24| El odio a los esclavos

Analía ensució las manos ella misma. Tomó un pequeño azadón y ayudó a una pequeña niña a arar la tierra. Los recolectores habían traído semillas de todas clases: trigo, avena, cebada, frijol, garbanzos. También habían encontrado frutas silvestres: bayas, moras, mangos. Todos estaban disfrutando realmente de aquello.

Los lobos, incluso en su forma humana, eran más fuertes que una persona normal. Así que Analía se sintió agradecida cuando, en un solo día, hicieron lo que un grupo de humanos con la misma cantidad de trabajadores hubiera hecho en dos o tres días.

Metió literalmente las narices en aquel proyecto. Ya no quería pensar en nada, no quería pensar en su hermano, no quería pensar en el recuerdo de haberlo visto transformarse en un lobo.

Mientras Salem preparaba la reunión con los Maiasaura, Analía no quería pensar en nada. Se sentía tonta cuando lo hacía, se distraía, incluso tropezaba. Así que toda su atención se fue directo a la granja de Agnaquela.

Los días se fueron sucedi
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