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CAPÍTULO 5. DECLARACIÓN

Al estar lista Adriana, salió del apartamento junto a Mateo, caminando el uno al lado del otro, sin rozar para nada sus cuerpos entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos, sintió una especie de chispazo que sus cuerpos producían por la cercanía del uno con el otro. Definitivamente, eran emociones nuevas para los dos.

Al llegar al restaurante, Mateo se encontró con su amigo Pablo, quien estaba acompañado. Los dos se saludaron, él presentó a Adriana a su amigo, el cual quedó asombrado con su belleza. Después, se separaron y este se dedicó a disfrutar la noche con ella.

—¿Cómo te sientes viviendo en el apartamento? —preguntó él, con curiosidad. Mientras el mesero servía las bebidas.

—¡Excelente! Nunca voy a tener como pagarte todo lo que has hecho por mi madre y por mí. Aunque siento que las personas del edificio me miran raro —aseguró ella, haciendo un puchero y agregando— ¡Ninguno es como tú!

—¿Cómo así, que te miran raro? Y ¿Cómo soy yo? —preguntó él sonriendo, observando al mesero, servir lo ordenado.

—¡Me miran, como si apestara! —respondió ella sonriendo, haciendo nuevamente un puchero, concentrada en los movimientos de él para imitar a este al comer.

—¡Ja, ja, ja! ¡Ignora a todos! —Se carcajeó él, levantando su copa para brindar con ella, insistiendo en su pregunta— Y yo, ¿cómo soy?

—¡Así, todo lindo, bello, amable! Además, eres la única persona después de mi madre, que está tan pendiente de mí —confesó ella con una mirada muy cariñosa.

—¡Ja, ja, ja! —Sonrió el divertido— No ha sido nada, durante el tiempo que estuve fuera del país, me dediqué a ayudar a personas con problemas ¡Buen provecho! —deseó él.

Y así, se dedicaron los dos a saborear y degustar la comida que pidió. Después de terminar de comer, ella agregó:

—¿Sabes? Soy testimonio vivo “que no hay mal, que por bien no venga” Y para muestra un botón —abrió sus brazos y mostrando las palmas de sus manos— Si no me atropellas, no hubiese tenido la oportunidad de conocerte.

»Nuestra vida cambió radicalmente después del accidente. De haber seguido en aquella habitación, mi madre ya se hubiera muerto y con los peores recuerdos. Ahora, solo me dice que está preparada para partir —añadió ella.

»¡Cuando Dios lo disponga! Y me aseguró, que se irá feliz —confesó esta, quebrándose su voz.

—¡Tienes toda la razón! —Respondió él— Si no es por el accidente, no nos hubiésemos conocido, no estuviéramos aquí.

»¡Y lamento mucho, lo de tu mamá! —declaró él, con tristeza y empatía con ella.

Mateo, confesó a Adriana que de no haber sido por el accidente, él se estaría perdiendo de conocer a la mujer más bella, sincera y honesta que había pasado por su vida. Además, le hizo saber lo importante que era para él.

Adriana, sintió que su corazón se desbocaba. Era lo que menos imaginaba, que él pensara así de ella. Hasta ahora, siempre que se veían hablaban sobre su mamá, el trabajo que hacía para la Fundación, sus travesuras, chistes, pero nada más.

—¿Por qué te quedas tan callada? ¿No te gustó lo que dije? —preguntó él, con su mirada fija en los ojos de ella.

—¡No, no es eso! Es solo que me sorprendiste con tus palabras —manifestó ella un poco emocionada.

—Creo que el sorprendido soy yo ¡Me gustas Adriana y mucho! Este tiempo a tu lado, has despertado en mí emociones y sentimientos que nunca antes había experimentado por alguien —confesó él, mirando sus ojos.

Adriana, hizo un prolongado silencio por unos minutos, sin saber qué hacer o decir. Esta observaba su mirada penetrante, la cual le costó mantener y que no había visto en él hasta ahora. A pesar de no ser una experta, podía observar el interés de este, por ella.

Estaba claro, que eran personas totalmente distintas, con mundos diferentes. Ella, realista, práctica, algo que aprendió de su madre y plenamente consciente que apenas su madre fallezca, todo volverá a ser como antes.

Mateo ha sido un ángel enviado por Dios, para que su madre tenga un final feliz, a pesar de los dolores, del cáncer y de todas sus secuelas. Ella, le estaba muy agradecida porque cada día de vida de esta, era gracias a Dios y obviamente a la ayuda de él.

«No debo hacerme ilusiones y mucho menos imaginar que Mateo se pueda enamorar de mí», pensó ella, con dolor y tristeza. Reconociendo, por primera vez, que estaba perdidamente enamorada de él.

Después, de estos breves minutos reflexivos de ella, él preguntó…

—¿Nos vamos? —haciendo simultáneamente señas, al mesero para que le trajera la cuenta. De inmediato, este lo hizo; él pagó y le ayudó a levantarse de la silla, tomando a Adriana de la mano, conduciéndola así hasta el estacionamiento.

Los dos caminaron hacia el Ferrari y justo en el momento que él abrió la puerta, la atrajo hacia su cuerpo, le abrazó y se apoderó de sus labios suaves, dulces y virginales. Este, era el primer beso que Adriana recibía de un hombre.

Ella, sintió un estremecimiento general en todo su cuerpo, cuando percibió los labios de él, sobre los suyos. Esto aumentó, cuando al ceder ante su presión, abrió la boca para dejar que la lengua inquieta e invasiva de él, recorriera toda su cavidad bucal. Esto, despertó emociones placenteras en Adriana.

Mateo, tomó los brazos de ella, los llevó hasta su cuello, para que lo abrazara. Esta, se apoyó en él, sintiendo a este íntegramente. Entretanto, él absorbía con todos sus sentidos la fragancia, que emanaba de su cuerpo, estaba seguro, era virgen. Este, al separarse, le interrogó…

—¿Podrías disculparme si te hice enojar, no era lo que buscaba? —Cuestionó él— Pero, eso sí, por lo que no te voy a pedir disculpas, es por el beso.

»Tengo días, anhelando saborear tus labios, besar, sentirte y no me arrepiento. Sí, por mí fuera aún te estaría besando —afirmó él, abriendo la puerta del coche para que ella entrara.

Adriana, prefirió callar, no quería suponer ni imaginar nada. Deseaba que Mateo hablara, pidiera e hiciera algo, para no equivocarse. Para ella, él estaba muy alto, pertenecía a una élite social exclusiva, por eso no se expondrá a ser humillada y abandonada.

El, sentado a su lado en el auto, le tomó sutilmente el rostro; con su mano, la volteó para obligar a esta que lo mirara y expresara lo que sentía. No iba a permitir, que callará sus emociones, así sean sentimientos contrarios a los de él.

—¡Por favor, Adriana! ¿Podrías insultarme? ¿Gritarme? ¿Pelearme? Pero no me ignores —suplico él, sin darse cuenta de que lo hacía...

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