Analía contuvo el aliento cuando sintió la presencia de Salem llegando al lugar. Muchísimas personas de la manada ya se habían congregado alrededor de la entrada del pequeño Palacio. Alexander asomó la cabeza por la ventana y negó. — Son muchos. Se ven muy enojados. Creo que me escaparé por la puerta de atrás para buscar a los vampiros. Esto podría ponerse muy feo — dijo, mirando a Farid.El anciano señaló dónde estaba la salida trasera y, cuando regresó junto a Analía, tenía un gesto tenso. — ¿Qué crees que pase? — preguntó ella — . ¿Crees que la manada me acepte de todas formas? — apretó los puños. — Eso espero. Espero que sí. Solo Salem puede hacerlos entrar en razón, puede mostrarles que no importa si no eres una luna enviada por la diosa, eres la luna que él escogió. Bueno, indirectamente te escogió de forma accidental, pero ahora están bien, ¿no es así? — Farid sostuvo a Analía por las manos — . No solo yo noto la forma en que se miran. Nunca había visto así a Salem, tan enam
Analía se quedó ahí de pie, paralizada. Salem se movía despacio, como arrastrado por una energía que lo unía a la realidad.Sintió un frío en el estómago. La luz de la luna estaba enfocada directamente en la mujer, luego se dividió en dos; el otro se enfocó en Salem, la luz de la luna iluminándolos, creando un camino entre ambos. La nieve que volaba en el aire se vio como una pared de polvo volando a través de la luz.Analía podía sentir lo que sentía Salem. Salem podía sentir cómo el olor de aquella mujer lo atraía. El hombre deseó poder ver para mirarla.Cada fibra de su cuerpo tembló. Ana dio un paso atrás, aterrada, luego volteó a mirar hacia Farid. El hombre estaba incluso más pálido. — ¿Qué está pasando? — le preguntó en un murmuro Analía.El anciano del Consejo negó. — Creo que llegó la pareja destinada de Salem. Es como en las historias de los libros — el hombre parecía anonadado y maravillado, tanto que no prestó atención a Analía.Bajó corriendo las escaleras y sujetó de l
Analía había tenido ese sueño hacía muchas noches: buscaba en el reflejo de la luna en el lago a la diosa. Y entonces, así lo hizo. Tal vez aquello fuera una profecía, una profecía de su agonía y su muerte. El contrato de vida o muerte presionaba tan fuerte en su pecho y en su corazón que Analía ya no lograba discernir la diferencia de si el dolor que sentía y el que la abrumaba era del contrato o del corazón roto que le había dejado Salem. — Salem... — , murmuró Analía.Imaginó que cuando la verdadera Luna de Salem llegara, ella podría despedirse. Ella podría decirle al Alfa que lo amaba y que era lo mejor que le había pasado en la vida. Podría decirle que, a pesar de todo, firmar ese contrato de vida o muerte fue lo mejor que le pudo haber pasado; que, aunque eso ahora le estuviera arrebatando la vida, había sido lo mejor que había tenido en su corta existencia. Pero no, el Alfa ni siquiera la miró. Cuando percibió el olor de su luna verdadera, Analía dejó de existir para él.La vi
Fue el dolor más fuerte que Analía hubiera experimentado en toda su vida, tanto que la partió en dos. Se sumergió en el agua del lago; el dolor era tal que ni siquiera sentía la frialdad del hielo chocando contra su cuerpo.El espíritu de la mujer que había descendido de la luna seguía aferrada a ella, con la mano en su pecho, buscando algo en su interior. Analía logró sentir cómo la mano exploraba algo y, cuando lo atrapó, el dolor llegó a un punto imposible de soportar, tanto que Analía perdió el conocimiento.Despertó un par de veces y luego volvía a quedarse dormida, todo en cuestión de un largo minuto. Despertaba en medio de la agonía, gritaba y se desmayaba, y volvía a despertar. Y entonces, la mano de aquel ser salió de su pecho, sosteniendo una luz roja brillante. Luego la tomó por el cuello y la sacó del agua, soltando en el aire las cosa roja que había sacado del pecho de Analía. Ella se fue volando como una mariposa. El dolor había desaparecido por completo. Ana sintió tan
Cuando Salem despertó, lo primero en lo que pensó fue en Analía. Pensó en ella, en el dolor que le había causado el contrato de vida o muerte y, luego, cuando recordó los labios de la mujer desconocida sobre los suyos, abrió los ojos de golpe.La nada lo envolvió nuevamente, y a pesar de haber pasado toda su vida en las tinieblas, le parecía que nunca iba a acostumbrarse a aquellas mañanas. Estaba en su cama, sentía el olor a su propio sudor en las sábanas. Extendió la mano para buscar a Analía a su lado, pero no la encontró. Sólo encontró la vasta funda solitaria y fría.Suspiró el aire fatigado, y entonces percibió nuevamente el aroma de aquella mujer, de la que lo había gobernado la noche anterior. La mujer estaba cerca de la ventana, posiblemente sentada en la silla frente al espejo.Salem se sentó en la cama, alerta. El olor de la mujer no le resultó atrayente como la primera vez que lo había olido en medio de la manifestación; en ese momento se sintió extraño, como hipnotizado.
Salem corrió a toda velocidad. No le importaba que por esa carretera a veces transitaran humanos. Ya no importaba. Todos los humanos sabían de la existencia de los lobos. y aunque no lo supieran, no le importaba mantener el secreto. Lo único que le importaba era encontrar a Analía. Tal vez algo había sucedido, tal vez el contrato de vida o muerte no la había matado. Tal vez, solo tal vez.Corrió, corrió rasguñando con sus fuertes garras el suelo asfaltado, su olfato mejorado siguiendo la esencia de Analía, el olor de la gasolina y el humo. Llegó hasta el lugar donde la moto se había estrellado. Con la poca visión que tenía en su forma de lobo, observó el barranco desgarrado y los rastros de ella arrastrándose por el suelo.Pudo oler la sangre de Analía, y aquello lo asustó aún más. Aceleró el paso, siguiendo el rastro. Podía ver los fuertes rasguños en la tierra, donde los dedos de ella se habían enterrado para poder avanzar. Luego los rastros se detenían abruptamente en un lago. Un l
Cuando Analía despertó, lo hizo despacio, tranquila y en calma. No le dolía nada y se sentía llena de energía. Abrió los ojos y se encontró a sí misma en una pequeña cabaña. La hoguera crepitaba en la chimenea y, a través del cristal de la ventana, se veía cómo la tormenta arreciaba sobre el lugar.Estaba cubierta con una sábana hecha de pieles suaves, como de conejo, desnuda y lo primero en lo que pensó fue en Salem. Buscó su conexión con el hombre, pero no la encontró. Su mente y su cuerpo estaban vacíos, y en ella solo habitaba ella misma y su bebé.Apoyó la mano en su estómago y, aunque el feto aún era muy pequeño, Analía casi podía sentirlo ahí. Fue extraño lo que sucedió después: extendió la conciencia hacia su vientre, como si alargara su mente, y sintió la vida allí. No había pensamientos, el feto aún no pensaba ni sentía, pero el cerebro en formación ya tenía estímulos. Ya era vida dentro de ella.La conciencia de Analía era fuerte. Extendió su mente en todas direcciones y se
Analía no supo de dónde había sacado Barry la ropa. Seguramente la había robado de algún tendedero en las afueras del pueblo. Llegó con unos jeans claros, unos zapatos cómodos y una chaqueta de cuero marrón para ella. Analía tampoco preguntó de dónde había salido la ropa, pero se sintió más cómoda al no tener que andar desnuda en cuanto se transformaba en humana.Estaban cerca de Agnaquela, en el pueblo donde Salem la había encontrado, el mismo en que vivía su antiguo amo. Afortunadamente, no se habían encontrado con él en ningún momento. ¿Qué podría hacerle? ¿Ponerle nuevamente el collar? Analía no sabía dónde lo había perdido, si en la ciudad antes de huir en la moto de Salem o en el lago. De todas formas, había desaparecido y ya no lo extrañaría. Ya no era una esclava y tampoco era la luna de Agnaquela, así que ya no lo necesitaba. Aquello sería un recordatorio de Salem, y pensar en él le hacía recordar su traición. Aunque ciertamente no era una traición, ¿no es así? Se preguntó mie