ÁMAME

Grité contra su cuello, aferrandome a su espalda con las uñas. Cada arremetida era más fuerte y devastadora que la anterior. Cada jadeo suyo me hacía gemir más alto.

—¡Maldición, qué estrecha estás! —gruñó Sebastián, apretandome contra sí con tal fuerza que comenzarón a dolerme las costillas—. Harás que me corra antes de tiempo.

Sonreí abrazandome a él, disfrutando la sensación de su miembro moviendose dentro de mí. El suave sonido que producían nuestros cuerpos iba acompañado del ritmido sonido de los resortes de la cama. Con los labios entreabiertos, apoyé la cabeza en las almohadas y fijé la mirada en la puerta.

La encontré entreabierta, y más alla de ella, la figura de una persona. Todo mi cuerpo se puso rigido.

—¿Qué ocurre? —jadeó mi marido y arremetió tan fuerte que mi cabeza golpeó la cabecera.

Gemí sin poder contenerme a la vez que él me subía un poco más el vestido, hasta dejar al desnudo toda la parte inferior de mi cuerpo. Mis ojos y los del señor Daniels se encontrar
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