21| A la espera.

Analía no quiso entrar al palacio; se quedó afuera, en la nieve, en el frío, esperando. Cerró los ojos e intentó contactarse nuevamente con Salem para ver cómo iba la misión, pero el hombre estaba bloqueado. Entrar a su mente era como golpear el asfalto con los puños desnudos: imposible. No podía hacerlo. No tenía más opción que esperar, así que esperó.

El sol salió por el horizonte y poco a poco comenzó a recorrer el cielo. Farid intentó hacer desayunar a Analía, pero no lo consiguió. La mujer estaba abrumada, estresada, furiosa. Tenía miedo, y toda esa mezcla de emociones la tenían al límite.

Sabía que no podía sentirlas porque, si lo hacía, Salem podía verse perjudicado y tenía que estar concentrado en la misión. Así que se sentó en el suelo y trató de meditar, cerrando los ojos y respirando profundamente, concentrándose en cada respiración. Pero a su cabeza regresaba una y otra vez la imagen borrosa de los ojos de Salem, viendo a su hermanito transformarse en un lobo.

— ¿Cuándo
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