cosa Nostra—. Debe hacerte recordar quién es el líder aquí, vas a casarte y no me importa nada más —añadió antes de salir de la habitación con dos hombres pisando sus talones.
—¿Estás bien? —preguntó su guardaespaldas.
—Trae otra botella —ordenó limpiándose la sangre que corrió por su mejilla—. ¡Espera! —gritó, haciendo que su guardaespaldas se detuviera—. Iré por ella.
Dominico salió de su oficina, un ático lujoso que amenazaba con acariciar el cielo y descendió al Malavita, la discoteca que funcionaba bajo tierra, justo como su nombre, El diablo bajó al inframundo dispuesto a reinar en sus dominios…
Lo que Dominico Conte no esperó encontrar, fue a aquella mujer bailando sobre la mesa, llamando la atención de todos los hombres presentes en el sitio, mientras movía las caderas de manera sensual, en una clara y descarada invitación a pecar.
Domenico no era un puto santo y ese día lo último que quería y deseaba era pensar.
—Prendilo per me —dijo.
—¿Signore? —el guardaespaldas no había comprendido la orden hasta que Domenico se puso de pie y con un movimiento de cabeza le indicó lo que deseaba.
—La quiero en mi cama esta noche. Consíguela para mí.
El guardaespaldas abrió los ojos ante la orden de su jefe, había pasado tiempo desde la última vez que Domenico Conte había elegido una mujer al azar.
—Pero Domenico…
—Ella vino al infierno y yo la llevaré al paraíso —aseguró con una sonrisa lujuriosa.
Domenico no preguntó nombres aquella noche, no quería saber con quién iba a dormir y a quién iba a hacerle el amor, no deseaba saber el nombre de la mujer a quien llevó al cielo y arrastró de nuevo al infierno.
Y a quien llamó Pía una y otra vez mientras sé corría en su interior…
Los rayos del sol se filtraron por el gran ventanal de aquel lujo ático, Domenico se cubrió el rostro con uno de sus brazos para evitar la luz molesta del astro rey.
—Dannazione —(m*****a sea) gruñó al intentar moverse y sentir un peso muerto sobre su pecho.
Domenico apartó la mano con brusquedad, sus ojos se detuvieron sobre los cabellos acaramelados de la mujer sobre él.
—¿¡Qué demonios!? —masculló, pero no fue capaz de terminar la frase, al escuchar el estrepitoso sonido de la puerta al abrirse y la voz enojada de Vittorio.
—No puede pasar, el señor Conte no está disponible en estos momentos.
—Me importa una mierd4 lo que esté haciendo ahora, me importa lo que ya hizo —gruñó el hombre a quien Domenico reconoció como su padrino. Ennio Di Monti.
El italiano apartó bruscamente el cuerpo de la joven, haciendo que la mujer dejara escapar un grito asustado al caer al piso.
—¡Hijo de puta! —gritó al verse en el suelo, pero no tuvo tiempo de decir nada más y Domenico ni siquiera pudo replicar al ver a Ennio parado en el umbral de la puerta.
—¡Pilar! —gritó mirando a la mujer en el piso.
—¿Qué demonios haces aquí? —cuestionó Domenico con furia.
—No vine por ti, Domenico. Viene por ella —señaló con un dedo y con el rostro lleno de furia.
—¿La conoces? —cuestionó, sintiendo un escalofrío correr por su columna vertebral.
El hombre sonrió.
—Es mi hija, Pilar Di Monti, tu futura esposa…
Hasta que la muerte los separe Domenico abrió los ojos para leer el nombre de Pía Zambrano escrito en el frío mármol, la única mujer que pudo amar y a quien perdió. La misma mujer que le dejó un bello y maravilloso regalo del que muy pocos tenían conocimiento y él lo había preferido así. Paolo era su más preciado tesoro, su hijo.—Lamento haberte dejado aquella mañana, Pía —dijo, acariciando el frío yeso—. Volví por ti, sin embargo, lo hice demasiado tarde —se lamentó.Domenico Conte no se había perdonado y no se perdonaría jamás que su abandono condenara a Pía a casarse con un hombre al que no amaba y la convirtió en una mujer distinta a la jovencita que él había conocido.De aquella mujer únicamente quedó el recuerdo, cuando volvieron a verse Pía lo miró con tal desprecio y odio que él no pudo decirle la verdad sobre su hijo.—Papá —la voz de Paolo le hizo girarse.—Dime.—¿Por qué tienes que irte de nuevo? —preguntó.—¿Cómo sabes que voy a marcharme?—Te escuché hablar con el abue
«Te prometo que te haré pagar por esto».Aquellas palabras fueron un mantra en la cabeza de Pilar Di Monti durante las horas que duró la fiesta y la acompañaron durante el trayecto al hotel, donde pasarían su noche de bodas.Pilar echó un vistazo al semblante serio de su marido, apartó la mirada tan rápido como pudo para evitar que él se diera cuenta de que lo observaba.La joven se preguntaba ¿Cómo diablos fue a terminar precisamente en los brazos del hombre de quien escapaba? Quizá era cosa del destino, realmente había sido una tontería desafiar a su padre de aquella manera tan abierta. Ennio no era un hombre que se fuera por las ramas y lo había dejado muy claro el día que se presentó en su casa y la obligó a venir con él, hasta ese momento Pila no tenía conocimiento de sus verdaderos orígenes, su madre nunca le habló de su padre y menos de lo terrible que podía ser. Pilar jamás se hubiese imaginado que por sus venas corría sangre siciliana y mucho menos se imaginó ser la hija de
Domenico caminó por los pasillos de la empresa, mientras recibía las felicitaciones por su reciente matrimonio, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por mantener la sonrisa en su rostro, al fin y al cabo, ninguna de esa gente tenía la culpa de lo ocurrido. No podía decir lo mismo de la mujer que caminaba detrás de él con una sonrisa tatuada en el rostro.—¿Se puede saber qué es lo que te causa tanta gracia? —preguntó una vez que estuvieron en la seguridad de su oficina.—¿Qué tiene de malo que sonría? —preguntó y añadió—: ¿no es lo mismo que tú hacías mientras saludabas a tus empleados?Domenico apretó los dientes con tal fuerza que su mandíbula se marcó de manera pronunciada, dándole un aspecto rudo. Aunque Pilar pensaba que eso era imposible.—No intentes pasar la línea entre nosotros, Pilar. Te lo he dicho antes y te lo repito, no eres nadie en mi vida —juró.—Lo has dejado tan claro como el agua, Domenico. Por lo que no comprendo tu necedad de repetírmelo —lo encaró Pilar.—Quie
«Acepta tu destino o termina con ella»«Termina con ella»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Domenico y lo peor es que cada vez que lo pensaba la idea le resultaba realmente tentadora. Pero ¿Sería capaz de hacerlo? La pregunta no tenía ninguna respuesta por su parte.—Dejé a la señora Conte en ático, tal como me lo has indicado —informó Vittorio, listo para recibir la furia de Domenico.—Pilar, ese es su nombre —espetó, girándose para ver a su guardaespaldas y amigo con furia contenida.—Te guste o no, es tu esposa y no debes dar lugar a malos entendidos, te aseguro que Ennio Di Monti tiene puesta la mirada sobre la organización.—Me importa muy poco lo que Ennio espera de esta unión, fui claro y de no haber sido porque me tendieron una trampa, jamás me habría casado con Pilar —aseguró.—Yo no estaría tan seguro, Domenico, aquella noche fuiste tú quien la buscó y no, al revés. Dudo mucho que ella supiera quien eras hasta la mañana siguiente —Vittorio sabía
Pilar luchó para que su cuerpo no temblara, su vestido era pegado a su cuerpo y se sentía incómoda además de expuesta, pero la nota que llevaba escrita era clara, debía usar el vestido esa noche y hacer su mejor papel. Ella no sabía lo que eso significaba, no obstante, el recordatorio del trasplante de corazón que su madre necesitaba, estaba fina y delicadamente escrito al final.Lo que definitivamente Pilar no esperaba era la penetrante mirada de Domenico sobre su cuerpo y mucho menos ese fuego que había visto en sus ojos el día que terminaron en la cama, aquel día que fue su condena y sentencia.—¿Te comieron la lengua los ratones? —preguntó Pilar de repente, pues el silencio era abrumador, cargado de una tensión que ella no quería y tampoco necesitaba en ese momento. Ya tenía mucho con ir vestida de aquella manera para ser exhibida ante la sociedad siciliana.La pregunta de Pilar sacó a Domenico de su burbuja e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí mismo.—
Que nunca se entere Pilar gimió sin poder contener más el dolor que le atravesaba el cuerpo, no era solamente su costado herido y lleno de sangre, sino también el dolor intenso que sentía en la parte baja de su vientre, justo donde su cadera pegó contra la puerta del auto.—Me duele —expresó mientras el olor metálico de la sangre le hizo sentirse mareada.—¿Pilar? —llamó Domenico saliendo de su estupor inicial.—¿Qué sucede? —preguntó Vittorio girando la cabeza para ver lo que ocurría con Domenico y Pilar.—¡Maldición! —exclamó Domenico al sentir el cuerpo de Pilar desvanecerse.—¿Domenico? —insistió Vittorio, mientras el auto se desplazaba por la zona de rocas para retomar la carretera principal.—¡Pilar está herida y se ha desmayado! —gritó.Vittorio miró a Pilar, tenía los ojos cerrados y una mano llena de sangre sobre su costado.—¡Conduce a Palermo sin detenerte, no importa lo que tengas que hacer, pero hazlo a la brevedad posible! —gritó el guardaespaldas.El chofer asintió, pr
¿Quién es él?Domenico miró el cuerpo inerte de Pilar sobre la cama, había logrado que el médico de turno firmara el traslado y la había traído a casa. Sabía que era una locura darle tanto conocimiento, pero mientras estuviese inconsciente, no la miraba como un peligro.—No debiste traerla a la isla —dijo Vittorio entrando a la habitación acompañando a la enfermera encargada de vigilar la salud de Pilar.—No tuve más opciones, no podíamos quedarnos en Palermo luego del ataque —mencionó Domenico prestando atención a la mujer que aplicaba una dosis de antibiótico en el suero conectado a la vena de Pilar.—¿Confías en ella? —preguntó una vez que la mujer salió de la habitación.—Hay muchas cosas que pasan por mi cabeza, Vittorio. Quizá y solo quizá tengas razón —aceptó, dejando a Vittorio confundido.—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.—Esa noche en el antro —dijo, alejándose de Pilar y posando su mirada sobre el inmenso mar que rodeaba la isla Bella—. Esa noche fui yo quien se fijó
Zona prohibida Pilar apartó la mira para no ver más a Paolo, el niño jugaba por los alrededores, ajeno a ella y por el momento prefería que fuera así. Ella no sabía si la enfermera estaba en lo cierto, lo único que ahora le importaba era recuperarse y no pensar en que le importaba poco a Domenico como para no estar en la habitación con ella. Pilar cerró los ojos y se quedó dormida de nuevo. Dos horas más tarde el hambre la despertó, supuso que moriría famélica; sin embargo, se encontró con Vittorio y una bandeja de comida. —El chef ha seguido las instrucciones del doctor y la enfermera, no habrá ningún problema con que comas —expuso. Pilar asintió y no se detuvo a preguntar qué era lo que había en la taza, ella comió como si no hubiese un mañana. —Hazlo despacio, Pilar, nadie te está corriendo —la regañó, pero su tono era jocoso, por lo que Pilar se sonrojó. —Lo siento —se disculpó. Vittorio negó, se apartó de ella para dejarle comer y se acercó al ventanal, pensando en cómo ret