Analía no quiso entrar al palacio; se quedó afuera, en la nieve, en el frío, esperando. Cerró los ojos e intentó contactarse nuevamente con Salem para ver cómo iba la misión, pero el hombre estaba bloqueado. Entrar a su mente era como golpear el asfalto con los puños desnudos: imposible. No podía hacerlo. No tenía más opción que esperar, así que esperó.El sol salió por el horizonte y poco a poco comenzó a recorrer el cielo. Farid intentó hacer desayunar a Analía, pero no lo consiguió. La mujer estaba abrumada, estresada, furiosa. Tenía miedo, y toda esa mezcla de emociones la tenían al límite. Sabía que no podía sentirlas porque, si lo hacía, Salem podía verse perjudicado y tenía que estar concentrado en la misión. Así que se sentó en el suelo y trató de meditar, cerrando los ojos y respirando profundamente, concentrándose en cada respiración. Pero a su cabeza regresaba una y otra vez la imagen borrosa de los ojos de Salem, viendo a su hermanito transformarse en un lobo. — ¿Cuándo
Analía perdió todas las fuerzas que tenía en el cuerpo. Las rodillas le temblaron y cayó arrodillada frente al Alfa. El hombre se agachó, la tomó por los hombros y la levantó. — No lo entiendo — murmuró ella, aterrada — . ¿No quiso venir?Los ojos se le habían llenado tanto de lágrimas que le impedían ver los ojos rojos del Alfa, que la miraba con una extraña expresión en el rostro. Por primera vez no la miró con rabia; la miró con una expresión de genuina curiosidad. — Tu hermano es un lobo — dijo — . Se transformó cuando uno de los míos intentó ir por él y lo atacó. Es más fuerte que un lobo normal. No te entiendo, tú no eres una loba, ¿por qué tu hermano sí lo es?Analía estaba demasiado confundida como para pensar en eso en ese momento. De no ser por la fuerza enorme del Alfa sosteniéndola, hubiera caído nuevamente. Farid dio un paso al frente. — Tal vez — dijo él — . El niño es hijo de otro padre, un padre lobo, no el mismo padre de Analía. Salem asintió. — Sí, eso tiene sen
Analía desayunó en su cuarto esa mañana. Se sentía sin fuerzas para abandonar la habitación. Oliver pensaba que lo había abandonado de verdad. Lo pensaba, creía que ella no cumpliría la promesa que le había hecho de rescatarlo. Y eso lo sumió en una intensa tristeza. Podía sentir en su mente la presencia de Salem, pero El Alfa no decía nada. Por primera vez, no la regañó por sentir tristeza o depresión. Tal vez la entendía.Cuando llegó Farid para la hora del almuerzo con una bandeja y un plato, Analía se sentó en la cama. Había intentado dormir, pero no lo consiguió. Se sentía tan triste y tan inútil que todo el cuerpo le temblaba. — No puedo ni moverme, ¿cómo soy tan débil? — se preguntó. Salem era un hombre fuerte. Había tenido una vida difícil. Toda la manada era su responsabilidad. Y aún así, el hombre no flaqueaba. Su carácter siempre permanecía igual, fuerte, aferrado a su voluntad. Ella tenía que aprender eso del Alfa. Tenía que ser eso por la manada. Ciertamente, tenía r
Analía ensució las manos ella misma. Tomó un pequeño azadón y ayudó a una pequeña niña a arar la tierra. Los recolectores habían traído semillas de todas clases: trigo, avena, cebada, frijol, garbanzos. También habían encontrado frutas silvestres: bayas, moras, mangos. Todos estaban disfrutando realmente de aquello. Los lobos, incluso en su forma humana, eran más fuertes que una persona normal. Así que Analía se sintió agradecida cuando, en un solo día, hicieron lo que un grupo de humanos con la misma cantidad de trabajadores hubiera hecho en dos o tres días.Metió literalmente las narices en aquel proyecto. Ya no quería pensar en nada, no quería pensar en su hermano, no quería pensar en el recuerdo de haberlo visto transformarse en un lobo. Mientras Salem preparaba la reunión con los Maiasaura, Analía no quería pensar en nada. Se sentía tonta cuando lo hacía, se distraía, incluso tropezaba. Así que toda su atención se fue directo a la granja de Agnaquela. Los días se fueron sucedi
La mañana llegó más lenta de lo que Analía hubiera querido. Prácticamente no durmió en toda la noche, pensando en la reunión que tenían con los Maiasaura. Sus manos temblaban cuando se levantó. Salem había salido de la ducha, con el cabello aún goteando. Ella se metió en la ducha y se bañó con agua fría. Desde que había firmado el contrato de vida y muerte con Salem, el frío ya no la atormentaba tanto, como si el calor corporal del hombre se le transmitiera a través de aquella conexión.Afuera la esperaba un vestido, lo suficientemente extenso como para distinguirla de cualquier mujer, pero lo bastante cómodo como para moverse. Era blanco como la nieve, con encajes y una larga capa de seda. Unas botas hasta las rodillas y unos pantalones de cuero blanqueados completaban el atuendo. Cuando Analía se miró en el espejo, no pudo evitar pensar que se veía hermosa, realmente atractiva, como una reina. Su rostro, como lo había notado en otras ocasiones, había cambiado; ahora era el de una
Todo sucedió muy rápido. Analía, en solo un parpadeo, se encontró rodeada de Maiasauras. Salem se había transformado; el lobo blanco estaba sobre la nieve. Dio un paso al frente, protegiéndola. Los Maiasauras comenzaron a rodearlos; había decenas y decenas de hombres que empezaron a salir de entre los árboles, entre la nieve. Aunque no se transformaban, Analía podía sentir en el ambiente la tensión palpable. Podía percibir el peligro que aquellas criaturas representaban. Salem gruñó hacia Vladimir, pero el hombre sonrió ladeando la cabeza. — Tal vez tú seas competencia para algunos de nosotros — dijo Vladimir — , pero el resto de tus lobos no. Así que es mejor que te rindas de una vez. Salem aulló tan fuerte que incluso algunos de los Maiasaura tuvieron que cubrirse los oídos. Entonces comenzó el caos. Salem saltó hacia el frente para atacar a Vladimir, pero el líder de los Maiasaura dio un salto en el aire, transformándose también. Analía no pudo ver claramente en qué criatura s
A pesar de haberse acostumbrado al frío, seguramente debido al contrato de vida o muerte, este comenzó a colarse en los huesos de Analía. Se refugió en la parte más profunda de la cueva, intentando evitar el viento helado que entraba por la entrada, pero el frío se filtraba por todas partes. Intentó calentarse creando una pequeña fogata, tal como su padre le había enseñado, usando fragmentos de un árbol podrido que había caído en la entrada de la cueva. Sin embargo, la madera humedecida se consumió en un par de horas y el poco calor que había generado fue insuficiente. A medida que avanzaba la tarde, el temor la invadió. Salió de la cueva y observó el bosque a su alrededor. La nieve brillante caía por todas partes, creando un halo de luz en la densa arboleda. Entró nuevamente en la cueva y trató de meditar, estirando su mente para encontrar a Salem. Aunque era cada vez más consciente de la conexión que los unía, no logró hallarlo. Si Salem estuviera muerto, ella también lo estaría,
A pesar de que en realidad tenía mucha hambre, logró quedarse dormida sobre el lomo del lobo. Salem se había dormido un rato antes que ella y ella se sintió tan a salvo sobre él que reposó la cabeza sobre su pelaje sedoso y se durmió. Cuando despertó en la mañana, Salem se había transformado nuevamente en humano, seguramente mientras dormía. Estaba sobre él, ambos completamente desnudos. El hombre era grande, con la piel tibia, y cuando sintió el roce fuerte de la erección clavándose en su vientre, Analía quiso apartarse avergonzada, pero no lo hizo, se quedó ahí disfrutando de aquella dureza. Salem abrió los ojos, sus iris rojos se clavaron en Analía. — ¿Por qué siempre me ves así? Siento como si me estuvieras viendo — el lobo parpadeó un par de veces.— Es porque quisiera hacerlo — murmuró él. Ana recostó la mejilla en su fuerte pecho, movió un poco las caderas. Cuando el hombre se dio cuenta de la posición en la que estaba, de que su hombría estaba presionando contra el vientre