Alexander se quedó de pie, observando el consejo de vampiros. Todos lo miraban. Se formó un murmullo generalizado en la sala. No eran los únicos que estaban allí; detrás de las altas sillas donde estaban los vampiros del consejo, había decenas de vampiros más. Era un salón alto, en forma de caverna, que dejaba espacio para al menos cien personas en el interior. — ¿De qué diablos estás hablando? — le preguntó el transformista, un vampiro de ojos rojos, el líder del aquelarre— Así como lo escuchaste, señor… — dijo Alexander. — Mi nombre es Dónovan, Dónovan Mardoqueo, transformista y líder del aquelarre de las Estrellas, y te exijo en este momento que nos digas la verdad. ¿Cuál es tu propósito en nuestro hogar?Alexander se aclaró la garganta. — Ya se lo dije: el aquelarre está en riesgo. — Explícate — le pidió Dónovan.Alexander asintió. — Bien, hace unas semanas notamos un movimiento inusual de los Maiasaura. No pensamos que podría ser algo preocupante hasta que nuestro Alfa enco
Las runas dibujadas en el suelo de madera brillaron con tanta fuerza que Alexander tuvo que cerrar los ojos para no quedar cegado.El cuerpo le dolió, como si cien mil agujas le atravesaran los músculos. Intentó transformarse para que su lobo enfrentara aquella situación dolorosa y terrorífica, pero no pudo hacerlo. El líquido que había bebido, el que Bastian le había obligado a beber, lo tenía sin poderes, como un humano normal, y aquella situación comenzó a sobrepasarlo. — ¡Ayuda! — gritó, pero nadie vino en su rescate. Nadie lo haría; lo habían metido ahí para torturarlo. Seguramente le preguntarían cosas sobre la manada, y si no contestaba con la verdad, lo someterían nuevamente al dolor.Apretó con fuerza los puños y los dientes, golpeando la madera del suelo para tratar de menguar un poco el dolor que le atravesaba el cuerpo. Pero nada funcionaba. Aquella sensación se deslizó por su cuerpo hasta llegar a su cabeza.Las puñaladas de agujas punzantes dentro de su cerebro se hicie
Cuando Analía entró en la habitación que compartía con Salem, lo hizo estrepitosamente. Abrió la puerta con fuerza, y el sonido de sus pies descalzos alertó al Alfa antes de que ella llegara con él. Cuando lo hizo, el hombre se había erguido sobre la cama y sostenía los puños firmes frente a ella. — ¿Quién es? — preguntó alterado. Luego, cuando percibió el aroma de Analía, se calmó — . ¿Por qué entras así, de esa manera? Me despertaste — dijo, acostándose en la cama nuevamente y abrazando con fuerza su almohada.Analía tenía el aliento entrecortado y le costó sacar las palabras de su cargada garganta. — Esta cosa — dijo, meneando la piedra en el aire — esta cosa hizo algo. — Imagino que sostienes algo en tu mano — dijo Salem adormilado — pero no sé cómo es que siempre olvidas, una y otra vez, que no puedo ver lo que tienes.Analía se sentó al borde de la cama, tomó la grande mano de El Alfa y apoyó la piedra verdosa en su palma. — ¿Qué es esto, papel duro? — preguntó Salem. Ni siq
Se había citado una reunión del Consejo de manera urgente. Analía estaba sentada en la silla a la diestra de Salem, quien estaba en su trono. El lobo parecía sereno, a pesar de que solo ella podía sentir la impotencia y rabia que sentía el hombre en ese momento. Lo percibía a través de su conexión, lo sentía profundamente arraigado. Si Salem hubiese tenido un Maiasaura frente a él en ese momento, le habría arrancado la cabeza.Los ancianos del Consejo formaban un círculo perfecto en torno al trono de Salem. En medio estaba Barry. El joven parecía un poco intimidado; le habían dado de beber y de comer, pero aún así no perdía la palidez en su rostro. — Quiero que me cuentes todo lo que puedas sobre el campamento de los Maiasaura — le pidió uno de los ancianos del Consejo.Barry pasó las manos por la cara. — No lo sé. Seguramente su plan desde el principio fue dejarme venir porque me mantuvieron aislado. En el momento en que perdí el conocimiento, después de que nuestra Luna saltó del
Analía se arrastró hacia el Alfa. Cuando estuvo con él, le dio una bofetada fuerte y el lobo despertó abriendo sus brillantes ojos rojos. Se desprendió con rapidez de la ropa, y Analía pudo ver cómo tenía la piel quemada. — Huelo... huelo tu sangre, — dijo Salem, acercándose a ella. Tanteó con las manos el cuerpo de Analía hasta que encontró la astilla clavada en su estómago. — ¡Farid! — llamó al anciano, que se arrastraba detrás del trono. Parecía que también se había quemado parte del rostro. — Mi Luna, — dijo Farid en cuanto llegó. Salem la cargó en sus brazos. — Hay que llevarla a la enfermería rápido, — dijo Salem. Analía echó una rápida mirada al resto del Consejo. Los demás ancianos parecían heridos, algunos quemados, pero bien. Barry ayudaba a poner de pie a una de las ancianas.Salem salió corriendo con Analía. Entraron a una parte del pequeño palacio que ella no conocía. Era amplia, con un salón grande, y cuando cruzaron por una puerta se encontraron con un lugar antisépt
Analía se sintió segura en los brazos de Salem. El hombre la cargó a través del pequeño palacio, apretándola contra su cuerpo. Ana se sentía entumecida, percibía la presión de la herida en su abdomen y algo más en su interior.Se sentía entumecida. Salem le había dicho que la enfermera la había inyectado con anestesia, así que no sentiría dolor. Aun así, se sintió nerviosa. No era como imaginaba su primera vez, ni como hubiera querido, y también podía sentir esa misma desazón dentro de Salem. — Hay una manada — comentó Salem — que extrae el esperma de los lobos y lo almacena, como en un banco. Cuando una mujer se enferma… ya sabes lo que hacen. Incluso funciona para hombres humanos también. No querrás saber por dónde…Analía se rio, pero algo dentro de ella se removió, así que prefirió aguantarse las ganas de seguir sonriendo. — La cuestión es que aquí en la manada no se practica de forma oficial. Todos lo hacen, ¿sabes? Pero en la intimidad de sus hogares.Cuando llegaron a la habi
Alexander cenó en la habitación que era más bien una prisión. Sentado sobre el duro y frío colchón, comió el arroz del plato que le habían traído. Era insípido, sin sal ni aceite, como si hubieran hervido los granos en agua y los hubieran servido sin más. La carne, al menos, no estaba completamente insulsa. Se preguntó si los vampiros que se alimentaban de comida humana comían siempre así. No es de extrañar que prefieran la sangre, pensó. A pesar de todo, devoró la comida sin una palabra, muerto de hambre. El agua, simplemente, era agua. Se recostó en el pequeño colchón y se cubrió con la cobija.Aún no había anochecido cuando la puerta se abrió. Bastian entró con una extraña expresión derrotada en el rostro. Alexander intentó ignorarlo, dándose la vuelta y clavando la cara en la pared. Escuchó a Bastian sentarse contra la pared al otro lado mientras la puerta se cerraba. — Estoy empezando a recuperar mis poderes — dijo Alexander — . En unos diez minutos creo que podría transformarme.
Analía despertó lentamente, sintiendo un cálido peso a su lado. Abrió los ojos y se encontró envuelta en las mantas, con la luz del sol filtrándose por las cortinas. A su lado, Salem dormía profundamente, su respiración calmada y su rostro relajado, libre del ceño de preocupación que había mostrado antes.Se movió un poco y sintió una punzada en su abdomen, recordando la herida. La examinó con cuidado y se sorprendió al notar que estaba casi completamente curada, apenas una suave cicatriz donde había estado la astilla. El recuerdo de la noche anterior la golpeó: la urgencia, el miedo, y luego... la intensa conexión con Salem. El hecho de que había sido necesario para salvar su vida no le quitaba la belleza ni la intimidad del momento.Analía había escuchado historias, había leído en los libros que su primera vez siempre sería dolorosa e incómoda. Pero con Salem no había sido así. El ardor aún persistía en su vientre bajo, pero había alcanzado un placer que pensó no podría sentirse. Se