Analía se levantó temprano esa mañana. No había podido pegar el ojo en toda la noche. Salem no regresó, y ella, a través del enlace que los unía, sintió cómo había permanecido despierto toda la noche en algún lugar del Pequeño Palacio.Esa sensación de dolor y de traición no se le quería quitar del cuerpo. Al parecer, los recuerdos lo atormentaban. Analía se preguntó qué historia tan traumática debía haber vivido Salem con "La esclava" para que sintiera aquellas emociones que no le permitían avanzar.Pero ella no podía ser responsable de las emociones del Alfa; solo era responsable de sus propias emociones y no podía dejar que la gobernaran. Así que esa mañana se puso de pie, se prendió con fuerza el collar y se puso un vestido relativamente cómodo para irse a la granja.En la granja, se encontró con Johana, la mamá de Alexander. El joven que había emprendido la misión de abogar por la manada de las nieves con el aquelarre.Johana era una mujer interesante, una humana fuerte y atracti
Analía se quedó al lado de Salem. El hombre se tensó por un momento, pero después de un largo minuto, negó con la cabeza. — No, no quiero hacerlo. — Lo entiendo — le dijo Analía — . Entiendo que no quieras contarme esto, pero sabrás que tienes que hacerlo en algún momento. ¿Has hablado de esto con alguien alguna vez?Él negó con la cabeza. — Nunca — murmuró. — Entonces tendrás que hacerlo. ¿Qué harás cuando llegue tu luna? Cuando ella llegue, deberás estar preparado para ella.Analía trató de que su voz no reflejara el dolor que sentía, pero Salem lo notó, porque levantó la mirada hacia ella, clavando sus ojos rojos en su frente. — Yo era un muchacho — comenzó a contar el alfa — No recuerdo cuántos años tenía, tal vez veinte. Llegué a la ciudad cuando era un niño. Mi padre era un lobo de esta ciudad y había embarazado a mi madre, una aldeana de un pueblo al sur de Agnaquela. Ella era una humana sencilla y bruta. La recuerdo bien, recuerdo sus palizas, recuerdo el odio con el que
Había pasado una larga hora. Alexander seguía recostado en la pared. El frío comenzaba a colarse en sus huesos; a pesar de su constitución física, la celda estaba congelada. Ni siquiera el rayo de sol que entraba por el agujero en el techo le ayudaba a calentarse.Se puso de pie y comenzó a moverse por el lugar, tratando de entrar en calor. Tal vez si se transformaba en lobo podría soportar un poco más la inclemencia del clima, pero el transformista que estaba al otro lado de la puerta tal vez podría tomarlo a mal. Así que se quedó en su forma humana.La puertecilla se abrió nuevamente. Los ojos rojos del vampiro lo observaron, luego le tendió una ropa color marrón que cayó al suelo. — Vístete — le dijo.Alexander bromeó: — ¿Te incomoda verme desnudo? O tal vez te gusta mucho.El vampiro cerró nuevamente la pequeña abertura con violencia. Alexander se vistió. Era un mono completo de los pies a la cabeza, con una cremallera en la espalda, de color marrón Ajustado, era bonito y cómodo
Los labios de la Alfa se posaron sobre el cuello de Analía. La besó con profundidad, atrayéndola hacia su cuerpo. «En qué momento sucedieron las cosas? » se preguntó Analía. «No lo sé » Cuando lo pensó, ya estaba sentada sobre el regazo de Salem, el cuerpo cálido del hombre pegado al suyo. Las manos de él se metieron por entre su vestido y la acariciaron la espalda. Analía se dejó llevar. Movió las caderas sobre él mientras sus labios rozaban la sensible piel de su oreja. Luego, cuando el hombre la besó en los labios, lo hizo con profundidad, con pasión y deseo, dejándose llevar por sus emociones.Aún seguían en el trono, en el salón principal. Nadie estaba allí, pero en cualquier momento cualquier persona podría entrar. De todas formas, Analía se imaginaba que nadie se atrevería a decirles nada. Era el Alfa y la Luna de esa ciudad, de esa manada. ¿Quién podría decirles algo, estando en su propio hogar? Analía lo besó de vuelta. Los labios cálidos y sedosos del hombre eran una com
Alexander se quedó de pie, observando el consejo de vampiros. Todos lo miraban. Se formó un murmullo generalizado en la sala. No eran los únicos que estaban allí; detrás de las altas sillas donde estaban los vampiros del consejo, había decenas de vampiros más. Era un salón alto, en forma de caverna, que dejaba espacio para al menos cien personas en el interior. — ¿De qué diablos estás hablando? — le preguntó el transformista, un vampiro de ojos rojos, el líder del aquelarre— Así como lo escuchaste, señor… — dijo Alexander. — Mi nombre es Dónovan, Dónovan Mardoqueo, transformista y líder del aquelarre de las Estrellas, y te exijo en este momento que nos digas la verdad. ¿Cuál es tu propósito en nuestro hogar?Alexander se aclaró la garganta. — Ya se lo dije: el aquelarre está en riesgo. — Explícate — le pidió Dónovan.Alexander asintió. — Bien, hace unas semanas notamos un movimiento inusual de los Maiasaura. No pensamos que podría ser algo preocupante hasta que nuestro Alfa enco
Las runas dibujadas en el suelo de madera brillaron con tanta fuerza que Alexander tuvo que cerrar los ojos para no quedar cegado.El cuerpo le dolió, como si cien mil agujas le atravesaran los músculos. Intentó transformarse para que su lobo enfrentara aquella situación dolorosa y terrorífica, pero no pudo hacerlo. El líquido que había bebido, el que Bastian le había obligado a beber, lo tenía sin poderes, como un humano normal, y aquella situación comenzó a sobrepasarlo. — ¡Ayuda! — gritó, pero nadie vino en su rescate. Nadie lo haría; lo habían metido ahí para torturarlo. Seguramente le preguntarían cosas sobre la manada, y si no contestaba con la verdad, lo someterían nuevamente al dolor.Apretó con fuerza los puños y los dientes, golpeando la madera del suelo para tratar de menguar un poco el dolor que le atravesaba el cuerpo. Pero nada funcionaba. Aquella sensación se deslizó por su cuerpo hasta llegar a su cabeza.Las puñaladas de agujas punzantes dentro de su cerebro se hicie
Cuando Analía entró en la habitación que compartía con Salem, lo hizo estrepitosamente. Abrió la puerta con fuerza, y el sonido de sus pies descalzos alertó al Alfa antes de que ella llegara con él. Cuando lo hizo, el hombre se había erguido sobre la cama y sostenía los puños firmes frente a ella. — ¿Quién es? — preguntó alterado. Luego, cuando percibió el aroma de Analía, se calmó — . ¿Por qué entras así, de esa manera? Me despertaste — dijo, acostándose en la cama nuevamente y abrazando con fuerza su almohada.Analía tenía el aliento entrecortado y le costó sacar las palabras de su cargada garganta. — Esta cosa — dijo, meneando la piedra en el aire — esta cosa hizo algo. — Imagino que sostienes algo en tu mano — dijo Salem adormilado — pero no sé cómo es que siempre olvidas, una y otra vez, que no puedo ver lo que tienes.Analía se sentó al borde de la cama, tomó la grande mano de El Alfa y apoyó la piedra verdosa en su palma. — ¿Qué es esto, papel duro? — preguntó Salem. Ni siq
Se había citado una reunión del Consejo de manera urgente. Analía estaba sentada en la silla a la diestra de Salem, quien estaba en su trono. El lobo parecía sereno, a pesar de que solo ella podía sentir la impotencia y rabia que sentía el hombre en ese momento. Lo percibía a través de su conexión, lo sentía profundamente arraigado. Si Salem hubiese tenido un Maiasaura frente a él en ese momento, le habría arrancado la cabeza.Los ancianos del Consejo formaban un círculo perfecto en torno al trono de Salem. En medio estaba Barry. El joven parecía un poco intimidado; le habían dado de beber y de comer, pero aún así no perdía la palidez en su rostro. — Quiero que me cuentes todo lo que puedas sobre el campamento de los Maiasaura — le pidió uno de los ancianos del Consejo.Barry pasó las manos por la cara. — No lo sé. Seguramente su plan desde el principio fue dejarme venir porque me mantuvieron aislado. En el momento en que perdí el conocimiento, después de que nuestra Luna saltó del