Salem se había ido furioso a la cama, y Analía sabía que tenía razón. No bastaba con fingir ser la Luna de la manada; tenía que serlo en verdad. ¿Por qué? Aún no lo comprendía por completo, pero lo sentía en lo más profundo de su ser. Salem podía tener razón en cuanto a que ella quería la manada para rescatar a su hermano, pero eso no era todo. Analía se preocupaba genuinamente por la manada. Lo había visto en los ojos de los niños que se asomaban por las ventanas a su paso, sus cuerpos delgados y sus miradas llenas de esperanza. Aquellos que la apoyaban la veían como el cambio que tanto necesitaban, la esperanza de Agnaquela, de la misma manera que ella había visto a su padre antes de que la abandonara cuando era pequeña. Cada visita mensual a la cabaña de su madre había sido un rayo de esperanza para Analía, esperando que él le dijera que empacara sus cosas porque se iban a casa.Esa misma esperanza la veía ahora en los rostros de los niños y ancianos de la manada. Sobreviv
Analía se puso de pie detrás de Salem. El hombre se ató con fuerza una cola en el cabello, luego se vistió con una túnica. No se puso pantalones ni zapatos. Analía trató de vestirse lo más rápido que pudo. Cuando lo alcanzó, Salem iba por el pasillo. — ¿Y ahora? — preguntó.El Alfa asintió. Cuando llegaron a la puerta, Salem estiró la mano para saber si estaba cerrada o no. Pero en cuanto sintió el aire vacío indicando que la puerta estaba abierta, cruzó al salón principal, donde estaba el trono. — Deja de pensar en esto como un trono — la regañó Salem.Pero Analía no le prestó atención. Caminó a su lado hasta que las enormes puertas de la entrada se abrieron. Afuera había un grupo grande, al menos unos siete u ocho hombres. Entre ellos estaba Barry. — Mi Luna — saludó el muchacho — . Es un placer estar en esta misión para rescatar a su hermano. — Barry, pero yo te necesito hoy para las provisiones — insistió Analía.El joven negó con la cabeza. — Mi Luna, esto es mucho más i
La misión comenzó. Aunque Analía no tenía una conexión tan fuerte con Salem para saber qué ordenaba a los demás lobos, sabía que él extendía su conciencia hacia ellos, transmitiéndoles instrucciones. En su forma de lobo, Salem no veía de manera normal; las imágenes eran difusas y borrosas. Su ceguera en el estado humano también afectaba cuando estaba transformado, y el lobo ahora era completamente ciego, igual que su forma humana. Apenas lograba enfocar el cabello rojizo del niño que jugaba en el patio con una rama y un aro metálico, corriendo de un lado a otro. Era un juego que a Oliver le gustaba hacer. Analía sonrió con ternura, recordando cómo su madre siempre se lo prohibía, diciendo que lo hacía sudar y oler mal.Oliver parecía feliz y sano, lo cual la preocupó. No es que no quisiera que estuviera bien, pero si estaba secuestrado, si era un esclavo, ¿cómo podía parecer tan despreocupado? Analía trató de distinguir si tenía puesto algún tipo de collar, pero la visión de Salem er
Analía no quiso entrar al palacio; se quedó afuera, en la nieve, en el frío, esperando. Cerró los ojos e intentó contactarse nuevamente con Salem para ver cómo iba la misión, pero el hombre estaba bloqueado. Entrar a su mente era como golpear el asfalto con los puños desnudos: imposible. No podía hacerlo. No tenía más opción que esperar, así que esperó.El sol salió por el horizonte y poco a poco comenzó a recorrer el cielo. Farid intentó hacer desayunar a Analía, pero no lo consiguió. La mujer estaba abrumada, estresada, furiosa. Tenía miedo, y toda esa mezcla de emociones la tenían al límite. Sabía que no podía sentirlas porque, si lo hacía, Salem podía verse perjudicado y tenía que estar concentrado en la misión. Así que se sentó en el suelo y trató de meditar, cerrando los ojos y respirando profundamente, concentrándose en cada respiración. Pero a su cabeza regresaba una y otra vez la imagen borrosa de los ojos de Salem, viendo a su hermanito transformarse en un lobo. — ¿Cuándo
Analía perdió todas las fuerzas que tenía en el cuerpo. Las rodillas le temblaron y cayó arrodillada frente al Alfa. El hombre se agachó, la tomó por los hombros y la levantó. — No lo entiendo — murmuró ella, aterrada — . ¿No quiso venir?Los ojos se le habían llenado tanto de lágrimas que le impedían ver los ojos rojos del Alfa, que la miraba con una extraña expresión en el rostro. Por primera vez no la miró con rabia; la miró con una expresión de genuina curiosidad. — Tu hermano es un lobo — dijo — . Se transformó cuando uno de los míos intentó ir por él y lo atacó. Es más fuerte que un lobo normal. No te entiendo, tú no eres una loba, ¿por qué tu hermano sí lo es?Analía estaba demasiado confundida como para pensar en eso en ese momento. De no ser por la fuerza enorme del Alfa sosteniéndola, hubiera caído nuevamente. Farid dio un paso al frente. — Tal vez — dijo él — . El niño es hijo de otro padre, un padre lobo, no el mismo padre de Analía. Salem asintió. — Sí, eso tiene sen
Analía desayunó en su cuarto esa mañana. Se sentía sin fuerzas para abandonar la habitación. Oliver pensaba que lo había abandonado de verdad. Lo pensaba, creía que ella no cumpliría la promesa que le había hecho de rescatarlo. Y eso lo sumió en una intensa tristeza. Podía sentir en su mente la presencia de Salem, pero El Alfa no decía nada. Por primera vez, no la regañó por sentir tristeza o depresión. Tal vez la entendía.Cuando llegó Farid para la hora del almuerzo con una bandeja y un plato, Analía se sentó en la cama. Había intentado dormir, pero no lo consiguió. Se sentía tan triste y tan inútil que todo el cuerpo le temblaba. — No puedo ni moverme, ¿cómo soy tan débil? — se preguntó. Salem era un hombre fuerte. Había tenido una vida difícil. Toda la manada era su responsabilidad. Y aún así, el hombre no flaqueaba. Su carácter siempre permanecía igual, fuerte, aferrado a su voluntad. Ella tenía que aprender eso del Alfa. Tenía que ser eso por la manada. Ciertamente, tenía r
Analía ensució las manos ella misma. Tomó un pequeño azadón y ayudó a una pequeña niña a arar la tierra. Los recolectores habían traído semillas de todas clases: trigo, avena, cebada, frijol, garbanzos. También habían encontrado frutas silvestres: bayas, moras, mangos. Todos estaban disfrutando realmente de aquello. Los lobos, incluso en su forma humana, eran más fuertes que una persona normal. Así que Analía se sintió agradecida cuando, en un solo día, hicieron lo que un grupo de humanos con la misma cantidad de trabajadores hubiera hecho en dos o tres días.Metió literalmente las narices en aquel proyecto. Ya no quería pensar en nada, no quería pensar en su hermano, no quería pensar en el recuerdo de haberlo visto transformarse en un lobo. Mientras Salem preparaba la reunión con los Maiasaura, Analía no quería pensar en nada. Se sentía tonta cuando lo hacía, se distraía, incluso tropezaba. Así que toda su atención se fue directo a la granja de Agnaquela. Los días se fueron sucedi
La mañana llegó más lenta de lo que Analía hubiera querido. Prácticamente no durmió en toda la noche, pensando en la reunión que tenían con los Maiasaura. Sus manos temblaban cuando se levantó. Salem había salido de la ducha, con el cabello aún goteando. Ella se metió en la ducha y se bañó con agua fría. Desde que había firmado el contrato de vida y muerte con Salem, el frío ya no la atormentaba tanto, como si el calor corporal del hombre se le transmitiera a través de aquella conexión.Afuera la esperaba un vestido, lo suficientemente extenso como para distinguirla de cualquier mujer, pero lo bastante cómodo como para moverse. Era blanco como la nieve, con encajes y una larga capa de seda. Unas botas hasta las rodillas y unos pantalones de cuero blanqueados completaban el atuendo. Cuando Analía se miró en el espejo, no pudo evitar pensar que se veía hermosa, realmente atractiva, como una reina. Su rostro, como lo había notado en otras ocasiones, había cambiado; ahora era el de una