ATRACTIVAS NOVEDADES

Me abrazaba a mí misma con fuerza mientras él me observaba, esperando pacientemente mi respuesta. Quería desviar la vista, pero me era imposible. El hombre era sumamente atractivo, su aspecto era lo que menos había esperado de los clientes de un burdel; era alto y parecía fuerte, bastante fiero; sus hombros eran anchos, cómo un triángulo invertido; además, tenía una seria y penetrante mirada color ámbar sobre unas cejas rectas, y un cabello intensamente negro cómo la misma noche.

Sin duda, todo en su apariencia gritaba peligro. No hacía falta preguntar nada para saber que se trataba de un mafioso, y uno bastante peligroso.

—¿Acaso eres muda? Habla de una vez.

Su tono, ahora duro y exigente, me sobresaltó un poco. Y no solo a mí, las chicas con él dejaron de acariciarlo y se alejaron un poco; un tanto inquietas. Desde el regazo del hombre, Liliana me miró y me hizo un gesto ansioso.

Pero antes de que yo siquiera reuniera el valor para decir algo, él habló de nuevo:

—No recuerdo haber solicitado mujeres tímidas y retraídas —dijo con un leve matiz de enfado.

Liliana le sonrió con esfuerzo, intentando aligerar el ambiente.

—Lo siento mucho, mi señor, ella es nueva —se disculpó plantándole besos en el cuello, pero él no reaccionó, sino que siguió mirándome sin pizca de humor—. Cómo nos faltaba una chica, no tuvimos de otra que...

—¿Es nueva, dices? —la cortó él, de repente interesado.

Ella asintió. Yo temblé, no me gustaba nada el rumbo que estaba tomando todo.

—Es usted su primer cliente, mi señor.

Sus labios, no tan finos pero tampoco demasiado carnosos, se curvaron en una mueca maliciosa. Me hizo una seña con sus largos dedos para que me acercara.

No lo hice. No quería que nadie pusiera sus manos sobre mí. Ya no quería hacer eso, lo que deseaba era irme muy lejos de allí.

Al ver mi renuencia, él arqueó una ceja.

—¿Qué te sucede, niña? —inquirió con voz peligrosa—. ¿No estás aquí para servirme?

Con todas esas duras miradas clavadas en mí, incluyendo la de Liliana, apenas podía pensar. Y mucho menos podía hablar.

—Oh, lo siento tanto, mi señor —volvió a disculparse Liliana sin dejar de sonreírle al hombre—. Livy acaba de llegar esta mañana, debe sentirse muy nerviosa. Creí que...

—¿Creíste que yo pagaría por ella, cuando está parada allí, cubriéndose tanto cómo puede? ¿Me tomas por imbécil?

Liliana tragó saliva visiblemente, y ya no dijo nada. Yo quería decir algo, no quería que ese tipo la reprendiera por mi culpa; pero mi lengua y labios no respondían.

Luego de algunos minutos de mortal silencio, durante los cuales el hombre me perforó con su ácida mirada, otra chica habló animadamente.

—Mi señor, no se preocupe, sacaré a la chica de aquí y...

—Olvídalo. Ustedes, váyanse.

Apenas lo dijo todas se apresuraron a la salida rápidamente, aliviadas por escapar de allí. Yo también suspiré, y después de alejar mi mirada del hombre en el sofá, me puse en movimiento.

—Tú no.

Me detuve en seco de espaldas a él. Desde la puerta, Liliana se dio la vuelta y lo miró con confuso asombro.

—¿Mi señor? ¿Q-qué hace?

Apreté los puños a los costados, y rogué para que respondiera algo distinto a lo que yo imaginaba.

—Ya pagué por ella, ¿no? Así que sal y cierra esa puerta.

Mi alma cayó hecha añicos a mis pies. Liliana vaciló, claramente preocupada por mí.

—Mi señor, sí gusta, yo puedo...

—Lárgate de una vez.

Ella me miró, después suspiró y salió. El sonido de la puerta al cerrarse hizo eco en la casi vacía habitación, donde solo quedábamos dos personas.

—Levanta la cabeza —me ordenó él.

Lo hice. Desde la pared de espejo frente a mí, puede verlo. Estaba mirándome, estudiándome con su profunda mirada color ámbar. Le devolví la mirada a través del antifaz; eso era lo único que protegía mi identidad, lo único que mantenía a resguardo mi orgullo y dignidad.

—Esos ojos tuyos, los he visto antes.

Al decirlo, ladeó la cabeza para apreciarme mejor, más interesado que nunca. Y yo apenas pude reprimir mis emociones. ¿Unos ojos cómo los míos? ¿Podría tratarse de mi hermana? ¿Él la conocía? ¿Él solía ser cliente suyo? 

¿Él sabrá dónde puedo buscarla?

Moría por preguntarle, pero no podía hacer tal cosa. No en ese momento.

—Es imposible ignorar una mirada cómo la tuya, no cuando posees unos hipnotizantes ojos grises que, a veces, dependiendo de la luz reflejada en ellos, parecen azules o incluso verdosos. Es intrigante.

Tal vez fuese mi imaginación, pero no parecía estar hablándome a mí, sino a alguien más. Cómo sí estuviese recordando una vieja conversación con... ¿mi hermana? ¿Sería eso posible?

—¿Está es tú primera vez cómo trabajadora sexual? —quiso saber luego de unos segundos de silencio.

Asentí. Yo no era mi hermana, eso era obvio.

—Y nunca habías hecho sexo en grupo —afirmó sin sonar decepcionado.

No era una pregunta, pero volví a asentir.

—Ven aquí.

Temblé por dentro. Él suspiró con fastidio.

—Creí que te habías negado a acercarte por vergüenza a que las demás te vieran, pero ya veo que no. Simplemente no quieres hacerlo.

¿Por qué me estaba reteniendo? ¿Solo por qué le intrigaba el color de mis ojos? ¿Acaso pensaba tocarme a la fuerza?

No importa, me dije sin dejar de ver su reflejo. Puede que no sea tan valiente, pero puedo defenderme. Sí intenta...

—Puedes irte.

¿Qué?

—¿P- perdón? —pregunté con escepticismo.

Esta vez fue él quien asintió.

—Qué ya no quiero verte —dijo con simpleza a la vez que se levantaba del sofá—. Le diré a ese idiota del dueño que nunca más volveré...

Mis ojos se abrieron desmesuradamente y en un segundo ya estaba arrodillada a sus pies, aferrada a sus piernas con el corazón latiéndome cómo loco en la garganta. Sorprendido, él retrocedió un par de pasos hasta caer de nuevo sobre el sofá.

—¿Qué crees que haces, niña?

¿Negarme a su petición? ¿Ir en contra del cliente? ¿Ser despedida inmediatamente? ¿Tener qué pagar la deuda de mi hermana cuando todavía no tenía ni un centavo en el bolsillo?

No, no podía permitirlo.

—¡Por favor, no lo haga! —le supliqué mirándolo desde abajo, a punto de echarme a llorar—. ¡Le ruego que no lo haga! 

Sabía de sobra que mi voz sonaba desesperada y aguda, pero no me importaba.

—¡No puede... no puede ir con el dueño! —balbuceé aferrándome a sus piernas. Él se veía cada vez más confundido—. ¡Deme otra oportunidad, está vez no me negaré y lo haré bien! ¡Pero no vaya con el dueño, por favor! ¡Él me despedirá y yo...! 

Sin previo aviso me tomó de la nuca y unió sus labios a los míos; a pesar de querer alejarme, no lo hice. Él me besó con rudeza, apenas permitiéndome respirar. Su lengua se abrió paso a la fuerza y acarició a la mía con mucha destreza. Apreté los puños y dejé que me besará de la forma que quiso.

Cuando al fin me liberó, yo jadeaba y tenía las mejillas rojas.

—¿Él te despedirá, y tú qué? —preguntó con voz grave, tomándome de la mandíbula y mirándome con la mirada ensombrecida por el deseo.

Mis labios se entreabrieron, pero de ellos no salió ningún sonido. Me sentía abrumada y algo mareada, nunca había recibido un beso cómo el que ese desconocido me acababa de dar a la fuerza.

—¿Crees, niña, que puedes venir y decirme qué hacer? —prosiguió y sus dedos presionaron más mí mandíbula.

Hice un gesto de dolor.

—Escucha bien: mí no me interesa en absoluto lo que pueda pasarte —declaró volviendo a acercar su boca a la mía—. Pero ya que has dicho que esta vez lo harás bien, te daré el beneficio de la duda y tendrás otra oportunidad.

A pesar de la forma en que sujetaba mi rostro, me las ingenié para sonreír y hablar.

—Gracias, mi señor —dije aliviada—. Yo... yo haré todo lo que usted diga.

Una sonrisa apareció en su atractivo rostro, pero, a diferencia de la mía, la suya era sumamente oscura.

—Entonces, me la chuparas hasta que me corra.

Pude sentir cómo mi rostro cambiaba de expresión, cómo pasaba del alivio al total horror. Su sonrisa se hizo más extensa, ¿disfrutaba de mi miseria? Parecía que le complacía más que nada.

¿Por qué hace esto? Le pregunté en mi fuero interno. ¿Por qué viene a este lugar en busca de mujeres, cuando a todas luces se ve que podría tener a cualquier chica a sus pies? ¿Por qué me obliga a hacer esto?

—Mi señor, yo no puedo...

—Quiero ver sí valió la pena haber elegido a la novedad de Odisea, en lugar de a las otras 9 chicas.

Y sin perder más tiempo, me soltó solo para enderezarse y bajarse en cierre del pantalón.

Quise levantarme y salir corriendo. Nunca había visto algo así en mi vida.

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