La mañana llegó más lenta de lo que Analía hubiera querido. Prácticamente no durmió en toda la noche, pensando en la reunión que tenían con los Maiasaura. Sus manos temblaban cuando se levantó. Salem había salido de la ducha, con el cabello aún goteando. Ella se metió en la ducha y se bañó con agua fría. Desde que había firmado el contrato de vida y muerte con Salem, el frío ya no la atormentaba tanto, como si el calor corporal del hombre se le transmitiera a través de aquella conexión.Afuera la esperaba un vestido, lo suficientemente extenso como para distinguirla de cualquier mujer, pero lo bastante cómodo como para moverse. Era blanco como la nieve, con encajes y una larga capa de seda. Unas botas hasta las rodillas y unos pantalones de cuero blanqueados completaban el atuendo. Cuando Analía se miró en el espejo, no pudo evitar pensar que se veía hermosa, realmente atractiva, como una reina. Su rostro, como lo había notado en otras ocasiones, había cambiado; ahora era el de una
Todo sucedió muy rápido. Analía, en solo un parpadeo, se encontró rodeada de Maiasauras. Salem se había transformado; el lobo blanco estaba sobre la nieve. Dio un paso al frente, protegiéndola. Los Maiasauras comenzaron a rodearlos; había decenas y decenas de hombres que empezaron a salir de entre los árboles, entre la nieve. Aunque no se transformaban, Analía podía sentir en el ambiente la tensión palpable. Podía percibir el peligro que aquellas criaturas representaban. Salem gruñó hacia Vladimir, pero el hombre sonrió ladeando la cabeza. — Tal vez tú seas competencia para algunos de nosotros — dijo Vladimir — , pero el resto de tus lobos no. Así que es mejor que te rindas de una vez. Salem aulló tan fuerte que incluso algunos de los Maiasaura tuvieron que cubrirse los oídos. Entonces comenzó el caos. Salem saltó hacia el frente para atacar a Vladimir, pero el líder de los Maiasaura dio un salto en el aire, transformándose también. Analía no pudo ver claramente en qué criatura s
A pesar de haberse acostumbrado al frío, seguramente debido al contrato de vida o muerte, este comenzó a colarse en los huesos de Analía. Se refugió en la parte más profunda de la cueva, intentando evitar el viento helado que entraba por la entrada, pero el frío se filtraba por todas partes. Intentó calentarse creando una pequeña fogata, tal como su padre le había enseñado, usando fragmentos de un árbol podrido que había caído en la entrada de la cueva. Sin embargo, la madera humedecida se consumió en un par de horas y el poco calor que había generado fue insuficiente. A medida que avanzaba la tarde, el temor la invadió. Salió de la cueva y observó el bosque a su alrededor. La nieve brillante caía por todas partes, creando un halo de luz en la densa arboleda. Entró nuevamente en la cueva y trató de meditar, estirando su mente para encontrar a Salem. Aunque era cada vez más consciente de la conexión que los unía, no logró hallarlo. Si Salem estuviera muerto, ella también lo estaría,
A pesar de que en realidad tenía mucha hambre, logró quedarse dormida sobre el lomo del lobo. Salem se había dormido un rato antes que ella y ella se sintió tan a salvo sobre él que reposó la cabeza sobre su pelaje sedoso y se durmió. Cuando despertó en la mañana, Salem se había transformado nuevamente en humano, seguramente mientras dormía. Estaba sobre él, ambos completamente desnudos. El hombre era grande, con la piel tibia, y cuando sintió el roce fuerte de la erección clavándose en su vientre, Analía quiso apartarse avergonzada, pero no lo hizo, se quedó ahí disfrutando de aquella dureza. Salem abrió los ojos, sus iris rojos se clavaron en Analía. — ¿Por qué siempre me ves así? Siento como si me estuvieras viendo — el lobo parpadeó un par de veces.— Es porque quisiera hacerlo — murmuró él. Ana recostó la mejilla en su fuerte pecho, movió un poco las caderas. Cuando el hombre se dio cuenta de la posición en la que estaba, de que su hombría estaba presionando contra el vientre
Salem había reunido al consejo de ancianos. Analía estaba presente en el lugar. Unos veinte o veinticinco hombres y mujeres envejecidos, aparentemente sabios, estaban reunidos en el palacio. Salem estaba sentado en su trono, y las veinticinco sillas, con su respectivo anciano, rodeaban el lugar. Analía estaba sentada en una silla amplia de madera junto a Salem. Todos guardaban silencio, esperando a que el Alfa comenzara la reunión. Él suspiró profundamente. — Murieron dos de los nuestros y Barry está desaparecido — comenzó Salem — . Probablemente esté secuestrado. No estaba en el lugar donde Analía lo vio atacado y herido, pues así que no lo asesinaron. Tal vez lo usen para algo. — ¿Qué es lo que haremos? — preguntó una de las ancianas. Farid Era uno de los ancianos más importantes del consejo y estaba sentada al otro lado de la silla de Salem. — Primero que todo — dijo Salem — , deberíamos resguardar Agnaquela. Los Maiasaura no han podido entrar nunca ni lo harán. Podríamos co
El consejo se había extendido por varias horas. Salem, con su corona firmemente colocada, escuchaba pacientemente a los ancianos. — De ser así — dijo uno de los ancianos, levantándose — , los Maiasaura tienen una gran ventaja. Un lobo de raza superior es demasiado poderoso. Ya vimos lo que Kerr hizo. Las manadas que se enfrentaron a él tuvieron suerte de que era un buen hombre. Pero si los Maiasaura están lavando la cabeza del niño, podrían trastornarlo lo suficiente para que nos ataque. — Podría atravesar los muros — intervino otra anciana — . Y así esas criaturas demoníacas lograrían entrar a Agnaquela. Dentro de la ciudad no tendremos cómo defendernos con eficiencia. — Entonces hay que actuar — dijo Salem — . No solo fortificar la parte externa de la ciudad, sino también la interna. Debemos prepararnos para el momento en que entren. Debemos asumir que la pelea será dentro de la ciudad. Volteó a mirar a otro anciano, más joven y fornido que los demás. — Quiero que comienc
Analía tenía que trabajar para no pensar. Para no pensar en su hermanito Oliver. Para no pensar en Barry, secuestrado por los Maiasaura, tal vez siendo torturado para sacar la información sobre Agnaquela. Así que la granja se había convertido en su total motivación, en su principal objetivo. Sabía sobre cultivar; su padre le había enseñado bien. De eso se abastecían en la casa cuando llegaba el invierno, de la cosecha que Analía sacaba cada año del patio trasero. Recordar al hombre que había sido su padre le generó de nuevo un nudo en el estómago. De alguna forma, le recordaba a Salem. Era alto y fuerte, de hombros anchos. Su cuerpo siempre estaba tan cálido cuando la abrazaba. Tenía el cabello cobrizo, la barba espesa, las cejas pobladas. Sus ojos eran azules como el hielo, pero desprendían una bondad que en realidad nunca volvió a ver en ningún ser humano. Venía de vez en cuando a la casa, traía provisiones y se quedaba un par de días para estar con sus hijos.A Analía los ojos se
Alexander era un joven atractivo. No era muy alto, ni muy robusto; más bien un poco delgado, pero se lograba ver a través de la ropa que traía que era un chico atlético. Tenía la cintura estrecha y las piernas torneadas. De hecho, era bastante atractivo. Tenía el cabello rubio como el sol y los ojos de un verde esmeralda que brillaban con una sonrisa enmarcada por unos labios carnosos y rojos. El joven no podría pasar de los 25 o 26 años de edad. Se acercó a ellos y se inclinó. — Mi luna, mi alfa — dijo el joven.Luego se irguió, tenía una postura perfecta. Analía sintió cómo Salem sintió desagrado. Evidentemente, ella lo estaba morboseando; era muy atractivo y eso hizo sentir incómodo al Alfa. Así que Analía, solo por mera gana de molestar al Alfa, se lo imaginó sin camisa. Debía tener un cuerpo definido con una cantidad de músculo perfecto. Salem volteó la cabeza hacia Ana, apretando los labios, casi como un regaño para que dejara esos pensamientos de lado. — El señor Farid me con