Lo primero que notó Analía cuando estaba en las afueras de la ciudad fue la tensa postura de todos los miembros de Agnaquela. Para nadie era un secreto que recibir a los vampiros en su ciudad fue una decisión muy poco popular, pero nadie dijo nada. Ni siquiera el ridículo de Henry, que siempre aprovechaba cada decisión complicada de Salem para tratar de embaucar a la manada en su contra, dijo nada. Sabían que era algo necesario, sabían que tenían que hacerlo si querían ganar la guerra contra los Maiasaura. Necesitaban al aquelarre.Cuando Salem llegó con ella, se transformó en humano y Farid le tendió una pequeña bata de tela delgada. El Alfa estaba recorriendo los muros de la ciudad para verificar que todo estuviera firme y le tomó apenas un par de minutos recorrer el camino hasta la puerta principal de Agnaquela.A lo lejos, a través del bosque, podía verse el inmenso grupo de personas que se acercaban. Analía no sabía si podía referirse a los vampiros como personas, pero hasta dond
El consejo de ancianos había sido claro y enfático: si los Maiasaura iban a utilizar las Brikas, ellos también lo harían. No podían permitir que esas criaturas tuvieran ventajas sobre ellos. Ahora, el reto era encontrar la forma de utilizarlas. Johana había descubierto cómo cargarlas de forma eléctrica, pero la manada tenía pocos accesos a la electricidad, y en cuanto esta tocaba las piedras, ellas explotaban. ¿Cómo podrían cargarlas de manera remota? ¿Cómo convertirlas en armas? Esa era la pregunta que recorría la ciudad. Se ofreció una recompensa a quien encontrara la solución, ya fueran vampiros, lobos o humanos.Después del consejo, Analía se retiró a su habitación. Se sentía extraña: físicamente con energía, pero mentalmente agotada, como si hubiera leído un millón de libros. Solo quería recostarse y cerrar los ojos, aunque apenas estaba cayendo la tarde.Los vampiros se habían ofrecido a trabajar en la granja, le comentó Salem después de entrar un rato después de ella. El Alfa s
Analía se quedó paralizada en su lugar. Salem, con un fuerte movimiento de las piernas, cayó prácticamente erguido y de pie. Luego se peinó el largo cabello que se había despeinado y le caía en el rostro.— Bien, sí, ya voy — , dijo, y Farid volvió a darles una curiosa mirada antes de cerrar la puerta. Salem se apoyó en la pared con la mano libre, se apretó las sienes y luego la mejilla. — Eso me dolió — . — Lo siento, pero tú me dijiste que lo hiciera — . — Sé lo que te dije. Eres más fuerte. El contrato de vida o muerte te da parte de mi fuerza vital, pero ese golpe no es el de una humana con un contrato de vida o muerte, es el de una loba. Y solamente puede suceder algo así si estás embarazada. Como te dije, nuestros genes están diseñados para eso. Ahora tengo que ir a atender al idiota de Henry. Descansa, aunque no lo necesitas — . — Quiero ir contigo — , dijo Analía, y Salem asintió. — Te espero en la sala del trono — .Analía encontró curioso que sus propios pensamientos com
La nieve caía en raudales esa mañana, y el aire se sentía tan congelado que el hombre dentro de la cabaña cerró la ventana para evitar que la nueve se colara dentro. Su cabello oscuro caía como una cascada lacia por su espalda hasta casi la cintura, y los cuernos que sobresalían de su frente hacían una curva hacia atrás de una forma impecable hasta la coronilla. Atados a los cuernos tenía colgantes de esmeraldas y plata. Sus ojos de color violeta observaron el exterior; la nieve creaba una capa que cubría el camino hacia el bosque. — Parecía que la tormenta se complica, eso retrazará el avance de nuetro ejercito hacia las tierras de la manada de las nieves — dijo Las otras personas presentes dentro de la cabaña asintieron. El hombre estiró los brazos, y sus enormes alas oscuras tropezaron con las paredes de madera. No estaba acostumbrado a estar en lugares tan pequeños; cada una de sus alas tenía fácilmente unos 5 metros. Las encogió nuevamente en su espalda y caminó hacia la mesa
Salem y Analía caminaban nuevamente a su habitación, uno al lado del otro. Los pasillos del Pequeño Palacio estaban extrañamente solitarios esa noche. Había sido un día largo y extenuante, aunque no hubieran hecho mucho en realidad; solamente recibir al aquelarre les había arrancado parte de la energía.Desde las enormes ventanas del pasillo se podía observar a lo lejos el área libre dentro de la ciudad donde se había instalado el campamento de los vampiros. Se podían ver flamantes luces amarillas y varias fogatas alrededor. — ¿Estaremos bien? — le preguntó Analía.Salem caminaba sujetando su mano. Analía estrechó con fuerza la mano del lobo y él no la apartó, disfrutando de caminar juntos, tocándose. — Eso espero. La verdad, ahora tengo más esperanza. La idea de Henry tuvo sentido, aunque lo más probable es que ni siquiera haya sido suya. Sembrar las Brikas como minas podría funcionar. Los Maiasaura no lograrán verlas y podremos activarlas a distancia. La cuestión es que debemos el
— No está, dijo la Analía regresando. Salem se estaba comenzando a quitar la ropa — Tal vez Farid lo contrató, pero es raro ver a alguien limpiando los cuadros tan tarde — dijo Analía.Se sentó en el borde de la cama y observó el cuerpo desnudo de Salem. Era tan fuerte y masculino. — Ni lo pienses — le dijo él, podía sentir las emociones de Analía apretándole el estómago. — ¿Por qué no? De todas formas, ya estoy embarazada.Salem salió corriendo hacia el baño y Analía se rió. Comenzó a quitarse la ropa hasta que estuvo completamente desnuda. Cuando entró al baño, encontró al hombre debajo de la ducha, lavándose la sangre del cabello. Analía corrió las cortinas y se metió en la ducha con él. Le dio una fuerte palmada en los firmes glúteos y el hombre bufó. — Hola, guapo. — No sé si deberíamos... — ¿Por qué no? — le preguntó ella, recostando la frente en su espalda y rodeando las caderas del hombre, apretando con fuerza la carnosidad entre sus piernas. Luego comenzó a masajearlo; e
Había sido un día extenuante. Alexander sentía cómo le temblaban las rodillas mientras subía las escaleras de su casa. Tenía hambre y sueño. La semana que pasaron viajando desde el aquelarre hacia Agnaquela fue agotadora. Los centinelas, a unas cuantas horas de viaje de ellos, siempre alertas para detectar la presencia de los Maiasaura, llegaron el último día con la terrible noticia: el ejército se acercaba hacia ellos.La huida hacia Agnaquela se recorrió con todas sus fuerzas; fue una travesía desesperada y aterradora. Los más jóvenes prácticamente cargaban a los niños y a los ancianos, y a pesar de eso, estuvieron a punto de ser acorralados por las criaturas, de no ser porque entraron en tierras de Agnaquela y los Maiasaura que los encontraron no eran más que un grupo de avanzada que fue abatido por los vampiros a pesar de que estaban débiles y hambrientos.Alexander notó el gran potencial que tenían los vampiros para pelear; solo Bastian había logrado derribar de un par de golpes
La nieve todavía caía a raudales sobre Taranta. El Rey Cuervo estaba en el Gran Salón, observando por la ventana de cristal. Los Maiasaura caminaban por las calles de la ciudad como si aquella ventisca no fuera más que una brisa de verano. — Lagartijas de sangre fría — murmuró el Rey Cuervo, y su aliento produjo un vaho en el cristal. Estiró sus enormes alas negras y las sacudió, deseando alzar el vuelo por los aires. ¿Hacía cuánto que no volaba? Se preguntó. Prácticamente desde que había llegado a la ciudad de los Maiasaura, no visitaba el área verde hacía meses, solo tenía el Gran Salón para él. Era el único lugar donde podía extender las alas sin golpear ni derribar nada.La puerta se abrió y uno de los suyos entró. Tenía los cuernos cortos sobresaliendo de la frente. — Mi rey, ya está aquí la joven. — Hazla pasar — ordenó.Se sentó frente al escritorio con las alas desplegadas, y cuando la mujer entró, lo miró sorprendida. Todos se sorprendían al verlo. Era una mujer atractiva,