La semana de acoplamiento trascurrió sin novedades, sin altibajos... excepto porqué, no pude acoplarme. Intenté con todas mis fuerzas prestar atención a la escasa ropa provocadora que lucían las mujeres allí, pero lo máximo que usaban era trasparente ropa interior de lencería. También intenté acostumbrarme al ambiente y a la cercanía de los hombres, pero bastaba que entraran en mi espacio personal para que yo saliera corriendo del lugar con el corazón desbocado.
Llegado el domingo, una chica fue a mi departamento y me sacó de la cama a base de empujones, para después hacerme subir a una camioneta blindada. Ni tiempo me había dado de cambiarme el pijama por ropa de calle.
—¿Qué...? ¿A dónde vamos?
Ella me lanzó una mirada despectiva y sin dejar de morderse la uña del dedo pulgar, respondió:
—¿A dónde crees? Te llevo al burdel donde te estrenaras.
Al instante mi rostro se tiñó de rojo.
—¿Estrenarme? Yo... yo aún no me mentalizó...
—¿Mentalizarte? —se burló—. Solo haz lo que él te pida.
Nerviosa miré por las ventanas y luego al conductor, tragué saliva. Se veía que el tipo era de esos que, sí saltaba del auto, no dudaría en pasarme las llantas por encima.
—Según me informaron, dijiste que tenías experiencia, pero tu asustado rostro dice todo lo contrario —comentó con un tono de voz más suave que el de antes.
Las calles pasaban y desaparecían unas tras otras, mientras yo comenzaba a temblar. Me sentía más que asustada, estaba aterrada.
—Yo soy Liliana, ¿cuál es tu nombre?
Volteé a verla. Su expresión fastidiada también había sido sustituida por una más amable. Entonces abrí la boca para decirle que me llamaba Lizbeth, pero, ¿podría Liliana relacionarme con mi fugitiva hermana? No quería eso. No quería que me señalaran por mi parentesco con ella.
—Livy, así me llamo.
Asintió una vez. Parecía estar valorándome.
—Qué nombre tan dulce. Seguro le gustarás.
—¿A quién?
Rodó los ojos.
—Al cliente, obvio.
Bajé la vista y apreté los puños sobre el regazo hasta que mis nudillos se pusieron blancos. Imaginarme allí, en ese burdel, siendo igual que mi indecente hermana, hizo que mi corazón latiera con fuerza dentro de mi pecho.
—Tranquila, chica, solo debes obedecerle y ya —trató de tranquilizarme. Yo estaba a punto de hiperventilar—. No te asustes, él no sabrá quién eres, traerás puesto el antifaz que caracteriza a las trabajadoras del burdel.
¿Antifaz? Vagamente recordé las miradas glamurosas que esas guapas mujeres me lanzaron a través de sus antifaces rojos días atrás, en la oficina del dueño.
—¿Y qué sí no le obedezco? —quise saber llevándome una mano al pecho.
Liliana se rió con humor, pero fue un sonido nervioso.
—Si no le obedeces, Livy, nos meterás en problemas a todas. Él, para tu mala suerte, no es un cliente común.
Alcé la vista y la clavé en ella.
—¿“No es un cliente común”? —inquirí en voz baja, más asustada que antes—. ¿Eso qué significa?
Pero la chica nunca me respondió, en ese preciso momento la camioneta freno en seco y las puertas se abrieron de golpe. Un tanto curiosa asomé la cabeza hacia la calle, allí un enorme edificio pintando de negro y rojo se alzaba ante nosotros, imponente y rebosante de glamour.
—Bienvenida a Odisea, Livy —dijo con orgullo Liliana a mis espaldas—. Aquí yace lo más bajo, y claro, la máxima belleza que el dinero puede pagar.
El edificio de tres plantas tenía una fachada de ladrillo bastante simple, pero en las dos plantas superiores había amplios ventanales que reflejaban la brillante ciudad y sus enormes edificios empresariales; seguramente durante la noche, mientras dentro de Odisea ocurrían todo tipo de depravaciones, el edificio ofrecía un bello espectáculo a los transeúntes que pasaban por allí.
—Ahora, entra. Hay mucho qué hacer contigo antes de presentarnos ante el cliente.
Volví la cabeza hacia la chica.
—¿“Antes de presentarnos”?
Al ver mi expresión escandalizada, soltó una divertida risita.
—¿Crees que acudiríamos a una principiante cómo tú solo porque eres bonita y joven?
Tenía razón. No había porqué acudir a mí cuando yo no sabía nada de nada.
—¿Y cuál es el motivo? —le pregunté, temiendo la respuesta.
Su sonrisa se hizo más ancha. Y extrañamente sus mejillas se colorearon de rosa.
—Ya lo verás. Solo puedo decirte que, dado su gusto “particular”, nos faltaba personal.
Mientras entrabamos al edificio y ella me guiaba por sus intricados y oscuros pasillos, yo me pregunté qué había querido decir con “particular”. Y más tarde, cuando al fin lo descubrí, me quedé aterrorizada.
Pues en la habitación oscura de paredes cristalizadas, había un solo hombre sentado sobre un sofá de cuero negro; él estaba vestido con un traje blanco, mientras que, a su alrededor, había nada menos que 9 chicas casi desnudas, cuyos ojos maquillados asomaban a través del antifaz distintivo del burdel.
Durante varios minutos lo miré desde una esquina de la habitación, sin atreverme a acercarme y sin posibilidades de irme. Él no usaba nada que le cubriera el rostro, así que podía ver que era guapo y mucho más joven de lo que había imaginado. Pero de su persona, además de gran atractivo, también emanaba algo más: peligro y poder.
Debe tener a lo mucho 26 años, me dije, tal vez menos.
—¿Estás son todas las chicas que conseguiste? —preguntó su gutural voz dirigiéndose a Liliana, sentada sobre su regazo.
Puede que fuese a causa de su penetrante mirada, pero ella se encogió un poco.
—Son todas las que cumplieron los requisitos que solicitó, mi señor.
En respuesta, una esquina de la boca del hombre se curvó hasta formar una media sonrisa nada amistosa. Y justo en ese momento, sus afilados ojos se posaron en mí.
—Ah, ¿es así? Entonces quién es ella.
Mi instinto me dijo que saliera de allí y corriera lejos, pero, por algún motivo, no pude moverme. Estaba atrapada en un mar dorado con matices verdes; el color peculiar de su oscura mirada. Me recordó vagamente a los feroces lobos, a sus peligrosas fauces...
Pero también, por un brevísimo instante, muy en el fondo de esos ojos creí ver una cálida tarde otoñal.
Sin embargo, el encanto duró poco.
—Dime, Liliana, ¿ella cumple mis exigencias? ¿O solo es un adorno en esta habitación?
Liliana le dedicó una incómoda sonrisa, pero no dijo nada. Él me observo fijamente por más de un minuto, estudiando mi cuerpo a detalle, traspasándome con su crítica mirada.
Hasta que finalmente chasqueó la lengua y me habló directamente.
—Supongo que, escondida es ese rincón, esperabas que no te notara.
Realmente, eso era exactamente lo que había deseado ansiosamente: pasar desapercibida para él.
Me abrazaba a mí misma con fuerza mientras él me observaba, esperando pacientemente mi respuesta. Quería desviar la vista, pero me era imposible. El hombre era sumamente atractivo, su aspecto era lo que menos había esperado de los clientes de un burdel; era alto y parecía fuerte, bastante fiero; sus hombros eran anchos, cómo un triángulo invertido; además, tenía una seria y penetrante mirada color ámbar sobre unas cejas rectas, y un cabello intensamente negro cómo la misma noche. Sin duda, todo en su apariencia gritaba peligro. No hacía falta preguntar nada para saber que se trataba de un mafioso, y uno bastante peligroso. —¿Acaso eres muda? Habla de una vez. Su tono, ahora duro y exigente, me sobresaltó un poco. Y no solo a mí, las chicas con él dejaron de acariciarlo y se alejaron un poco; un tanto inquietas. Desde el regazo del hombre, Liliana me miró y me hizo un gesto ansioso. Pero antes de que yo siquiera reuniera el valor para decir algo, él habló de nuevo: —No recuerdo ha
—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó al ver cómo, asustada, miraba su miembro irguiéndose a pocos centímetros de mi rostro. Negué enrojeciendo aún más de lo que ya estaba. Él suspiró con exasperación. —Sí que eres toda una novedad, no tienes ninguna clase de experiencia, pero igualmente estás aquí. Sin duda, hoy ha sido un día lleno de sorpresas. Me quedé callada, había perdido la capacidad del habla. —Primero, escupe en tu mano. Separé la vista de su miembro para poder alzar la cabeza y mirarlo con confusión. Él rodó los ojos. —Olvídalo, chúpalo de una vez. Mi expresión no cambió en absoluto. Pero la suya, sí, hora me miraba incrédulo y hasta un poco enfadado. —Debo decir que has despertado más que mi interés —comentó inclinándose para poder acariciar mis húmedos labios con las yemas de los dedos—. Me pregunto qué hace una chica tan inocente cómo tú en un lugar cómo este. Alentada por su modulado tono suave, abrí la boca para preguntarle sobre mi hermana. No obstante, él
El impacto de su palma abierta contra mi mejilla me hizo trastabillar y caer al suelo, sobre la alfombra. Lágrimas de dolor llenaron mis ojos, pero no las derramé. Ni siquiera proferí ningún sonido ni llanto. —¡¿Y te atreves a renunciar?! Asentí con la vista en el suelo. —¡¿Y cómo nos pagarás?! ¡Te lo advertí! ¡Te dije que sí te negabas a las órdenes del cliente, yo mismo te echaría a la calle y tendrías que pagarnos al momento! Sus pies comenzaron a aproximarse a mí, me encogí de miedo. Afortunadamente Liliana se interpuso entre ambos. —Señor, no puede golpearla. Va contra las reglas del burdel. El dueño de Odisea se echó a reír. —¿Reglas? Tú sabes bien quién era el cliente, y aun así te atreviste a dejarlo con esta chiquilla inexperta. —Lo hice porque esa fue su orden, el señor Daniels nos ordenó a todas salir para quedarse a solas con ella. Hubo un momento de silencio. Posteriormente el dueño exhalo pesadamente antes de hablarme con más calma. —Tú, dime qué sucedió en la
Realmente la suerte me había dado la espalda desde el nacimiento. De otra forma, ¿cómo se podría justificar todo lo que me estaba pasando? ¿El destino estaba tan empeñado en verme sufrir, por eso llevaba mi vida al límite? Solo había transcurrido media semana desde su última visita. Liliana me había asegurado que, de volver al burdel, sería hasta un mes después. —¿Piensas quedarte de pie en ese rincón todo el día? —me soltó con fastidio. Sacudí la cabeza y me aferré al listón de la dorada bata. Esta vez la habitación era diferente, parecía una recamará normal: había una gran cama matrimonial en el centro, e incluso un par de sillones muy comunes. Y el señor Daniels estaba sentado sobre uno de ellos, bebiendo tranquilamente un vaso de whisky y mirándome atentamente; sí, sin duda era un hombre guapo, pero también más peligroso de lo que hubiese imaginado. Ese día no traía traje, vestía un conjunto de deportiva ropa negra bastante sencilla y práctica. Parecía que, tal cual había dich
Lagrimas llenaron mis ojos. Mis dedos se aferraron a las sábanas. Mi corazón brincaba frenético dentro de mi pecho. Cerré los labios fuertemente para no gemir, de dolor. Ya no sentía el placer qué había sentido cuando jugaba con sus dedos, ahora solo sentía escozor y el tirante dolor al ser invadida por algo mucho más grande. —Mi ... señor... —Aguanta un poco —masculló entre dientes, empujando más profundo. Pero yo no podía aguantar más, solo quería que se detuviera. Ya no lo deseaba. —Oh, por favor... —sollocé tensando las piernas. Sentía que me estaba partiendo por la mitad—. Duele... No me respondió, sino que maldijo por lo bajo y de una sola arremetida se introdujo hasta el fondo, hasta que su piel golpeó la mía. Yo grité e intenté alejarme, propinándole manotazos y agitando las piernas frenéticamente. —¡Basta ya! —me ordenó, tomando mis muñecas y elevándolas sobre mi cabeza. Con los ojos llenos de lágrimas busqué su mirada. La encontré fría. —Mi señor, le ruego que... D
Me abracé a las sábanas y suspiré profundamente, medio adormilada. Casi no me importaba estar desnuda al lado de un mafioso. La cama era tan suave y cómoda, muy diferente a mi desgastado colchón en casa. Cuando el señor Daniels se marchará, yo me quedaría un poco más y dormiría una larga siesta. —¿Cuántos años tienes? Fruncí el ceño, extrañada por su pregunta. —18 años —dije con un bostezo. Me sentía tan agotada y algo adolorida. —¿Eres estudiante? Negué una vez. Mis parpados comenzaron a cerrarse. —Ya no... Aunque, me gustaría ir a la universidad... —¿Por qué? Esbocé una pequeña sonrisa, a punto de perder la conciencia. —Yo, solo quiero probarles que puedo ser alguien distinta a mi hermana. Lo oí exhalar pesadamente. ¿Cuándo se iría? —Supongo que realmente eres Lizbeth, la hermana de Katerin. Asentí. —Si, somos hermanas... Me detuve en seco al darme cuenta de todo, y abriendo los ojos desmesuradamente, me alcé sobre los codos para poder mirarlo. Él permaneció sereno, es
Despedirme de Liliana fue difícil, a pesar de poco tiempo que convivimos. Pero salir de allí después de dos semanas respirando ese pesado aire del interior, fue verdaderamente liberador. El señor Daniels no me permitió llevarme nada conmigo, excepto la ropa que en ese momento traía puesta. Tampoco dijo nada mientras cruzábamos las calles de la ciudad en un auto Rolls Royce color plata. Había visto esos caros autos en documentales, donde hablaban de sus excesivos precios y únicos diseños. Yo tampoco le dije nada, me limité a hundirme en el asiento y mirar por las ventanas polarizadas. Me mantuve casquivana y silenciosa... Hasta que entramos en una zona residencial exclusiva, donde todas las casas eran enormes y tal cómo Odisea, de un costoso diseño industrial. En las entradas los autos deportivos se acumulaban en dos o más, cómo sí uno solo fuera poca cosa. —Mi señor... —No puedes llamarme así —me reprendió—. Llámame Demián, solo puedes llamarme “mi señor” en la intimidad o cuan
Al amanecer, me desperté de golpe y con el corazón en la garganta. El sueño aun me acechaba, un sueño donde Katerin aparecía, llamándome con una gran sonrisa desde la puerta de una lujosa casa en algún lugar muy lejano. No, no era ella, me dije subiéndome las sábanas hasta el pecho y dándome la vuelta en la cama. Katerin no haría una vida sin mí, yo no era un estorbo para ella. El señor Daniels dormía plácidamente a mi lado. ¿Sus largas pestañas negras eran lo que le daba a su dorada mirada un aire intimidante todo el tiempo? Medio sonreí y me acurruqué a su lado. Él me asustaba y a veces solo quería huir lejos, pero estar con él no me desagradaba del todo; de hecho, comenzaba a gustarme, se volvía poco a poco en algo más. —Mi señor —lo llamé quitándole los cabellos negros de la frente. Durante la noche apenas habíamos dormido nada, él realmente tenía mucha energía. Apenas me había dado un respiro, pero, aun así, me gustó tanto que me corrí varias veces en el transcurso de la n