59| El hechizo de fidelidad.

La nieve todavía caía a raudales sobre Taranta. El Rey Cuervo estaba en el Gran Salón, observando por la ventana de cristal. Los Maiasaura caminaban por las calles de la ciudad como si aquella ventisca no fuera más que una brisa de verano.

— Lagartijas de sangre fría — murmuró el Rey Cuervo, y su aliento produjo un vaho en el cristal. Estiró sus enormes alas negras y las sacudió, deseando alzar el vuelo por los aires. ¿Hacía cuánto que no volaba? Se preguntó. Prácticamente desde que había llegado a la ciudad de los Maiasaura, no visitaba el área verde hacía meses, solo tenía el Gran Salón para él. Era el único lugar donde podía extender las alas sin golpear ni derribar nada.

La puerta se abrió y uno de los suyos entró. Tenía los cuernos cortos sobresaliendo de la frente.

— Mi rey, ya está aquí la joven.

— Hazla pasar — ordenó.

Se sentó frente al escritorio con las alas desplegadas, y cuando la mujer entró, lo miró sorprendida. Todos se sorprendían al verlo. Era una mujer atractiva,
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