Una semana bajo tierra había sido suficiente para colmar la cordura de Alexander. Estaba atrapado dentro de la montaña, en el aquelarre, rodeado por vampiros sedientos de sangre que, si se enteraban por un solo segundo que su sangre, aunque muy poco apetitosa, podría otorgarles la energía que perdían día a día debajo de la montaña, lo devorarían en solo un segundo, habían terminado por agotar la paciencia que tenía, así que estaba en la gran biblioteca que tenían los vampiros tratando de encontrar los túneles que salían de la montaña.Solamente el líder del aquelarre tenía la información suficiente como para saber en qué ubicación estaban los túneles y cómo acceder a ellos, también qué tan lejos podían guiarlos en el bosque antes de tener que emerger a la superficie.Los Maiasaura aún seguían rodeando la montaña; habían establecido un campamento alrededor y parecía que se quedarían ahí el tiempo suficiente hasta que el último vampiro del aquelarre se volviera loco de hambre.Los puros
La revolución dentro del aquelarre explotó como las llamas de fuego verde al otro lado de la pared de piedra. Bastian ordenaba a diestra y siniestra, mientras Alexander intentaba organizar a los vampiros que corrían por los corredores. — Solo lleven lo estrictamente necesario — les gritó Alexander a los vampiros — . Mejor no lleven nada, eso nos retrasará.Pero nadie le prestaba atención. Los vampiros trataban de sacar sus pertenencias, cuadros, ropas, retrasando la huida del aquelarre y dándole ventaja a los Maiasaura. Las explosiones se sucedían una tras otra. Las toneladas de tierra que habían vertido sobre ellos les habían dado tiempo suficiente, pero el tiempo comenzaba a acabarse. Las explosiones se escuchaban cada vez más cerca.Alexander miró a Bastian. Las cosas no estaban saliendo bien. El desalojo del aquelarre estaba siendo lento y descontrolado. Entonces, el joven vampiro corrió hacia el mismo lugar donde había estado con Alexander cuando detonaron la montaña para que lo
Habían pasado dos semanas desde la explosión en el salón del trono. Analía apenas había salido del pequeño palacio. Salem había suspendido los primeros días de trabajo en la granja y dedicaron todos sus esfuerzos a excavar la mayor cantidad posible de piedras de la tierra. Pero eran cientos y miles, y por cada una que encontraban, aparecían dos más. Estaban diseminadas por la ciudad.Salem pensó que si se juntaban, podrían producir una explosión más grande, así que las tenía controladas la mayoría cerca del muro para alejarlas de la población civil. Analía ni siquiera había querido salir; se sentía avergonzada y tonta, temía volver a tomar una de estas piedras en sus manos y cargarla de nuevo con esa energía para que explotara. Farid le dijo que era una tontería, pero ella negó. — Cuando la sujeté por primera vez en mis manos, — le contó la noche que la encontró junto al trono, — la piedra se calmó porque yo quise que se calmara, porque tuve miedo de ella. Entonces me obedeció. Pero
Lo primero que notó Analía cuando estaba en las afueras de la ciudad fue la tensa postura de todos los miembros de Agnaquela. Para nadie era un secreto que recibir a los vampiros en su ciudad fue una decisión muy poco popular, pero nadie dijo nada. Ni siquiera el ridículo de Henry, que siempre aprovechaba cada decisión complicada de Salem para tratar de embaucar a la manada en su contra, dijo nada. Sabían que era algo necesario, sabían que tenían que hacerlo si querían ganar la guerra contra los Maiasaura. Necesitaban al aquelarre.Cuando Salem llegó con ella, se transformó en humano y Farid le tendió una pequeña bata de tela delgada. El Alfa estaba recorriendo los muros de la ciudad para verificar que todo estuviera firme y le tomó apenas un par de minutos recorrer el camino hasta la puerta principal de Agnaquela.A lo lejos, a través del bosque, podía verse el inmenso grupo de personas que se acercaban. Analía no sabía si podía referirse a los vampiros como personas, pero hasta dond
El consejo de ancianos había sido claro y enfático: si los Maiasaura iban a utilizar las Brikas, ellos también lo harían. No podían permitir que esas criaturas tuvieran ventajas sobre ellos. Ahora, el reto era encontrar la forma de utilizarlas. Johana había descubierto cómo cargarlas de forma eléctrica, pero la manada tenía pocos accesos a la electricidad, y en cuanto esta tocaba las piedras, ellas explotaban. ¿Cómo podrían cargarlas de manera remota? ¿Cómo convertirlas en armas? Esa era la pregunta que recorría la ciudad. Se ofreció una recompensa a quien encontrara la solución, ya fueran vampiros, lobos o humanos.Después del consejo, Analía se retiró a su habitación. Se sentía extraña: físicamente con energía, pero mentalmente agotada, como si hubiera leído un millón de libros. Solo quería recostarse y cerrar los ojos, aunque apenas estaba cayendo la tarde.Los vampiros se habían ofrecido a trabajar en la granja, le comentó Salem después de entrar un rato después de ella. El Alfa s
Analía se quedó paralizada en su lugar. Salem, con un fuerte movimiento de las piernas, cayó prácticamente erguido y de pie. Luego se peinó el largo cabello que se había despeinado y le caía en el rostro.— Bien, sí, ya voy — , dijo, y Farid volvió a darles una curiosa mirada antes de cerrar la puerta. Salem se apoyó en la pared con la mano libre, se apretó las sienes y luego la mejilla. — Eso me dolió — . — Lo siento, pero tú me dijiste que lo hiciera — . — Sé lo que te dije. Eres más fuerte. El contrato de vida o muerte te da parte de mi fuerza vital, pero ese golpe no es el de una humana con un contrato de vida o muerte, es el de una loba. Y solamente puede suceder algo así si estás embarazada. Como te dije, nuestros genes están diseñados para eso. Ahora tengo que ir a atender al idiota de Henry. Descansa, aunque no lo necesitas — . — Quiero ir contigo — , dijo Analía, y Salem asintió. — Te espero en la sala del trono — .Analía encontró curioso que sus propios pensamientos com
La nieve caía en raudales esa mañana, y el aire se sentía tan congelado que el hombre dentro de la cabaña cerró la ventana para evitar que la nueve se colara dentro. Su cabello oscuro caía como una cascada lacia por su espalda hasta casi la cintura, y los cuernos que sobresalían de su frente hacían una curva hacia atrás de una forma impecable hasta la coronilla. Atados a los cuernos tenía colgantes de esmeraldas y plata. Sus ojos de color violeta observaron el exterior; la nieve creaba una capa que cubría el camino hacia el bosque. — Parecía que la tormenta se complica, eso retrazará el avance de nuetro ejercito hacia las tierras de la manada de las nieves — dijo Las otras personas presentes dentro de la cabaña asintieron. El hombre estiró los brazos, y sus enormes alas oscuras tropezaron con las paredes de madera. No estaba acostumbrado a estar en lugares tan pequeños; cada una de sus alas tenía fácilmente unos 5 metros. Las encogió nuevamente en su espalda y caminó hacia la mesa
Salem y Analía caminaban nuevamente a su habitación, uno al lado del otro. Los pasillos del Pequeño Palacio estaban extrañamente solitarios esa noche. Había sido un día largo y extenuante, aunque no hubieran hecho mucho en realidad; solamente recibir al aquelarre les había arrancado parte de la energía.Desde las enormes ventanas del pasillo se podía observar a lo lejos el área libre dentro de la ciudad donde se había instalado el campamento de los vampiros. Se podían ver flamantes luces amarillas y varias fogatas alrededor. — ¿Estaremos bien? — le preguntó Analía.Salem caminaba sujetando su mano. Analía estrechó con fuerza la mano del lobo y él no la apartó, disfrutando de caminar juntos, tocándose. — Eso espero. La verdad, ahora tengo más esperanza. La idea de Henry tuvo sentido, aunque lo más probable es que ni siquiera haya sido suya. Sembrar las Brikas como minas podría funcionar. Los Maiasaura no lograrán verlas y podremos activarlas a distancia. La cuestión es que debemos el