Hacerse de la suerte... O nacer siendo suertuda. Solo hay de dos.
Excepto por...
Crecer sin una pizca de gloria divina.
Con ojos anegados de lágrimas, miré mi reflejo en el espejo del baño...
Yo, con el uniforme de la escuela lleno de manchas de polvo y suciedad; aun cuando esa mañana había salido de casa luciendo impecable...
Yo, con el rizado cabello color salmón hecho un desastre y repleto de hojas secas, aun cuando apenas me lo había teñido el día anterior; y todo porque estúpidamente pensé que a mi hermana le encantaría verme destacar por primera vez en mi vida, ver los tonos rojizos y naranjas en mi cabello...
Yo, con los labios resecos y partidos, a pesar del brillo labial que había elegido para ese importante día...
Y finalmente, yo, parada frente a un espejo roto en un sucio baño, mirando las letras escritas con lápiz labial, que decían:
¿Buscas servicios sexuales baratos? ¡He aquí a Livy, fácil y económica! ¡¡Su hermana y ella se ofertan para tríos!!
Un sollozo quedo escapó de entre mis labios, y risas estruendosas respondieron desde el otro lado de la puerta del baño.
—¿Estás llorando, Livy? —se burló una voz —. ¿Acaso dijimos mentiras? ¿No es tu zorra hermana una consumada trabajadora sexual?
¿Mi hermana? Medio sonreí. Ella había desaparecido hacía más de una semana. Había desaparecido después de robarle una fuerte cantidad de drogas y dinero al burdel donde trabajaba por las noches.
—Yo... yo no soy cómo ella.
Las oí estallar en carcajadas.
—¿Qué estupidez dices? ¡Eres la hermana de una prostituta! Estás condenada a ser cómo ella. Porqué, aunque tu hermana se vendiera solo para hombres ricos, eso no la hace menos...
—¡Basta! —grité impulsada por la ira—. ¡No hables así de ella! ¡Tú no la conoces!
Hubo un momento de silencio. Y justo cuando creí que se habían ido, todas entraron en tropel al baño. Mis ojos asustados cayeron en la chica de en medio; era bonita y alta.
Ella torció los labios al verme.
—Bien, Lizbeth, dime quien es tu hermana realmente —me retó al tiempo que se acercaba a mí con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Tú la conoces? ¿De verdad sabes quién es ella? ¡Bien! Entonces dinos porqué escapó y ahora está siendo buscada por la policía.
No le respondí. Pero por dentro también me pregunté la razón: ¿Por qué se había ido sin mí? ¿Por qué me había dejado? ¿Por qué simplemente no había vuelto a casa, como siempre?
—Dicen que le robó una importante suma de dinero a los dueños de ese sucio lugar. Dicen que es una adicta a las drogas. ¿Y sabes que más dicen de ella? —inquirió a un palmo de mi cara.
Apreté los labios. Sentí el sabor salado de mis lágrimas en la lengua.
—Dicen que no dejaba de decirle a todo mundo el gran estorbo que era su hermanita menor en su vida. Ella te odiaba, y no es para menos. Gracias a ti tuvo que convertirse en una puta.
Por alguna razón, eso se sintió cómo el golpe definitivo. Dentro de mi pecho mi corazón se contrajo de dolor.
Sin mi hermana, totalmente sola, llena de deudas ajenas, siendo amenazada noche y día por los dueños de ese lugar para que les pagará lo que ella les había robado... Y con un futuro incierto... ¿Qué haría con mi vida?
¿Qué había para mí ahora que estaba sola?
—A todo esto —continuó ella—. ¡Felicidades! ¡Feliz cumpleaños 18, y feliz graduación!
A continuación, le arrancó un ramo de rosas a una de sus amigas y me lo arrojó a los brazos. Las espinas de los tallos me desgarraron la piel hasta hacerme sangrar, pero no me quejé.
—Oficialmente, ya eres una adulta. Diría que espero verte en la universidad, pero sé que eso no pasara. Así que... disfruta de la compañía de los hombres. Con suerte, alguno de ellos se fijará en ti y te convertirá en su zorra exclusiva.
Mientras ella y sus compañeras salían del baño, yo medité sus últimas palabras.
Y no las creí posibles.
Los clientes de mi hermana solían ser ciertamente muy ricos, pero muchos de ellos pertenecían a la mafia. Además, ella era bonita y de atractivo cuerpo, por eso solo aceptaba a hombres iguales a ella. Por otro lado, yo...yo...
Me aferré al ramo de rosas a pesar de dolor de sus espinas.
No. Definitivamente no pasaría.
Pero más tarde, de hecho, pocos días después, pasaría. Uno de esos millonarios y peligrosos hombres se fijaría en mí a tal grado que me llevaría a vivir con él cómo un juguete sexual, dispuesto y diseñado para su exclusiva diversión.
Y yo aceptaría.
Cuando decidí entrar a la guarida de las bestias, jamás creí que en el interior luciría así. Dentro de la oficina del dueño, había muchas mujeres en ropa interior de lencería, cuyos ojos maquillados se asomaban a través de un antifaz color rojo brillante. Aparté la mirada cuando dos de ellas comenzaron a besarse apasionadamente sobre las piernas de un hombre en traje negro; el dueño del burdel. A pesar de que las luces eran bajas, la habitación y todas las cosas que pasaban dentro, eran muy claras y nítidas para mí. Podía ver todo lo que sucedía a mi alrededor, lo cual solo podría definir cómo: depravación.—Una estudiante no debería estar aquí. El tono de voz del hombre fue firme. No parecía importarle en lo más mínimo el hecho de que yo estuviera allí mientras tenía compañía e intimidad. —Ya terminé mis estudios —le respondí sin atreverme a mirarlo. —¿En verdad? —se oía a leguas que dudaba de mi palabra. No lo pensé mucho. Saqué mi certificado y lo puse sobre la mesa entre ambo
La semana de acoplamiento trascurrió sin novedades, sin altibajos... excepto porqué, no pude acoplarme. Intenté con todas mis fuerzas prestar atención a la escasa ropa provocadora que lucían las mujeres allí, pero lo máximo que usaban era trasparente ropa interior de lencería. También intenté acostumbrarme al ambiente y a la cercanía de los hombres, pero bastaba que entraran en mi espacio personal para que yo saliera corriendo del lugar con el corazón desbocado. Llegado el domingo, una chica fue a mi departamento y me sacó de la cama a base de empujones, para después hacerme subir a una camioneta blindada. Ni tiempo me había dado de cambiarme el pijama por ropa de calle. —¿Qué...? ¿A dónde vamos? Ella me lanzó una mirada despectiva y sin dejar de morderse la uña del dedo pulgar, respondió: —¿A dónde crees? Te llevo al burdel donde te estrenaras. Al instante mi rostro se tiñó de rojo. —¿Estrenarme? Yo... yo aún no me mentalizó... —¿Mentalizarte? —se burló—. Solo haz lo que él t
Me abrazaba a mí misma con fuerza mientras él me observaba, esperando pacientemente mi respuesta. Quería desviar la vista, pero me era imposible. El hombre era sumamente atractivo, su aspecto era lo que menos había esperado de los clientes de un burdel; era alto y parecía fuerte, bastante fiero; sus hombros eran anchos, cómo un triángulo invertido; además, tenía una seria y penetrante mirada color ámbar sobre unas cejas rectas, y un cabello intensamente negro cómo la misma noche. Sin duda, todo en su apariencia gritaba peligro. No hacía falta preguntar nada para saber que se trataba de un mafioso, y uno bastante peligroso. —¿Acaso eres muda? Habla de una vez. Su tono, ahora duro y exigente, me sobresaltó un poco. Y no solo a mí, las chicas con él dejaron de acariciarlo y se alejaron un poco; un tanto inquietas. Desde el regazo del hombre, Liliana me miró y me hizo un gesto ansioso. Pero antes de que yo siquiera reuniera el valor para decir algo, él habló de nuevo: —No recuerdo ha
—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó al ver cómo, asustada, miraba su miembro irguiéndose a pocos centímetros de mi rostro. Negué enrojeciendo aún más de lo que ya estaba. Él suspiró con exasperación. —Sí que eres toda una novedad, no tienes ninguna clase de experiencia, pero igualmente estás aquí. Sin duda, hoy ha sido un día lleno de sorpresas. Me quedé callada, había perdido la capacidad del habla. —Primero, escupe en tu mano. Separé la vista de su miembro para poder alzar la cabeza y mirarlo con confusión. Él rodó los ojos. —Olvídalo, chúpalo de una vez. Mi expresión no cambió en absoluto. Pero la suya, sí, hora me miraba incrédulo y hasta un poco enfadado. —Debo decir que has despertado más que mi interés —comentó inclinándose para poder acariciar mis húmedos labios con las yemas de los dedos—. Me pregunto qué hace una chica tan inocente cómo tú en un lugar cómo este. Alentada por su modulado tono suave, abrí la boca para preguntarle sobre mi hermana. No obstante, él
El impacto de su palma abierta contra mi mejilla me hizo trastabillar y caer al suelo, sobre la alfombra. Lágrimas de dolor llenaron mis ojos, pero no las derramé. Ni siquiera proferí ningún sonido ni llanto. —¡¿Y te atreves a renunciar?! Asentí con la vista en el suelo. —¡¿Y cómo nos pagarás?! ¡Te lo advertí! ¡Te dije que sí te negabas a las órdenes del cliente, yo mismo te echaría a la calle y tendrías que pagarnos al momento! Sus pies comenzaron a aproximarse a mí, me encogí de miedo. Afortunadamente Liliana se interpuso entre ambos. —Señor, no puede golpearla. Va contra las reglas del burdel. El dueño de Odisea se echó a reír. —¿Reglas? Tú sabes bien quién era el cliente, y aun así te atreviste a dejarlo con esta chiquilla inexperta. —Lo hice porque esa fue su orden, el señor Daniels nos ordenó a todas salir para quedarse a solas con ella. Hubo un momento de silencio. Posteriormente el dueño exhalo pesadamente antes de hablarme con más calma. —Tú, dime qué sucedió en la
Realmente la suerte me había dado la espalda desde el nacimiento. De otra forma, ¿cómo se podría justificar todo lo que me estaba pasando? ¿El destino estaba tan empeñado en verme sufrir, por eso llevaba mi vida al límite? Solo había transcurrido media semana desde su última visita. Liliana me había asegurado que, de volver al burdel, sería hasta un mes después. —¿Piensas quedarte de pie en ese rincón todo el día? —me soltó con fastidio. Sacudí la cabeza y me aferré al listón de la dorada bata. Esta vez la habitación era diferente, parecía una recamará normal: había una gran cama matrimonial en el centro, e incluso un par de sillones muy comunes. Y el señor Daniels estaba sentado sobre uno de ellos, bebiendo tranquilamente un vaso de whisky y mirándome atentamente; sí, sin duda era un hombre guapo, pero también más peligroso de lo que hubiese imaginado. Ese día no traía traje, vestía un conjunto de deportiva ropa negra bastante sencilla y práctica. Parecía que, tal cual había dich
Lagrimas llenaron mis ojos. Mis dedos se aferraron a las sábanas. Mi corazón brincaba frenético dentro de mi pecho. Cerré los labios fuertemente para no gemir, de dolor. Ya no sentía el placer qué había sentido cuando jugaba con sus dedos, ahora solo sentía escozor y el tirante dolor al ser invadida por algo mucho más grande. —Mi ... señor... —Aguanta un poco —masculló entre dientes, empujando más profundo. Pero yo no podía aguantar más, solo quería que se detuviera. Ya no lo deseaba. —Oh, por favor... —sollocé tensando las piernas. Sentía que me estaba partiendo por la mitad—. Duele... No me respondió, sino que maldijo por lo bajo y de una sola arremetida se introdujo hasta el fondo, hasta que su piel golpeó la mía. Yo grité e intenté alejarme, propinándole manotazos y agitando las piernas frenéticamente. —¡Basta ya! —me ordenó, tomando mis muñecas y elevándolas sobre mi cabeza. Con los ojos llenos de lágrimas busqué su mirada. La encontré fría. —Mi señor, le ruego que... D
Me abracé a las sábanas y suspiré profundamente, medio adormilada. Casi no me importaba estar desnuda al lado de un mafioso. La cama era tan suave y cómoda, muy diferente a mi desgastado colchón en casa. Cuando el señor Daniels se marchará, yo me quedaría un poco más y dormiría una larga siesta. —¿Cuántos años tienes? Fruncí el ceño, extrañada por su pregunta. —18 años —dije con un bostezo. Me sentía tan agotada y algo adolorida. —¿Eres estudiante? Negué una vez. Mis parpados comenzaron a cerrarse. —Ya no... Aunque, me gustaría ir a la universidad... —¿Por qué? Esbocé una pequeña sonrisa, a punto de perder la conciencia. —Yo, solo quiero probarles que puedo ser alguien distinta a mi hermana. Lo oí exhalar pesadamente. ¿Cuándo se iría? —Supongo que realmente eres Lizbeth, la hermana de Katerin. Asentí. —Si, somos hermanas... Me detuve en seco al darme cuenta de todo, y abriendo los ojos desmesuradamente, me alcé sobre los codos para poder mirarlo. Él permaneció sereno, es