CAPÍTULO 3. LA FE

En el Ferrari

—¡Estoy sumamente agradecida contigo por todo lo que has hecho por mí! Sin embargo, mi mamá necesita con urgencia este medicamento, porque los dolores son muy fuerte —aseguró Adriana con mucha tristeza.

»¡Por favor, disculpa! —Agregó ella— Necesito que me entiendas, mi mamá desde hace horas debió ser inyectada —mostrando el paquete que contenía las inyecciones y que llevaba en las manos.

—¡No hay problema! Te entiendo, perfectamente —contestó él. Para Mateo, esto fue novedoso, era la primera vez que una mujer le rechazaba una invitación.

Él, observó de reojo como ella apretaba sus manos, evidenciando una fuerte angustia. De repente, Adriana dejó correr nuevamente las lágrimas, sintiendo una fuerte presión en su pecho, como un mal presentimiento. Él, volteando hacia ella, le sugirió:

—¡Calma, Adriana por favor! Cuando las cosas pasan, es por algo. ¿Tú crees en Dios? — preguntó Mateo, con una mirada acogedora.

—¡Totalmente! —respondió ella— Si no es por Él, mi madre, hace tiempo hubiera muerto, está viva gracias a su infinita misericordia.

—Entonces, piensa en Él, lo que pase sea lo que sea, es por tu bien y el de tu mamá —aseguró Mateo.

—Gracias —respondió ella, secando sus lágrimas con el dorso de sus manos. Mateo, al ver esto, le entregó su pañuelo para que se secara.

—Me llamo, Mateo González, estoy a tus órdenes para lo que necesites. ¿Me puedes buscar mañana en mi oficina? A las nueve de la mañana, te espero —afirmó, extendiendo su tarjeta de presentación.

Adriana, tomando la tarjeta, le agradeció nuevamente. Luego, se bajó del vehículo y corrió hacia la entrada de la casa. Al ver a sus amigas llorando, en el umbral de la puerta de su habitación, corrió y se lanzó sobre su mamá, quien aún respiraba, aunque con mucha dificultad. De inmediato, le inyectó. No obstante, llamó a uno de sus vecinos para que le llevara al hospital.

(***)

Al día siguiente, su amiga acudió temprano al Hospital para que ella pudiera asistir a la entrevista. Además, le llevó ropa adecuada para que acudiera a la cita. Adriana, salió con una hora de anticipación para llegar puntualmente.

Faltando diez minutos para las nueve, estaba de pie frente a la entrada de la Torre González. Ella entró, se identificó con la recepcionista, quien la miró de arriba hacia abajo asombrada, no parecía del tipo de mujer que le gustaban al nuevo CEO, quien a decir verdad no era como su hermano.

Adriana, vestía con un jean blanco ajustado a su cuerpo, una blusa ancha con un top del mismo color rojo debajo y unas sandalias de tacón del mismo color. Después de unos breves minutos, la asistente del CEO le informó a la recepcionista, que le dejara pasar de inmediato. 

La joven le entregó a Adriana un pase, le acompañó al ascensor y le indicó que al llegar al piso número doce, camine por el pasillo del lado izquierdo, buscando la Oficina del CEO.

Ella, localizó la oficina, entró y fue atendida por una mujer joven que parecía una modelo de revista. Además de muy amable, le sonrió y le hizo pasar a la oficina del CEO, quien esperaba por esta.

Mateo, al ver a Adriana, la detalló como lo había hecho el día anterior. Hoy, se veía muy bien, aunque en su semblante se observaban ojeras. 

—Hola, guapa, ¿cómo estás? — preguntó él con una amplia y amable sonrisa que llegó hasta sus ojos.

—Con un poquito de sueño, pero aquí estoy —respondió Adriana.

—¿Y eso, que tienes sueño? —Preguntó él sonriendo con esta, puesto que habló sin filtro.

Cuando sonreía, Adriana sentía que algo se movía dentro de su cuerpo, a la altura del abdomen del lado izquierdo, juraría que eran mariposas revoloteando dentro de ella.

—Pasé el resto del día de ayer y toda la noche en el hospital con mi mamá —respondió, explicando y mirando a este, fijamente a sus ojos.

Él, se acercó hasta ella, la tomó de una de sus manos y la condujo hacia una mesa preparada, con un suculento desayuno para dos. 

—¿Y eso? ¿Qué paso con tu mamá? Me hubieras llamado —añadió él muy servicial.

—¡Tú hiciste mucho ayer por mí! Era imposible, volver a molestar —afirmó ella muy agradecida.

—¡Me hubiese gustado ayudarte! —Argumentó, con una sonrisa.

Mateo, le ayudó a sentarse, luego se sentó él, tomó la servilleta, la desdobló y la colocó en su regazo. Ella, observando sus movimientos lo imitó tal cual, para evitar meter la pata. En su vida, nunca había comido en un restaurante, menos en una comida privada de etiqueta, para dos.

Mientras, él servía, Adriana le narró todo lo que experimentó con su mamá. Desde el momento, que la dejó en la pieza donde reside hasta como había pasado la noche. Mateo, se preocupó por la situación que ella y su madre estaban viviendo, por lo que le consultó:

—¿Es confiable ese diagnóstico médico que te dieron?

—¡Totalmente! Nunca he tenido, ni tendré dinero que me puedan quitar, para darme un diagnóstico errado. Además, todos los pacientes del Doctor Pérez, consideran que es una eminencia y tan bueno como su padre —agregó ella.

—¿El oncólogo? Si es él, es cierto. Tanto el padre como el hijo, son muy buenos —Confirmó y ella asentó con su cabeza. 

Mateo sintió algo especial por Adriana, sobre todo unas ganas inmensas de proteger y ayudar a esta, como lo hizo con tantas personas en sus viajes por el mundo. Asimismo, le pidió que disfrutara la comida, para que luego conversaran sobre el asunto, por el que le había hecho venir.

Ellos,  desayunaron tranquilamente. Al terminar, ella le solicitó que le permitiera llevar lo que sobró, para su mamá y su amiga. Lo cual él no aceptó, sino que encargó dos servicios más de comidas para llevar y que Adriana le agradeció infinitamente.

—¡No sé, que hice tan bueno para conocerte! —Exclamó ella con una sonrisa— ¡Gracias! Por tu gran bondad y por tu noble corazón —afirmó ella apenada.

Una vez que él dio la orden, a su asistente, se sentó a un lado de ella y le tomó de sus manos,  preguntando:

—¿Quieres trabajar conmigo?

—¡¡¡Dios!!! —Exclamó Adriana— ¡Claro que sí! —respondió asombrada, contenta y sin quitar su mirada de la de él...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo