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—Evelyn, hoy te ves maravillosa. Más que nunca. Mi vestido lo había escogido expresamente Sebastián, solo para esa ocasión luctuosa y a la vez festiva: era un vestido largo de seda, de un profundo negro, sin mangas y con un elegante escote de corazón. Era lo más formal y distinguido que había usado hasta el momento. —Estás preciosa esta noche, Livy. Perfecta. Tragué fuerte, sin saber sí aceptar su cumplido o no. Y aunque no quería, esas dulces palabras que me dedicó despertaron otro recuerdo de esa vida juntos: “... Le sonreí y él no dudo en ir a mi encuentro. —¿Quién eres? —inquirió tomando mi mano, enfundada en un largo guante negro. Me besó el hombro y yo acerqué mis labios a su oído. Con esos tacones tan altos, casi estaba a su altura. —¿Qué... le parece? —susurré con voz seductora, mientras todos a nuestro alrededor murmuraban sobre mi aspecto, sobre quién era yo, sobre el señor Demián. Pero, para mi sorpresa, mi tono seductor le hizo soltar una divertida risita.
“… No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci...” Todavía escuchando el eco de sus últimas palabras, apreté los labios y lo obligué a soltarme. Nada de eso era correcto; yo no podía estar con él. Y mucho menos irme con él. Simplemente, no podía. —Livy... —musitó intentando tocarme de nuevo. Pero yo retrocedí. Él me confundía. —Será mejor que te vayas. Sí la prensa deja el evento y nos ven aquí juntos... —aparté la mirada y dejé el resto en el aire. Al princip
Hacerse de la suerte... O nacer siendo suertuda. Solo hay de dos. Excepto por... Crecer sin una pizca de gloria divina. Con ojos anegados de lágrimas, miré mi reflejo en el espejo del baño... Yo, con el uniforme de la escuela lleno de manchas de polvo y suciedad; aun cuando esa mañana había salido de casa luciendo impecable... Yo, con el rizado cabello color salmón hecho un desastre y repleto de hojas secas, aun cuando apenas me lo había teñido el día anterior; y todo porque estúpidamente pensé que a mi hermana le encantaría verme destacar por primera vez en mi vida, ver los tonos rojizos y naranjas en mi cabello... Yo, con los labios resecos y partidos, a pesar del brillo labial que había elegido para ese importante día... Y finalmente, yo, parada frente a un espejo roto en un sucio baño, mirando las letras escritas con lápiz labial, que decían: ¿Buscas servicios sexuales baratos? ¡He aquí a Livy, fácil y económica! ¡¡Su hermana y ella se ofertan para tríos!! Un sol
Cuando decidí entrar a la guarida de las bestias, jamás creí que en el interior luciría así. Dentro de la oficina del dueño, había muchas mujeres en ropa interior de lencería, cuyos ojos maquillados se asomaban a través de un antifaz color rojo brillante. Aparté la mirada cuando dos de ellas comenzaron a besarse apasionadamente sobre las piernas de un hombre en traje negro; el dueño del burdel. A pesar de que las luces eran bajas, la habitación y todas las cosas que pasaban dentro, eran muy claras y nítidas para mí. Podía ver todo lo que sucedía a mi alrededor, lo cual solo podría definir cómo: depravación.—Una estudiante no debería estar aquí. El tono de voz del hombre fue firme. No parecía importarle en lo más mínimo el hecho de que yo estuviera allí mientras tenía compañía e intimidad. —Ya terminé mis estudios —le respondí sin atreverme a mirarlo. —¿En verdad? —se oía a leguas que dudaba de mi palabra. No lo pensé mucho. Saqué mi certificado y lo puse sobre la mesa entre ambo
La semana de acoplamiento trascurrió sin novedades, sin altibajos... excepto porqué, no pude acoplarme. Intenté con todas mis fuerzas prestar atención a la escasa ropa provocadora que lucían las mujeres allí, pero lo máximo que usaban era trasparente ropa interior de lencería. También intenté acostumbrarme al ambiente y a la cercanía de los hombres, pero bastaba que entraran en mi espacio personal para que yo saliera corriendo del lugar con el corazón desbocado. Llegado el domingo, una chica fue a mi departamento y me sacó de la cama a base de empujones, para después hacerme subir a una camioneta blindada. Ni tiempo me había dado de cambiarme el pijama por ropa de calle. —¿Qué...? ¿A dónde vamos? Ella me lanzó una mirada despectiva y sin dejar de morderse la uña del dedo pulgar, respondió: —¿A dónde crees? Te llevo al burdel donde te estrenaras. Al instante mi rostro se tiñó de rojo. —¿Estrenarme? Yo... yo aún no me mentalizó... —¿Mentalizarte? —se burló—. Solo haz lo que él t
Me abrazaba a mí misma con fuerza mientras él me observaba, esperando pacientemente mi respuesta. Quería desviar la vista, pero me era imposible. El hombre era sumamente atractivo, su aspecto era lo que menos había esperado de los clientes de un burdel; era alto y parecía fuerte, bastante fiero; sus hombros eran anchos, cómo un triángulo invertido; además, tenía una seria y penetrante mirada color ámbar sobre unas cejas rectas, y un cabello intensamente negro cómo la misma noche. Sin duda, todo en su apariencia gritaba peligro. No hacía falta preguntar nada para saber que se trataba de un mafioso, y uno bastante peligroso. —¿Acaso eres muda? Habla de una vez. Su tono, ahora duro y exigente, me sobresaltó un poco. Y no solo a mí, las chicas con él dejaron de acariciarlo y se alejaron un poco; un tanto inquietas. Desde el regazo del hombre, Liliana me miró y me hizo un gesto ansioso. Pero antes de que yo siquiera reuniera el valor para decir algo, él habló de nuevo: —No recuerdo ha
—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó al ver cómo, asustada, miraba su miembro irguiéndose a pocos centímetros de mi rostro. Negué enrojeciendo aún más de lo que ya estaba. Él suspiró con exasperación. —Sí que eres toda una novedad, no tienes ninguna clase de experiencia, pero igualmente estás aquí. Sin duda, hoy ha sido un día lleno de sorpresas. Me quedé callada, había perdido la capacidad del habla. —Primero, escupe en tu mano. Separé la vista de su miembro para poder alzar la cabeza y mirarlo con confusión. Él rodó los ojos. —Olvídalo, chúpalo de una vez. Mi expresión no cambió en absoluto. Pero la suya, sí, hora me miraba incrédulo y hasta un poco enfadado. —Debo decir que has despertado más que mi interés —comentó inclinándose para poder acariciar mis húmedos labios con las yemas de los dedos—. Me pregunto qué hace una chica tan inocente cómo tú en un lugar cómo este. Alentada por su modulado tono suave, abrí la boca para preguntarle sobre mi hermana. No obstante, él
El impacto de su palma abierta contra mi mejilla me hizo trastabillar y caer al suelo, sobre la alfombra. Lágrimas de dolor llenaron mis ojos, pero no las derramé. Ni siquiera proferí ningún sonido ni llanto. —¡¿Y te atreves a renunciar?! Asentí con la vista en el suelo. —¡¿Y cómo nos pagarás?! ¡Te lo advertí! ¡Te dije que sí te negabas a las órdenes del cliente, yo mismo te echaría a la calle y tendrías que pagarnos al momento! Sus pies comenzaron a aproximarse a mí, me encogí de miedo. Afortunadamente Liliana se interpuso entre ambos. —Señor, no puede golpearla. Va contra las reglas del burdel. El dueño de Odisea se echó a reír. —¿Reglas? Tú sabes bien quién era el cliente, y aun así te atreviste a dejarlo con esta chiquilla inexperta. —Lo hice porque esa fue su orden, el señor Daniels nos ordenó a todas salir para quedarse a solas con ella. Hubo un momento de silencio. Posteriormente el dueño exhalo pesadamente antes de hablarme con más calma. —Tú, dime qué sucedió en la