2. CAYENDO EN EL ABISMO

TRINITY

— ¿Qué pasó? ¡Logró robarte los pocos ahorros que te quedaban! – Mónica, mi compañera de piso y mejor amiga, agarró mi teléfono revisando la app del banco nerviosamente.

— No, no, pero vació mi tarjeta de crédito, me dijo ayer que se le prestara para una emergencia, que me lo devolvía luego, ¡y yo como idiota se la di con contraseña y todo! – agarré mi cartera con ira y saqué la tarjeta haciéndola trisas.

— Me pasaré meses pagando todos sus caprichitos y perfumes caros, ¡incluso se compró un móvil que ahora ni me responde! Dios, como pude ser tan estúpida e ilusa.

— También está la factura del hotel - Mónica agregó, torciendo la boca con una expresión sarcástica - Trinity no te parece que es muy coincidente, digo, hacer esto de la tarjeta lo delataría y luego exhibirse delante de nuestras amigas, como para que te lo dijeran.

— Quieres decir… claro… ni los cojones tuvo para cortarme él mismo y dejó que me enterara por otras personas, que cabrón Dios mío.

Caí derrotada al sofá, llevándome las manos al rostro, las lágrimas de rabia volvían a quemar en la esquina de mis ojos.

Había llegado hace como una hora del viaje en coche más incómodo de mi vida, con July casi haciéndome un cuestionario de mi vida y la presencia abrumadora y silenciosa de su hermano a mi otro lado.

El sofá se hundió y sentí el apretón reconfortante en mi hombro, me dejé caer hacia Mónica, recostándome a su pecho y ahogando la amargura en mi garganta.

— Trini, odio verte así. Ese imbécil no merece ni una lágrima más tuya. Y con respecto al trabajo, algo mejor va a llegar. Eres una guerrera, nunca olvides que te apoyo hasta el final.

Su manita comenzó a acariciarme la espalda y le agradecí, abrazándola más fuerte.

Nos quedamos por unos minutos en silencio.

Suspiré agradecida con la vida del día en que nos hicimos amigas en la uni, ella estudiaba enfermería y yo secretaría.

Mamá había muerto hace años, dejándome sola, intentando sobrevivir en este monstruo de ciudad desde joven.

— Voy a ahogar mis penas en la almohada.

Hice por levantarme, con mi viejo pijama a rayas, lista para derrumbarme en mi cuarto y acumular fuerzas.

Mañana iría a reclamarle a ese idiota que me pagara mi dinero, aunque algo me decía que sería tiempo perdido.

— Ah no, señorita, nada de coger cama, hoy hay una reunión de exalumnos y nos vamos de marcha a un club. Date un baño y ponte un vestido sexy, quiero de vuelta a esa Trinity empoderada.

— Mónica, lo que menos estoy ahora es para alcohol y música, mucho menos para salir con nadie nuevo— protesto ante sus empujones a mi espalda, avanzando por la pequeña salita de nuestro departamento neoyorquino.

— ¿Quién habló aquí de relación? Es solo salir a divertirnos y olvidar los problemas – me paro en el umbral de la puerta del cuarto y me giro para ver sus ojitos lastimosos.

Perdió a Teobaldo, su viejo perrito salchicha hace menos de 15 días, lo lloramos como niñas y sé que también necesita esta escapada.

— Mónica no tengo dinero…

— Tranquila, todo lo va a pagar el riquillo de Elías ¿Cuántas veces tienes la oportunidad de ir al selecto Club Abyss gratis?

La palabra Abyss me trae recuerdos de ese atractivo hombre peligroso y sexy.

— Bien, pero lo hago por ti…

— Esa es mi chica. Cinco minutos en la ducha y luego vamos a sacar esos vestidos de guerra que hace rato no usamos – se marcha corriendo hacia su cuarto al lado del mío.

Sonrío bufando y camino hacia mi closet.

Así que valentía, ¿no? Veremos que tan valiente soy en realidad.

*****

Las luces rojas y azules envolvían el ambiente del Club Abyss en un caos vibrante.

El aire se respiraba denso mientras nos adentrábamos.

Aromas de perfumes caros, cigarrillo y cuerpos sudorosos, mientras la música electrónica retumbaba en las paredes y la pista estaba a tope.

Nos sentamos con los chicos del curso de Mónica en una mesa redonda cerca del bar.

Hablábamos y nos reíamos, los tragos iban y venían, quería dejar de pensar en Ethan, en mis deudas, en mis sueños truncados, así que me tomé varias margaritas seguidas, pero la verdad, rara vez me embriagaba perdida.

— Oye, yo creo que le gustas a Elías, no ha dejado de echarte el ojo en toda la noche y claro, con ese culaso que te mandas en ese vestido negro corto, cualquiera – Mónica, igual media achispada, me dijo en un susurro en mi oído.

Mis ojos se desviaron hacia el pelinegro que me observaba desde el otro lado de la mesa.

Sonrió suavemente cuando me fijé en él y le devolví el gesto tomando de mi copa.

No estaba mal, pero no era mi tipo, pijo, niño rico de mamá y papá, ya de dramas estaba hasta las castañas.

El bajo de la música reverbera en mi pecho cuando las primeras notas de "Addicted" inundaron el club.

Algo en esa canción me electrizaba, haciéndome olvidar todo.

— Mejor vamos a bailar – agarro la mano de Mónica y efusivamente la arrastro hasta la pista.

Mi cabeza da deliciosas vueltas entre el alcohol y la notas que resuenan, haciéndome mover sensualmente el cuerpo.

Mónica y yo cantamos a todo pulmón, se siente tan bien liberarse después de tanto tiempo estresada en los estudios y buscándonos la vida.

Contorneo mis caderas y muevo mi cintura, llevo mis manos a mi cabello, alborotándomelo, cerrando los ojos y solo viviendo este momento, mañana será otro día.

Mónica comienza a bailar con su crush, uno de sus compañeros y está colgada por él, me alegraba por ella, parece que hoy se le daría al fin.

Bailé sola, dándoles su espacio y me giré hacia un lado menos concurrido.

De repente, en medio de las luces rojas parpadeantes, el humo elevándose y los cuerpos apretujados sudados y excitados por la música, subí mi cabeza y abrí los ojos.

Lo podía sentir, alguien me devoraba con la vista desde el segundo piso donde estaba la zona más exclusiva y reservada.

Mi corazón casi se queda atascado en mi pecho, la verdad lo había olvidado, pero ahí estaba esos ojos depredadores chocolates desnudándome y observando cada uno de mis movimientos.

Algo de rebeldía se prendió en mí, este hombre, sí que me ponía a mil, lo tenía que admitir.

Comencé a bailar más sensualmente, meneando mis caderas, mis manos acariciaban las curvas de mi cuerpo como si fuese él quien me estuviese tocando, ni siquiera pestañeaba mientras solo le daba grandes tragos a su bebida y me comía con la vista.

Me hacía sentir tan sexy y caliente, pero todo se echó a perder cuando reparé en una mano femenina que acarició su hombro y una rubia con exceso de maquillaje y brillos se inclinó hacia él.

Las tetas casi afuera y era obvio lo que buscaba. Entonces me di cuenta de que había más personas alrededor de su mesa charlando y tomando, otros hombres y algunas mujeres.

Una punzada de celos, completamente irracional, se apoderó de mí al ver a esa mujer susurrándole algo al oído coquetamente.

“¿Qué rayos estoy haciendo aquí?” Pensé contrariada.

Mi mente estaba confundida entre el alcohol, la rabia por la infidelidad de Ethan y el deseo carnal y crudo que despertaba este desconocido en mi cuerpo.

Quería apartar la mirada, sin embargo, estaba como hechizada por sus iris intensos, él no dejaba de observarme, mientras esa rubia seguía calentándole la oreja y seguramente la entrepierna.

El momento tenso se rompió con las manos de Elías deslizándose por mi cintura.

Lo sabía por el intenso y empalagoso olor de su perfume, era él. Una idea no muy buena se avivó de repente en mi mente alcoholizada.

¿Así que el Sr. Arrogante quería jugar?, yo también podía hacerlo y comencé a bailar con Elías a mi espalda, segura de mí misma y de mi sensualidad.

— Trinity eres tan sexy, me atraes mucho, ¿te parece si vamos a mi Penthouse en Tribeca? Mis padres hoy no están y podemos… — comenzó a parlotear de todo el dinero que tenían sus padres y su influencia y eso bastó para quitarme la tontería de golpe.

Me quedé en silencio por un segundo viendo cómo lo rechazaba sin ser tan borde, pero volví a fijarme en el segundo piso y ya la mirada que me estaban dando, pasó de chocolate caliente a congelado, como el polo sur.

Estaba solo, la rubia a su lado había desaparecido como llegó y se levantó de golpe con su impecable traje de hombre poderoso caminando hacia las escaleras que descendían a este piso.

Mis ojos se quedaron pegados a su alta figura que se dirigía al fondo del club.

Habló un instante con el guardia fortachón que custodiaba una cortina oscura y luego se giró hacia mi dirección.

Su mirada dominante era una orden silenciosa, un desafío que encendía algo primitivo en mi interior.

No se trataba de si estaba borracha o no, se trataba de si estaba lista para cruzar esa línea, sabiendo que no habría vuelta atrás.

Rompió el contacto visual y se adentró al sitio misterioso detrás de esas cortinas.

— Elías, lo lamento, eres muy majo, pero no eres mi tipo, quedemos como solo amigos, ¿sí?

Me volteé repentinamente y le respondí al chico por encima del sonido alto de la música, cortando sus retahílas arrogantes sobre el dinero de su familia, con el que solía impresionar a sus ligues.

— Pero Trinity…

— Lo siento, voy al baño.

Podía sentir mis pies moviéndose sin permiso, como si una fuerza invisible tirara de mí.

Cada paso hacia la cortina negra me hacía preguntarme si estaba tomando otra de las pésimas decisiones de mi vida.

Mi corazón latía con fuerza, mezclando el miedo con la adrenalina y el deseo, que al final ganó la batalla.

Cuando estuve frente al corpulento hombre de seguridad pensé en qué decir para acceder, mi determinación vacilando.

— Srta. Trinity, puede pasar adelante— me dijo abriendo la cortina negra para mí y luego una puerta oscura.

Crucé el umbral con la respiración acelerada, internándome en una cabina privada del club, mis ojos adaptándose al ambiente con poca iluminación.

Había un sofá amplio de cuero negro en forma de herradura, con una mesa baja delante, donde las costosas botellas sudaban dentro de una cubitera metálica de hielo.

De repente la puerta se cerró a mi espalda y la música ensordecedora se apagó de golpe.

Todos mis músculos tensos, dispuesta a retroceder, pero un cuerpo caliente se pegó a mi espalda, su mano masculina rodeó mi cintura posesivamente presionando mis nalgas contra una dura erección.

Y en ese silencio, su voz grave y peligrosa me susurró:

— Bienvenida al verdadero Abyss, Srta. Trinity.

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