Salem había reunido al consejo de ancianos. Analía estaba presente en el lugar. Unos veinte o veinticinco hombres y mujeres envejecidos, aparentemente sabios, estaban reunidos en el palacio. Salem estaba sentado en su trono, y las veinticinco sillas, con su respectivo anciano, rodeaban el lugar. Analía estaba sentada en una silla amplia de madera junto a Salem. Todos guardaban silencio, esperando a que el Alfa comenzara la reunión. Él suspiró profundamente. — Murieron dos de los nuestros y Barry está desaparecido — comenzó Salem — . Probablemente esté secuestrado. No estaba en el lugar donde Analía lo vio atacado y herido, pues así que no lo asesinaron. Tal vez lo usen para algo. — ¿Qué es lo que haremos? — preguntó una de las ancianas. Farid Era uno de los ancianos más importantes del consejo y estaba sentada al otro lado de la silla de Salem. — Primero que todo — dijo Salem — , deberíamos resguardar Agnaquela. Los Maiasaura no han podido entrar nunca ni lo harán. Podríamos co
El consejo se había extendido por varias horas. Salem, con su corona firmemente colocada, escuchaba pacientemente a los ancianos. — De ser así — dijo uno de los ancianos, levantándose — , los Maiasaura tienen una gran ventaja. Un lobo de raza superior es demasiado poderoso. Ya vimos lo que Kerr hizo. Las manadas que se enfrentaron a él tuvieron suerte de que era un buen hombre. Pero si los Maiasaura están lavando la cabeza del niño, podrían trastornarlo lo suficiente para que nos ataque. — Podría atravesar los muros — intervino otra anciana — . Y así esas criaturas demoníacas lograrían entrar a Agnaquela. Dentro de la ciudad no tendremos cómo defendernos con eficiencia. — Entonces hay que actuar — dijo Salem — . No solo fortificar la parte externa de la ciudad, sino también la interna. Debemos prepararnos para el momento en que entren. Debemos asumir que la pelea será dentro de la ciudad. Volteó a mirar a otro anciano, más joven y fornido que los demás. — Quiero que comienc
Analía tenía que trabajar para no pensar. Para no pensar en su hermanito Oliver. Para no pensar en Barry, secuestrado por los Maiasaura, tal vez siendo torturado para sacar la información sobre Agnaquela. Así que la granja se había convertido en su total motivación, en su principal objetivo. Sabía sobre cultivar; su padre le había enseñado bien. De eso se abastecían en la casa cuando llegaba el invierno, de la cosecha que Analía sacaba cada año del patio trasero. Recordar al hombre que había sido su padre le generó de nuevo un nudo en el estómago. De alguna forma, le recordaba a Salem. Era alto y fuerte, de hombros anchos. Su cuerpo siempre estaba tan cálido cuando la abrazaba. Tenía el cabello cobrizo, la barba espesa, las cejas pobladas. Sus ojos eran azules como el hielo, pero desprendían una bondad que en realidad nunca volvió a ver en ningún ser humano. Venía de vez en cuando a la casa, traía provisiones y se quedaba un par de días para estar con sus hijos.A Analía los ojos se
Alexander era un joven atractivo. No era muy alto, ni muy robusto; más bien un poco delgado, pero se lograba ver a través de la ropa que traía que era un chico atlético. Tenía la cintura estrecha y las piernas torneadas. De hecho, era bastante atractivo. Tenía el cabello rubio como el sol y los ojos de un verde esmeralda que brillaban con una sonrisa enmarcada por unos labios carnosos y rojos. El joven no podría pasar de los 25 o 26 años de edad. Se acercó a ellos y se inclinó. — Mi luna, mi alfa — dijo el joven.Luego se irguió, tenía una postura perfecta. Analía sintió cómo Salem sintió desagrado. Evidentemente, ella lo estaba morboseando; era muy atractivo y eso hizo sentir incómodo al Alfa. Así que Analía, solo por mera gana de molestar al Alfa, se lo imaginó sin camisa. Debía tener un cuerpo definido con una cantidad de músculo perfecto. Salem volteó la cabeza hacia Ana, apretando los labios, casi como un regaño para que dejara esos pensamientos de lado. — El señor Farid me con
33| Si me pides que me quede.Analía se hizo la tonta un ratito fuera de la puerta, quería escuchar el momento exacto en el que El Alfa entrara a la ducha. No sabía por qué hacía eso; tal vez era porque en serio quería hacerlo, pero se lo justificaba a sí misma diciendo que era un jueguito para poner de mal humor al hombre. Cuando la puerta de la ducha se cerró, Analía entró al cuarto. Se quitó la ropa, quedando solo en ropa interior. Abrió estrepitosamente la puerta del baño y entró. — ¿Qué haces? — le preguntó él. Estaba en la ducha; el agua fría le recorría el cuerpo. Instintivamente, se cubrió, pero luego se golpeó a sí misma mentalmente. El Alfa no podía verla desnuda. — Lo siento, no sabía que estabas aquí — dijo Analía.El hombre seguía ahí de pie, con la mirada puesta en la pared y el agua cayendo por su cuerpo. — Claro que lo sabías — le dijo — . Olvidas que puedo sentir lo que sientes. ¿Quieres molestarme? Ya déjame en paz, lárgate.Analía se rio, salió del cuarto de baño
Alexander siempre había sido un aventurero. Toda su vida estuvo lleno de curiosidad por explorar el mundo, conocer diferentes culturas y aprender.Sus padres siempre lo habían apoyado. Su abuelo había pertenecido al consejo de ancianos, por lo que su padre, desde pequeño, había sido entrenado para tener una mente abierta.Su madre era una humana increíble, una antropóloga con una carrera exitosa, hasta el día en que conoció a su padre y quedó flechada por el hombre que se convertía en lobo.Llevar a un humano nuevo a la manada cada día era más complicado, sobre todo ahora que el secreto de los lobos ya se había revelado. Todos los humanos sabían que ellos existían. Alexander no entendía claramente cómo había sucedido, pero una loba llamada Moira y luego un lobo llamado Kerr habían expuesto el submundo para protegerlo. Era la mejor manera de hacerlo.Un laboratorio quería experimentar con todos y exhibirse ante el mundo era la única manera de escapar de él. Por eso, los humanos ahora s
Analía se levantó temprano esa mañana. No había podido pegar el ojo en toda la noche. Salem no regresó, y ella, a través del enlace que los unía, sintió cómo había permanecido despierto toda la noche en algún lugar del Pequeño Palacio.Esa sensación de dolor y de traición no se le quería quitar del cuerpo. Al parecer, los recuerdos lo atormentaban. Analía se preguntó qué historia tan traumática debía haber vivido Salem con "La esclava" para que sintiera aquellas emociones que no le permitían avanzar.Pero ella no podía ser responsable de las emociones del Alfa; solo era responsable de sus propias emociones y no podía dejar que la gobernaran. Así que esa mañana se puso de pie, se prendió con fuerza el collar y se puso un vestido relativamente cómodo para irse a la granja.En la granja, se encontró con Johana, la mamá de Alexander. El joven que había emprendido la misión de abogar por la manada de las nieves con el aquelarre.Johana era una mujer interesante, una humana fuerte y atracti
Analía se quedó al lado de Salem. El hombre se tensó por un momento, pero después de un largo minuto, negó con la cabeza. — No, no quiero hacerlo. — Lo entiendo — le dijo Analía — . Entiendo que no quieras contarme esto, pero sabrás que tienes que hacerlo en algún momento. ¿Has hablado de esto con alguien alguna vez?Él negó con la cabeza. — Nunca — murmuró. — Entonces tendrás que hacerlo. ¿Qué harás cuando llegue tu luna? Cuando ella llegue, deberás estar preparado para ella.Analía trató de que su voz no reflejara el dolor que sentía, pero Salem lo notó, porque levantó la mirada hacia ella, clavando sus ojos rojos en su frente. — Yo era un muchacho — comenzó a contar el alfa — No recuerdo cuántos años tenía, tal vez veinte. Llegué a la ciudad cuando era un niño. Mi padre era un lobo de esta ciudad y había embarazado a mi madre, una aldeana de un pueblo al sur de Agnaquela. Ella era una humana sencilla y bruta. La recuerdo bien, recuerdo sus palizas, recuerdo el odio con el que