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ENCANTADORA INOCENCIA

—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó al ver cómo, asustada, miraba su miembro irguiéndose a pocos centímetros de mi rostro.

Negué enrojeciendo aún más de lo que ya estaba. Él suspiró con exasperación.

—Sí que eres toda una novedad, no tienes ninguna clase de experiencia, pero igualmente estás aquí. Sin duda, hoy ha sido un día lleno de sorpresas. 

Me quedé callada, había perdido la capacidad del habla.

—Primero, escupe en tu mano.

Separé la vista de su miembro para poder alzar la cabeza y mirarlo con confusión. Él rodó los ojos.

—Olvídalo, chúpalo de una vez.

Mi expresión no cambió en absoluto. Pero la suya, sí, hora me miraba incrédulo y hasta un poco enfadado.

—Debo decir que has despertado más que mi interés —comentó inclinándose para poder acariciar mis húmedos labios con las yemas de los dedos—. Me pregunto qué hace una chica tan inocente cómo tú en un lugar cómo este.

Alentada por su modulado tono suave, abrí la boca para preguntarle sobre mi hermana. No obstante, él lo aprovechó para meterme dos dedos hasta la garganta. La invasión apenas duró nada, pero bastó para que mi cuerpo se arqueará antes de lograr echarme hacia atrás entre toses y arcadas.

Molesta, lo miré con los ojos llorosos. Él, impávido, me devolvió una mirada fría.

—Ya que te he explicado cómo debes hacerlo, procura que no sienta tus dientes.

Noté cómo mis dedos comenzaban a temblar. Estaba a nada de entrar en pánico. No obstante, ¿qué más podía hacer? Yo ahora era una prostituta, y mi trabajo era hacer lo que él dijera. 

—Si, mi señor.

Apenas lo dije, su miembro creció todavía más. Pero no permití que eso me acobardará, me acerqué a él y con manos vacilantes, lo tomé entre ellas. Se sentía caliente al tacto.

—Chúpalo cómo chuparías la punta de un cono de helado.

Y así lo hice. Cerré los ojos con mucha fuerza y me lo metí en la boca. Apenas cabía en ella.

—Apóyalo contra tu lengua.

Obedecí.

—Ahora, sin abrir más esa pequeña boca tuya, comienza a sacarlo y volverlo a meter.

Lo hice. Comencé a frotarlo contra mi lengua, al tiempo que lo sacaba de mi boca para después volverlo a meter. Mi saliva poco a poco fue volviéndolo más resbaladizo y pronto supe que también podía utilizar mis manos. Lo froté entre ellas a la vez que lamía la punta con mucho cuidado de no morderlo. 

Y unos minutos después, el hombre comenzó a gemir y a apoyar una mano en mi cabeza, guiándome en mis movimientos.

—Dios..., lo haces mejor de lo que creí...

Apreté los ojos, conteniendo las lágrimas en ellos. Esas chicas en el baño habían tenido toda la razón, yo estaba destinada a ser una puta, como lo era mi hermana. Todos los halagos que obtendría, serían por cosas cómo las que en ese momento hacía.

¿Qué estoy haciendo realmente aquí?

Justo cuando empezaba a saber lo que hacía, el hombre comenzó a empujarme cada vez más duro contra su pelvis, entre manotazos y mudas protestas yo intenté alejarme, pero él no me lo permitió. No hasta que un salado líquido invadió mis sentidos; entonces abrí los ojos desmesuradamente, asustada por lo que estaba pasando. 

Él se corrió en mi boca, metiéndome su miembro hasta el fondo de la garganta.

Reprimí violentas arcadas y cuando ya no quedó nada, al fin me soltó. Yo caí de espaldas en el suelo, tosiendo con fuerza. Agotada, solté un suspiro.

Suspiro que murió en sus labios. Pues de pronto, antes de darme tiempo de recuperarme, él ya estaba sobre mí, separándome las piernas y colándose entre ellas.

—¿Q-qué... hace...? —mascullé contra sus labios, empujándolo por los hombros sin resultados.

Lo sentí sonreír. También sentí sus dedos anclándose en mis bragas negras de encaje.

—¿Qué crees tú, niña? —inquirió a su vez, mirándome con unos brillantes ojos dorados llenos de excitación—. ¿Piensas que pagué por ti solo para que me la chuparas mínimamente bien?

Al instante dejé de manotear. Todo mi cuerpo se congeló. Él iba... iba a ...

—¡No quiero! —grité llena de pánico, a la vez que mis ojos se llenaban de lágrimas—. ¡No así!

Él estrechó la mirada, y el brillo en ellos se volvió opaco. Sus manos también se detuvieron, dejó de intentar sacarme las bragas.

—¿No quieres?

Sacudí la cabeza, pequeñas gotas saladas rodaron por mi piel. Alejó su boca de la mía para hacer un mohín.

—Eres una chiquilla tan complicada... —se quejó con voz aburrida, pero con tiento pasó los dedos por mis mejillas, limpiando mi llanto—. Sí te ayuda, dime porqué te niegas.

Ante tal muestra de comprensión, mi labio inferior comenzó a temblar. Y me di cuenta que tenía mucho miedo; él me asustaba, sus frías expresiones y sus bruscas acciones me aterraban; y me asustaba dar ese paso hacia una vida sexual activa.

Me asustaba perder mi virginidad con un desconocido.

—Mi señor, yo... Yo no quiero hacerlo así.

Alzó una ceja, apenas interesado.

—Entonces, ¿cómo quieres hacerlo? ¿Prefieres que te ponga en cuatro y te dé por detrás?

Negué energéticamente, más asustada que nunca.

—Yo... yo solo quiero que me deje ir, por favor —lloriqueé, intentando alcanzar su lado humano.

Fue en vano. El hombre inhaló con fuerza y exhaló profundamente antes de pasar un brazo por mi cintura y alzarme en vilo. En un segundo me llevó hasta el sofá y después de arrojarme en él, se colocó sobre mí.

—A pesar de tu inocente y delicada apariencia, eres muy egoísta, sabes —dijo en voz baja, acariciando mi clavícula con la punta de su perfilada nariz.

Temblé en respuesta. Sus dedos volvieron a mis bragas, los sentí comenzando a deslizar la suave tela por mis muslos.

—Me hiciste darte otra oportunidad, dijiste qué harías todo lo que yo dijera, pero aquí estas... llorando y rogándome para que me detenga. ¿Qué clase de hombre crees que soy?

Definitivamente, un villano. Pensé, pero no lo dije.

—¿Crees que puedes aparecer y hacer tu gusto? Mocosa, recuerda que eres una prostituta.

Su última frase trajo un recuerdo, unas palabras parecidas, dichas apenas pocos días atrás.

¿Qué estupidez dices? ¡Eres la hermana de una prostituta! Estás condenada a ser cómo ella. Porqué, aunque tu hermana se vendiera solo para hombres ricos, eso no la hace menos...

No, yo no sería cómo ella. Yo no sería una prostituta en un costoso burdel. Ya vería cómo pagar lo que mi hermana había robado, pero no iría más lejos, ni siquiera por ese guapo hombre sobre mí. En ese momento lo decidí.

Las lágrimas dejaron de salir, y mis miedos se evaporaron.

—Mi señor, yo no soy una prostituta —declaré con calma.

Sus manos se detuvieron, así como sus caricias. Poco después alzó la cabeza y fijo sus peligrosos ojos en los míos. Se mostró algo sorprendido al ver que ya no lloraba.

—Ciertamente no te ves cómo una —coincidió.

—En realidad, soy virgen —le confesé, y el asombro esta vez fue claro—. Mi señor, no quiero entregarme por primera vez a alguien que no conozco, y que después no veré más. No deseo vender mi virginidad solo por una deuda.

Y menos entregarsela a alguien de este sucio burdel, añadí para mis adentros.

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