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CAPÍTULO 2. ENCUENTRO

En la cafetería:

—¡Ninguna mujer me amarrará para ella sola! —contestó Mateo con una fuerte carcajada— ¡Ja, ja, ja! —Él, se hizo la señal de la cruz, en su cuerpo como protección, ignorando que ya estaba en su camino, quien lo mantendrá enamorado y domado de por vida.

—¡Ya veremos! ¡Ja, ja, ja! —Dudó su amigo, sonriendo también— ¿Qué te parece si nos vemos hoy en la Disco, para relajarnos? —preguntó finalmente Pablo, antes de salir del Café. 

—¡Perfecto! Ya los negocios pueden caminar solos —argumentó Mateo sonriendo y aceptando la invitación— Además, tengo ganas de una buena escapada con acompañamiento femenino —agregó él, con una sonrisa.

Los dos caminaron hacia el estacionamiento, se despidieron y cada uno arrancó en su flamante vehículo de lujo y deportivo.

A pocos metros del lugar…

—¡Por favor! ¡Por favor! Señorita, diga al Doctor Pérez que Adriana León está aquí, que es de vida o muerte —expresó, con angustia y temor al entrar al área del consultorio médico, en el cual había varias personas esperando.

La secretaria, conociendo a esta de antemano, trató de que se calmara. Se levantó de su silla y tras un breve toque a la puerta del consultorio, entró al mismo e informó al doctor, quien de inmediato le ordenó, que la dejara entrar.

—¿Qué pasó Adriana? —interrogó el galeno, levantándose de la silla, acercándose a ella, puesto que se veía muy mal.

El doctor Pérez, desde que le tocó atender el caso de la madre de Adriana, se sintió atraído por ella. En la medida que ha ido pasando el tiempo, conociendo la situación económica de ellas, él le ha tratado de ayudar. Sin embargo, la única ayuda que aceptan es esta, con el tratamiento para calmar el dolor a su madre.

—Doc., mi mamá está peor —respondió, ella con sollozos— Le falta el oxígeno, además se terminó la medicina que usted le dio para aliviar el dolor y anoche se quejó mucho.

—¡Ok! Ya solucionaremos —aseguró él.

—¡Disculpe, que lo moleste! Pero, necesito más medicina, ¡por favor! —suplicó ella.

—Ya te lo he dicho antes, Adriana, en lo que te pueda ayudar, cuentas conmigo. Debes mantenerte firme y valiente —manifestó el galeno, pasando sus manos por el cabello rojizo de ella, el cual mantenía atado en una cola de caballo.

»Tu mamá, está en la fase terminal. Por lo tanto, cada vez será peor el dolor. Debes ser más fuerte, para que no te vea así ¡Espera aquí! —expresó él, soltando a esta y saliendo de su consultorio para conseguir lo que ella buscaba.

Al regresar, el médico le hizo entrega de la medicina. Ella, le agradeció, se despidió y salió corriendo puesto que su amiga, quien le había prestado su celular, le había pasado un mensaje de texto, avisando que su mamá estaba peor.

Una vez, Adriana fuera del Hospital corrió para buscar un taxi y llegar lo más rápido posible. Justo en ese momento, Mateo conduciendo su Ferrari por la Avenida Intercomunal fue sorprendido, cuando al pasar por el frente del Hospital alguien impactó su coche…

¡¡¡Catapum!!! —se escuchó el golpe en seco.

¡xxx¡ —también el chirrido de los frenos de su coche.

Al sentir Mateo el golpe, frenó su coche, lo estacionó y corrió a socorrer a la persona que brincó por encima de su Ferrari. Él, levantó de la carretera a la chica en sus brazos.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele? —Preguntó Mateo preocupado y angustiado, aunque ella pasó por encima del coche. Luego, cayó y se golpeó fuertemente al caer en la carretera.

No obstante, ella lloraba sin poder articular ninguna palabra. Conmocionada, solo se tapaba el rostro con sus dos manos. Ante esto, él corrió al hospital y entró al área de emergencia, con ella en sus brazos,  colocando a esta sobre una camilla, para que el médico le atendiera.

Mateo, salió del cubículo sin perder de vista a la muchacha. Desde, donde estaba observó que la joven era alguien de muy escasos recursos, sus calzados como su ropa se veían muy desgastadas. Él, estaba afligido, era la primera vez que relativamente atropellaba a alguien.

También, pudo observar los rasgos de ella. La joven tenía un rostro muy angelical, con su cabello rojo recogido en una cola. A pesar de su delgadez, se evidenciaban las curvas propias de un buen cuerpo. Al salir el médico del cubículo, él le siguió.

—¿Cómo está? ¿Por qué no habla? —preguntó angustiado y con una mirada aguda.

—¡De repente, fue por el impacto! —respondió el galeno— Pudo ser algo momentáneo, porque me respondió todas las preguntas que le hice —contestó el doctor— Acaba de confirmar que el accidente fue su culpa, que salió desesperada sin mirar hacia ningún lado. Voy a reportar al oficial de turno.

Él, solo asintió con su cabeza, dirigiéndose hacia la camilla donde ella estaba sentada. Al ver que lloraba, presumió que algo le dolía mucho, por lo que tomando la silla que ahí se encontraba, se sentó frente a ella y le preguntó:

—¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele?

—¡Estoy aturdida! Sinceramente, no siento dolor fuerte alguno, a pesar del golpe —Contestó ella, más calmada— ¡Disculpa! Por no haberte respondido, pero creo que estaba en automático. Cuando más me necesita mi madre, estoy aquí en una cama, sin llevar su medicina, que tanto requiere.

—¿Qué tiene tu mamá? —preguntó él, con ternura. Mientras, más la miraba, más se sentía atraído por ella. Tenía una mirada tan lúcida y transparente que le llamó poderosamente la atención.

—¡Cáncer en su fase terminal! —fue la respuesta de ella, con mucha tristeza. Esta, apretaba los puños, dejando correr nuevamente las lágrimas.

Mateo, no sabía qué hacer, sintió empatía con ella y algo más que no sabía cómo descifrar. Se levantó de la silla, se acercó y le abrazo. Por su parte, Adriana estaba demasiado confundida, nadie nunca le había tratado como él, por lo tanto dejó que le consolara.

Ella, estaba muy angustiada porque no sabía si él correría con los gastos de ese hospital. Además, recordaba lo que le escribió su amiga, sobre su mamá. Justo en ese momento, llegó un enfermero quien la llevaría en una silla de ruedas para hacer unos estudios y exámenes.

Mateo, no permitió que le llevara el enfermero, sino que lo hizo el mismo. Una vez que le hicieron las placas, ellos salieron para esperar los resultados. Al estar listos, le llamaron para hacer entrega de las mismas y fue cuando Mateo escuchó cómo se llamaba ella: Adriana León.

Conforme a los datos que aportó, tenía 20 años, su dirección era desconocida. Una vez que el médico revisó los resultados le dio de alta, debido a que solo tenía hematomas y aporreo. Mateo pagó, compró el tratamiento médico y la llevaría hasta su casa.

—¡Bueno, Adriana vamos para llevarte! —ordenó Mateo, abriendo la puerta de su Ferrari, para que ella subiera y luego se montó él, incorporándose al tráfico normal de esa hora.

—¿Me aceptas una invitación para almorzar? —preguntó él, sorprendiendo a esta...

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