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CAPÍTULO 6. ¿TE QUIERES CASAR CONMIGO?

Mateo se quedó observando a Adriana, quien le respondió de inmediato, para aclarar su silencio.

—¡No te estoy ignorando! Todo esto es nuevo para mí y no sé qué hacer ni que decir ¡Te lo juro! Esto ha sido muy sorpresivo. Prefiero no imaginar, ni creer nada —respondió ella, sintiendo un fuerte nudo en su garganta y sus ojos listos para desbordarse en lágrimas.

—¡No, por favor no llores, Adriana! Es lo que menos deseo, ser el causante de tu llanto. Vamos a dejar que todo fluya libremente y ver hasta dónde nos lleva esto que siento. No te voy a presionar. Pero hay algo que deseo saber.

—¿Qué quieres saber? —preguntó ella, con una sonrisa, mientras reflexionaba.

«Ahora la ansiosa soy yo», pensó ella, tapándose el rostro con su mano izquierda y sintiendo mucha vergüenza.

—¿No te gusto como hombre, ni aunque sea un poquito? ¿Ni siquiera, así? —mostrando sus dedos índice y pulgar, casi juntos, con muy poca separación entre ellos.

Adriana, ante este gesto, se limitó inicialmente a sonreír, sin mantener la mirada. Ella sentía, que él leía en sus ojos la verdad verdadera de lo que estaba sintiendo y prefería mantener esto en secreto, por ahora no quería ser juguete de nadie.

—¡Ya! Con ese silencio deduzco tu respuesta. Para que no me afecte, prefieres callar ¿siempre eres así? ¿Sacrificas tus sentimientos o intereses por el otro? Te digo algo: eso no es bueno —agregó él.

»A la larga, terminarás igualmente frustrada —aseguró con un tono de voz extremadamente grave.

—No, eso no es cierto —respondió ella por fin, arriesgándose— ¿Qué mujer no se va a sentir atraída por ti? —preguntándose a sí misma, pero en voz alta.

»Eres bueno, noble, hermoso, sin dejar por fuera todos los atributos económicos que te rodean. Y eso, no es nuevo para ti, me imagino que la inmensa cantidad de mujeres que se te acercan te lo dicen. Tú eres consciente de ello —afirmó Adriana.

—Sí, pero nadie me lo había dicho con esa sinceridad y honestidad que veo en tus ojos —agregó él.

—¡Bueno! Se tenía que decir y se dijo —respondió ella sonriendo.

No obstante, al ver Adriana que él tenía el control del portón que da entrada al estacionamiento del Edificio, levantó una sola de sus cejas y le preguntó:

—¿Este apartamento es tuyo? ¿Me mentiste? —inquirió ella, inquieta.

—Sí y no. El apartamento es mío, pero está asignado a la Fundación, para casos especiales, cuando lo requieren —haciendo está aclaratoria, para que ella no se sintiera mal por estar ahí.

—Ok, gracias por tu sinceridad —agregó ella.

—Igual te digo, gracias por tu honestidad —acercándose nuevamente a ella para besar sus labios muy ligeramente y despidiéndose de esta.

(***)

En los siguientes días, Mateo visitó a Adriana todas las noches. Algunas veces, pedía comida para cenar ahí en el apartamento, otras la llevó a cenar a lugares conocidos y de su preferencia, donde incluso la presentó como su novia.

—¿Tu novia? —cuestionó ella en ese momento, al oído de él, quien solo sonrió y le besó delante de todos los presentes.

Un mes después…

Justo la noche anterior al próximo Consejo Directivo, Mateo invitó a Adriana a cenar. Asimismo, le hizo llegar al apartamento el vestido que deseaba luciera esa noche junto a las sandalias de tacón alto y la bolsa que llevaría en juego, todo de un mismo color dorado.

Esa noche, para ella fue como el cuento de cenicienta. Una vez en el restaurante, Mateo solicitó una botella de champaña, la cual descorchó y vació en dos copas sacando un estuche pequeño de uno de sus bolsillos.

—¿Mi amor, te quieres casar conmigo? —preguntó él, con una voz muy varonil, tierna y seductora.

—¿Mateo, eesss… en-en serio? —preguntó ella, incrédula, con una voz trémula, temblorosa.

—¡Sí, Adriana! Es en serio ¿Por qué lo dudas? —preguntó él, con su voz ronca y grave.

—Es, que entre tú y yo, hay demasiada diferencia, sobre todo social —respondió ella, aún anonadada.

—Y ¿vas a dejar que eso, nos separe? —inquirió él, con una mirada amorosa y fija en ella.

—¡Obvio que no! Pero, me sorprendiste —manifestó Adriana, mirando el anillo que él mostraba.

—¡Entonces! ¿Qué me respondes? —volvió a preguntar él.

—¡Ssssí, si, si quiero casarme contigo! —se arriesgó a decir ella, aunque con muchas dudas.

Mateo se levantó de la silla, emocionado y feliz. Así que arrodillándose ante ella, le colocó el anillo en el dedo anular de su mano izquierda. Luego, se apoderó de sus labios como de su boca, con un beso apasionado, que la dejó sin aliento.

Después, él se sentó y le entregó la copa de champaña para que brindaran. Ella, le aclaró que no le gustaba el licor, que solo lo probaría, como la primera vez que cenaron juntos.

—¿Podrías hacer esto, solo por mí? —Rogó él— Brindemos por nuestro amor —anunció, chocando su copa con la de ella, quien lo complació.

Adriana, solo pensaba y recordaba, que este era el sueño de su mamá. Desde que conoció a Mateo, deseaba que se enamorara de ella, como en efecto ha ocurrido. Por lo tanto, será la persona más feliz con este compromiso, obviamente después de esta misma.

«¿Será que estoy soñando?», supuso Adriana, aun sin poder creer que esto fuera cierto.

(***)

Después de la cena, Mateo la llevó a bailar, disfrutando mucho de su compañía. Él, antes de dejar a Adriana en el apartamento, le pidió que lo acompañara al día siguiente a la sesión del Consejo Directivo de la Compañía, para hacer la presentación de ella como su prometida y futura esposa.

Esta noticia le dejó muda y asombrada. La ropa que tenía presentable era la que cargaba puesta y la que usó la primera vez que salió con él. Con cualquiera de las dos, no podía utilizar brassier, así que la llevará igual, sin ropa interior en la parte superior.

(***)

A la mañana siguiente, Mateo desayunó con ella y le explicó su rol, en esta reunión. Además, le advirtió que todos deseaban saber ¿de dónde viene? ¿Quiénes son sus ascendientes? ¿Qué hace? Y en fin, todo lo relacionado con su vida.

—¿Crees que pueda tener algún problema por mis antecedentes u orígenes? —cuestionó ella, intranquila.

—¡Tranquila, mi amor! —solicitó él— ¡Pudiera ser! Pero, no es seguro. Solo que todos, especialmente mis hermanas, viven de las apariencias, el estatus y las clases sociales, algo que no es nada relevante para mí y eso ya lo sabes —aclaró él, besando suavemente sus labios.

—Sí, lo sé —respondió ella con un fuerte susto en su estómago, sobre todo del lado izquierdo, a pesar del beso y del abrazo que él le dio…

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