Bastian apretó con fuerza la mano de Alexander a su lado. Desde donde estaba, el joven lobo pudo ver cómo el ejército de Maiasauras se acercaba.La montaña era una piedra inmensa que ascendía cientos de metros en el aire. La celda donde estaban era demasiado alta como para que los Maiasaura pudieran trepar, pero Alexander observó cómo una ráfaga de fuego verde salió despedida de uno de los pequeños grupos que corrían hacia la montaña. Cuando ésta chocaba contra la piedra, explotaba en una llamarada de fuego intenso de color esmeralda que hacía temblar la montaña entera.La mano del vampiro seguía aferrada a la suya. Sus ojos rojos estaban abiertos de la impresión.— No puede ser —, dijo. Luego, aún con Alexander de su mano, salió de la celda corriendo. — ¡Tenemos que defendernos! —, gritó Bastian.Mientras corrían por los pasillos, se chocaron con más vampiros que huían desesperados buscando refugio. Otra explosión sacudió la montaña. Alexander vio con horror cómo el techo sobre sus c
Alexander se sentó en una silla al lado de Bastian. El vampiro se veía débil; sus ojos ya no eran tan rojos como al principio, y eso lo preocupó. El vampiro observaba la sangre sucia en el suelo, que se iba por los ductos de escurrimiento. — No puedo creer que hubieran hecho esto. Es como si hubieran sabido lo que pretendíamos hacer — dijo el transformista — Sabían que cuando nos atacaran, nos cubriríamos con la tierra. Por eso, los pocos Maiasaura que entraron vinieron directo aquí a destruir nuestras reservas de sangre. — Pero la mayoría de los vampiros puede alimentarse de comida humana — le dijo Alexander — Los puros pueden hacerlo. Según lo que he leído, sólo necesitan consumir sangre humana unas cuantas veces al mes para poder sobrevivir, y solamente hay dos transformistas. Debe haber alguna forma para que tú y tu padre se alimenten.Pero Bastian negó con la cabeza. — Además, aunque los puros puedan alimentarse de comida humana, no es tan nutritiva para ellos. De hecho, si se
Una semana bajo tierra había sido suficiente para colmar la cordura de Alexander. Estaba atrapado dentro de la montaña, en el aquelarre, rodeado por vampiros sedientos de sangre que, si se enteraban por un solo segundo que su sangre, aunque muy poco apetitosa, podría otorgarles la energía que perdían día a día debajo de la montaña, lo devorarían en solo un segundo, habían terminado por agotar la paciencia que tenía, así que estaba en la gran biblioteca que tenían los vampiros tratando de encontrar los túneles que salían de la montaña.Solamente el líder del aquelarre tenía la información suficiente como para saber en qué ubicación estaban los túneles y cómo acceder a ellos, también qué tan lejos podían guiarlos en el bosque antes de tener que emerger a la superficie.Los Maiasaura aún seguían rodeando la montaña; habían establecido un campamento alrededor y parecía que se quedarían ahí el tiempo suficiente hasta que el último vampiro del aquelarre se volviera loco de hambre.Los puros
La revolución dentro del aquelarre explotó como las llamas de fuego verde al otro lado de la pared de piedra. Bastian ordenaba a diestra y siniestra, mientras Alexander intentaba organizar a los vampiros que corrían por los corredores. — Solo lleven lo estrictamente necesario — les gritó Alexander a los vampiros — . Mejor no lleven nada, eso nos retrasará.Pero nadie le prestaba atención. Los vampiros trataban de sacar sus pertenencias, cuadros, ropas, retrasando la huida del aquelarre y dándole ventaja a los Maiasaura. Las explosiones se sucedían una tras otra. Las toneladas de tierra que habían vertido sobre ellos les habían dado tiempo suficiente, pero el tiempo comenzaba a acabarse. Las explosiones se escuchaban cada vez más cerca.Alexander miró a Bastian. Las cosas no estaban saliendo bien. El desalojo del aquelarre estaba siendo lento y descontrolado. Entonces, el joven vampiro corrió hacia el mismo lugar donde había estado con Alexander cuando detonaron la montaña para que lo
Habían pasado dos semanas desde la explosión en el salón del trono. Analía apenas había salido del pequeño palacio. Salem había suspendido los primeros días de trabajo en la granja y dedicaron todos sus esfuerzos a excavar la mayor cantidad posible de piedras de la tierra. Pero eran cientos y miles, y por cada una que encontraban, aparecían dos más. Estaban diseminadas por la ciudad.Salem pensó que si se juntaban, podrían producir una explosión más grande, así que las tenía controladas la mayoría cerca del muro para alejarlas de la población civil. Analía ni siquiera había querido salir; se sentía avergonzada y tonta, temía volver a tomar una de estas piedras en sus manos y cargarla de nuevo con esa energía para que explotara. Farid le dijo que era una tontería, pero ella negó. — Cuando la sujeté por primera vez en mis manos, — le contó la noche que la encontró junto al trono, — la piedra se calmó porque yo quise que se calmara, porque tuve miedo de ella. Entonces me obedeció. Pero
Lo primero que notó Analía cuando estaba en las afueras de la ciudad fue la tensa postura de todos los miembros de Agnaquela. Para nadie era un secreto que recibir a los vampiros en su ciudad fue una decisión muy poco popular, pero nadie dijo nada. Ni siquiera el ridículo de Henry, que siempre aprovechaba cada decisión complicada de Salem para tratar de embaucar a la manada en su contra, dijo nada. Sabían que era algo necesario, sabían que tenían que hacerlo si querían ganar la guerra contra los Maiasaura. Necesitaban al aquelarre.Cuando Salem llegó con ella, se transformó en humano y Farid le tendió una pequeña bata de tela delgada. El Alfa estaba recorriendo los muros de la ciudad para verificar que todo estuviera firme y le tomó apenas un par de minutos recorrer el camino hasta la puerta principal de Agnaquela.A lo lejos, a través del bosque, podía verse el inmenso grupo de personas que se acercaban. Analía no sabía si podía referirse a los vampiros como personas, pero hasta dond
El consejo de ancianos había sido claro y enfático: si los Maiasaura iban a utilizar las Brikas, ellos también lo harían. No podían permitir que esas criaturas tuvieran ventajas sobre ellos. Ahora, el reto era encontrar la forma de utilizarlas. Johana había descubierto cómo cargarlas de forma eléctrica, pero la manada tenía pocos accesos a la electricidad, y en cuanto esta tocaba las piedras, ellas explotaban. ¿Cómo podrían cargarlas de manera remota? ¿Cómo convertirlas en armas? Esa era la pregunta que recorría la ciudad. Se ofreció una recompensa a quien encontrara la solución, ya fueran vampiros, lobos o humanos.Después del consejo, Analía se retiró a su habitación. Se sentía extraña: físicamente con energía, pero mentalmente agotada, como si hubiera leído un millón de libros. Solo quería recostarse y cerrar los ojos, aunque apenas estaba cayendo la tarde.Los vampiros se habían ofrecido a trabajar en la granja, le comentó Salem después de entrar un rato después de ella. El Alfa s
Analía se quedó paralizada en su lugar. Salem, con un fuerte movimiento de las piernas, cayó prácticamente erguido y de pie. Luego se peinó el largo cabello que se había despeinado y le caía en el rostro.— Bien, sí, ya voy — , dijo, y Farid volvió a darles una curiosa mirada antes de cerrar la puerta. Salem se apoyó en la pared con la mano libre, se apretó las sienes y luego la mejilla. — Eso me dolió — . — Lo siento, pero tú me dijiste que lo hiciera — . — Sé lo que te dije. Eres más fuerte. El contrato de vida o muerte te da parte de mi fuerza vital, pero ese golpe no es el de una humana con un contrato de vida o muerte, es el de una loba. Y solamente puede suceder algo así si estás embarazada. Como te dije, nuestros genes están diseñados para eso. Ahora tengo que ir a atender al idiota de Henry. Descansa, aunque no lo necesitas — . — Quiero ir contigo — , dijo Analía, y Salem asintió. — Te espero en la sala del trono — .Analía encontró curioso que sus propios pensamientos com