GRACIAS POR LEER Y SEGUIR LA HISTORIA. Y sí te gusta mi trabajo ... ¡Te invito a leer SEÑORITA NEGRO! Género Joven adulto, romance, drama... Disponible en físico y ebook por Amazon, Buscalibre y UniversoLux. Igualmente, puedes leerla por Play Libros. "Era insegura por naturaleza, y que me dijera que me amaba me hacía sentir el doble de vulnerable, aunque, también me llenaba de emociones hasta la garganta. Podría morir ahogada en el mar de sensaciones que Joyce provocaba en mí"
Al final, Sebastián no había respondido mi pregunta: ¿Por qué me salvaste? Y mucho menos: ¿Por qué hiciste todo eso? Al final, solo se había divertido conmigo, y a la mañana siguiente, se comportó como siempre. Cómo sí él y sus actos no fuesen un misterio para mí, cómo si no tuviésemos una conversación pendiente, cómo si no importara todo lo que había descubierto acerca de él. Al final, sí se había aprovechado de mi incapacidad para pensar y solo me había usado para saciar su apetito sexual. Qué tonta fui al seguirle el juego y aceptar hablar mientras teníamos relaciones. —Vamos. Su voz amable y algo burlona, me hizo dejar de fruncir el ceño y salir del Moserati. —Sigues enfadada —no lo preguntó, solo fue un comentario acompañado de una reprimida sonrisita. Fruncí los labios. —Este es un coctel importante —dijo y me arregló el collar de perlas en el cuello. Suspiró con nostalgia—. Es en motivo del aniversario de fallecimiento de mi padre. No me gustaría verte disgustada, al me
“... Al ver su cara, mi boca se abrió ligeramente. Realmente era hermosa, su delgado rostro era pálido y sus labios sumamente rojos, pero su cabello era brillantemente dorado y largo, que equilibraba muy bien su apariencia. —Oh, vaya —sonrió de repente—. Así que los rumores de los vecinos son ciertos. Madame (el ama de llaves de la casa) abrió la boca para hablar, pero con un gesto de mano la guapa mujer la hizo callar. Sin despegar sus ojos de los míos, se levantó del sillón dónde estaba entada y comenzó a acercarse a mí. —¿Cómo te llamas, niña? —quiso saber, a pesar de que parecía tener apenas pocos años más que yo. Además de bonita, tenía una espectacular figura curvilínea; figura que resaltaba bajo un ajustado vestido blanco de escote profundo y mangas largas, tan elegante como ella. —Liz... Livy Ricci —le contesté y retrocedí un paso cuando tomó un mechón de mi cabello entre sus finos dedos. Mi titubeante respuesta la hizo ampliar su sonrisa, pero esta se volvió agr
—Evelyn, hoy te ves maravillosa. Más que nunca. Mi vestido lo había escogido expresamente Sebastián, solo para esa ocasión luctuosa y a la vez festiva: era un vestido largo de seda, de un profundo negro, sin mangas y con un elegante escote de corazón. Era lo más formal y distinguido que había usado hasta el momento. —Estás preciosa esta noche, Livy. Perfecta. Tragué fuerte, sin saber sí aceptar su cumplido o no. Y aunque no quería, esas dulces palabras que me dedicó despertaron otro recuerdo de esa vida juntos: “... Le sonreí y él no dudo en ir a mi encuentro. —¿Quién eres? —inquirió tomando mi mano, enfundada en un largo guante negro. Me besó el hombro y yo acerqué mis labios a su oído. Con esos tacones tan altos, casi estaba a su altura. —¿Qué... le parece? —susurré con voz seductora, mientras todos a nuestro alrededor murmuraban sobre mi aspecto, sobre quién era yo, sobre el señor Demián. Pero, para mi sorpresa, mi tono seductor le hizo soltar una divertida risita.
“… No creí que llegaría a enamorarme de ti, Lizbeth —musitó inclinándose hacia mí. Me besó muy despacio, atrapando mis labios con los suyos, jugando con mi lengua. Al mismo tiempo, sus manos acariciaron mis piernas y subieron poco a poco, hasta alcanzar la zona sensible entre mis muslos. Jadeé en su boca y elevé la pelvis hacia él, deseosa de llegar más lejos. Mi impaciencia le hizo sonreír. —Prometo ser amable. Presionó mi clítoris con el dedo pulgar, yo tensé las piernas alrededor de sus caderas y me abracé a él tanto cómo pude. —Te amo, Lizbeth Ricci...” Todavía escuchando el eco de sus últimas palabras, apreté los labios y lo obligué a soltarme. Nada de eso era correcto; yo no podía estar con él. Y mucho menos irme con él. Simplemente, no podía. —Livy... —musitó intentando tocarme de nuevo. Pero yo retrocedí. Él me confundía. —Será mejor que te vayas. Sí la prensa deja el evento y nos ven aquí juntos... —aparté la mirada y dejé el resto en el aire. Al princip
Hacerse de la suerte... O nacer siendo suertuda. Solo hay de dos. Excepto por... Crecer sin una pizca de gloria divina. Con ojos anegados de lágrimas, miré mi reflejo en el espejo del baño... Yo, con el uniforme de la escuela lleno de manchas de polvo y suciedad; aun cuando esa mañana había salido de casa luciendo impecable... Yo, con el rizado cabello color salmón hecho un desastre y repleto de hojas secas, aun cuando apenas me lo había teñido el día anterior; y todo porque estúpidamente pensé que a mi hermana le encantaría verme destacar por primera vez en mi vida, ver los tonos rojizos y naranjas en mi cabello... Yo, con los labios resecos y partidos, a pesar del brillo labial que había elegido para ese importante día... Y finalmente, yo, parada frente a un espejo roto en un sucio baño, mirando las letras escritas con lápiz labial, que decían: ¿Buscas servicios sexuales baratos? ¡He aquí a Livy, fácil y económica! ¡¡Su hermana y ella se ofertan para tríos!! Un sol
Cuando decidí entrar a la guarida de las bestias, jamás creí que en el interior luciría así. Dentro de la oficina del dueño, había muchas mujeres en ropa interior de lencería, cuyos ojos maquillados se asomaban a través de un antifaz color rojo brillante. Aparté la mirada cuando dos de ellas comenzaron a besarse apasionadamente sobre las piernas de un hombre en traje negro; el dueño del burdel. A pesar de que las luces eran bajas, la habitación y todas las cosas que pasaban dentro, eran muy claras y nítidas para mí. Podía ver todo lo que sucedía a mi alrededor, lo cual solo podría definir cómo: depravación.—Una estudiante no debería estar aquí. El tono de voz del hombre fue firme. No parecía importarle en lo más mínimo el hecho de que yo estuviera allí mientras tenía compañía e intimidad. —Ya terminé mis estudios —le respondí sin atreverme a mirarlo. —¿En verdad? —se oía a leguas que dudaba de mi palabra. No lo pensé mucho. Saqué mi certificado y lo puse sobre la mesa entre ambo
La semana de acoplamiento trascurrió sin novedades, sin altibajos... excepto porqué, no pude acoplarme. Intenté con todas mis fuerzas prestar atención a la escasa ropa provocadora que lucían las mujeres allí, pero lo máximo que usaban era trasparente ropa interior de lencería. También intenté acostumbrarme al ambiente y a la cercanía de los hombres, pero bastaba que entraran en mi espacio personal para que yo saliera corriendo del lugar con el corazón desbocado. Llegado el domingo, una chica fue a mi departamento y me sacó de la cama a base de empujones, para después hacerme subir a una camioneta blindada. Ni tiempo me había dado de cambiarme el pijama por ropa de calle. —¿Qué...? ¿A dónde vamos? Ella me lanzó una mirada despectiva y sin dejar de morderse la uña del dedo pulgar, respondió: —¿A dónde crees? Te llevo al burdel donde te estrenaras. Al instante mi rostro se tiñó de rojo. —¿Estrenarme? Yo... yo aún no me mentalizó... —¿Mentalizarte? —se burló—. Solo haz lo que él t
Me abrazaba a mí misma con fuerza mientras él me observaba, esperando pacientemente mi respuesta. Quería desviar la vista, pero me era imposible. El hombre era sumamente atractivo, su aspecto era lo que menos había esperado de los clientes de un burdel; era alto y parecía fuerte, bastante fiero; sus hombros eran anchos, cómo un triángulo invertido; además, tenía una seria y penetrante mirada color ámbar sobre unas cejas rectas, y un cabello intensamente negro cómo la misma noche. Sin duda, todo en su apariencia gritaba peligro. No hacía falta preguntar nada para saber que se trataba de un mafioso, y uno bastante peligroso. —¿Acaso eres muda? Habla de una vez. Su tono, ahora duro y exigente, me sobresaltó un poco. Y no solo a mí, las chicas con él dejaron de acariciarlo y se alejaron un poco; un tanto inquietas. Desde el regazo del hombre, Liliana me miró y me hizo un gesto ansioso. Pero antes de que yo siquiera reuniera el valor para decir algo, él habló de nuevo: —No recuerdo ha