40| El salón de las estrellas.

Las runas dibujadas en el suelo de madera brillaron con tanta fuerza que Alexander tuvo que cerrar los ojos para no quedar cegado.

El cuerpo le dolió, como si cien mil agujas le atravesaran los músculos. Intentó transformarse para que su lobo enfrentara aquella situación dolorosa y terrorífica, pero no pudo hacerlo. El líquido que había bebido, el que Bastian le había obligado a beber, lo tenía sin poderes, como un humano normal, y aquella situación comenzó a sobrepasarlo.

— ¡Ayuda! — gritó, pero nadie vino en su rescate. Nadie lo haría; lo habían metido ahí para torturarlo. Seguramente le preguntarían cosas sobre la manada, y si no contestaba con la verdad, lo someterían nuevamente al dolor.

Apretó con fuerza los puños y los dientes, golpeando la madera del suelo para tratar de menguar un poco el dolor que le atravesaba el cuerpo. Pero nada funcionaba. Aquella sensación se deslizó por su cuerpo hasta llegar a su cabeza.

Las puñaladas de agujas punzantes dentro de su cerebro se hicie
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