58| En casa.

Había sido un día extenuante. Alexander sentía cómo le temblaban las rodillas mientras subía las escaleras de su casa. Tenía hambre y sueño. La semana que pasaron viajando desde el aquelarre hacia Agnaquela fue agotadora. Los centinelas, a unas cuantas horas de viaje de ellos, siempre alertas para detectar la presencia de los Maiasaura, llegaron el último día con la terrible noticia: el ejército se acercaba hacia ellos.

La huida hacia Agnaquela se recorrió con todas sus fuerzas; fue una travesía desesperada y aterradora. Los más jóvenes prácticamente cargaban a los niños y a los ancianos, y a pesar de eso, estuvieron a punto de ser acorralados por las criaturas, de no ser porque entraron en tierras de Agnaquela y los Maiasaura que los encontraron no eran más que un grupo de avanzada que fue abatido por los vampiros a pesar de que estaban débiles y hambrientos.

Alexander notó el gran potencial que tenían los vampiros para pelear; solo Bastian había logrado derribar de un par de golpes
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