Lagrimas llenaron mis ojos. Mis dedos se aferraron a las sábanas. Mi corazón brincaba frenético dentro de mi pecho. Cerré los labios fuertemente para no gemir, de dolor. Ya no sentía el placer qué había sentido cuando jugaba con sus dedos, ahora solo sentía escozor y el tirante dolor al ser invadida por algo mucho más grande. —Mi ... señor... —Aguanta un poco —masculló entre dientes, empujando más profundo. Pero yo no podía aguantar más, solo quería que se detuviera. Ya no lo deseaba. —Oh, por favor... —sollocé tensando las piernas. Sentía que me estaba partiendo por la mitad—. Duele... No me respondió, sino que maldijo por lo bajo y de una sola arremetida se introdujo hasta el fondo, hasta que su piel golpeó la mía. Yo grité e intenté alejarme, propinándole manotazos y agitando las piernas frenéticamente. —¡Basta ya! —me ordenó, tomando mis muñecas y elevándolas sobre mi cabeza. Con los ojos llenos de lágrimas busqué su mirada. La encontré fría. —Mi señor, le ruego que... D
Me abracé a las sábanas y suspiré profundamente, medio adormilada. Casi no me importaba estar desnuda al lado de un mafioso. La cama era tan suave y cómoda, muy diferente a mi desgastado colchón en casa. Cuando el señor Daniels se marchará, yo me quedaría un poco más y dormiría una larga siesta. —¿Cuántos años tienes? Fruncí el ceño, extrañada por su pregunta. —18 años —dije con un bostezo. Me sentía tan agotada y algo adolorida. —¿Eres estudiante? Negué una vez. Mis parpados comenzaron a cerrarse. —Ya no... Aunque, me gustaría ir a la universidad... —¿Por qué? Esbocé una pequeña sonrisa, a punto de perder la conciencia. —Yo, solo quiero probarles que puedo ser alguien distinta a mi hermana. Lo oí exhalar pesadamente. ¿Cuándo se iría? —Supongo que realmente eres Lizbeth, la hermana de Katerin. Asentí. —Si, somos hermanas... Me detuve en seco al darme cuenta de todo, y abriendo los ojos desmesuradamente, me alcé sobre los codos para poder mirarlo. Él permaneció sereno, es
Despedirme de Liliana fue difícil, a pesar de poco tiempo que convivimos. Pero salir de allí después de dos semanas respirando ese pesado aire del interior, fue verdaderamente liberador. El señor Daniels no me permitió llevarme nada conmigo, excepto la ropa que en ese momento traía puesta. Tampoco dijo nada mientras cruzábamos las calles de la ciudad en un auto Rolls Royce color plata. Había visto esos caros autos en documentales, donde hablaban de sus excesivos precios y únicos diseños. Yo tampoco le dije nada, me limité a hundirme en el asiento y mirar por las ventanas polarizadas. Me mantuve casquivana y silenciosa... Hasta que entramos en una zona residencial exclusiva, donde todas las casas eran enormes y tal cómo Odisea, de un costoso diseño industrial. En las entradas los autos deportivos se acumulaban en dos o más, cómo sí uno solo fuera poca cosa. —Mi señor... —No puedes llamarme así —me reprendió—. Llámame Demián, solo puedes llamarme “mi señor” en la intimidad o cuan
Al amanecer, me desperté de golpe y con el corazón en la garganta. El sueño aun me acechaba, un sueño donde Katerin aparecía, llamándome con una gran sonrisa desde la puerta de una lujosa casa en algún lugar muy lejano. No, no era ella, me dije subiéndome las sábanas hasta el pecho y dándome la vuelta en la cama. Katerin no haría una vida sin mí, yo no era un estorbo para ella. El señor Daniels dormía plácidamente a mi lado. ¿Sus largas pestañas negras eran lo que le daba a su dorada mirada un aire intimidante todo el tiempo? Medio sonreí y me acurruqué a su lado. Él me asustaba y a veces solo quería huir lejos, pero estar con él no me desagradaba del todo; de hecho, comenzaba a gustarme, se volvía poco a poco en algo más. —Mi señor —lo llamé quitándole los cabellos negros de la frente. Durante la noche apenas habíamos dormido nada, él realmente tenía mucha energía. Apenas me había dado un respiro, pero, aun así, me gustó tanto que me corrí varias veces en el transcurso de la n
En la habitación, Madame Mariel sacó un montón de ropa y accesorios: vestidos, conjuntos, trajes, abrigos. Yo permanecí en la cama, mirando ese espectáculo con expresión ausente. ¿Ella ya se había marchado? Cuando el señor Demián me obligó a subir y dejarlos solos, ella se veía algo enfadada. Y no era para menos, yo me acostaba y vivía con su prometido, como una completa zorra. —¿Te sientes culpable? —preguntó Madame de pronto. La miré. —Si. Yo... yo no lo sabía, de haberlo hecho, jamás habría aceptado venir aquí. Ella caminó hacia mí, y con cuidado colocó un vestido negro en la cama, justo a mi lado. Después sacó unos altos zapatos rojos de fina aguja. —No tienes porqué, ellos mantienen una relación sin restricciones —dijo con calma, cómo si no fuera nada del otro mundo—. Él lleva años trayendo y frecuentando a otras mujeres, y la señorita Gisel lo acepta, también tiene sus aventuras con otros hombres. Luego de eso ya no dije nada, me mantuve callada, procesando toda esa
Al bajar del auto y entrar en aquella majestuosa construcción victoriana, comencé a fantasear con un glamuroso baile al son de alguna famosa orquesta, bajo un gran candelabro de cristales... De algún modo, esos pensamientos tontos llenaron mi mente. Pero al subir unos cuantos escalones y cruzar las puertas, me vi golpeada por mi reciente realidad. Allí no se desarrollaba ningún tipo de baile, sino una oscura reunión bajo unas cuantas luces opacas. El aire apestaba a tabaco y a perfume caro; y las parejas no solo hablaban y bebían animadamente, también había unas que otras escenas subidas de tono en algunos rincones. —¿Qué te sucede? ¿Creíste que te traje aquí para bailar? No respondí nada. Pero me pregunté sí mi hermana había asistido a ese tipo de oscuros eventos con el señor Demián. Y sí acaso había sentido lo mismo que yo al ver cara a cara a tantos hombres peligrosos. —Oh, ¡pero miren! Dirigí mis asustados ojos hacia un hombre regordete recostado sobre un largo sillón
Me hizo cruzar habitación tras habitación, sala tras sala, escaleras tras escaleras, oscuridad tras oscuridad... Hasta que finalmente me soltó en una oscura recamará llena de polvo, lejos del resto de los invitados. Sí acababa conmigo allí, nadie lo sabría, nadie me escucharía. Y aunque me escucharan, no harían nada, pues todos ellos eran iguales que él. —No lo parece, pero veo que eres realmente rebelde —siseó cerrando la puerta con fuerza. Estaba acabada. —Mi señor, no es... no es... Dio un paso hacia mí, yo retrocedí otro. —¿No es qué? ¿No abandonaste la estancia principal para vagar por la mansión, aun cuando te lo prohibí? Dio un paso más. Y yo choqué contra el reposabrazos de un polvoso sillón. ¿Le temía hasta la medula? Claro que sí. ¿Iba a dejarle hacer conmigo su gusto? No, no era tan débil. Apreté los labios hasta que se convirtieron en una fina línea. Luego le solté: —Usted no era tan ajeno a mi hermana cómo dice. Usted la trajo aquí. Esperé alguna reacción
Coloqué cuidadosamente el tenedor sobre el plato, dando por terminado mi desayuno. Luego me levanté y después de verificar mi imagen en uno de los muchos cristales, tomé mi mochila y salí de casa. Me sentía algo nerviosa pero también bastante emocionada, pues gracias a las extrañas influencias de Madame Mariel había logrado un lugar en una prestigiosa universidad de elite. Fuera, en la calle, ya me esperaba un llamativo auto negro. Y junto a él, su conductor. Me sentí algo decepcionada al ver que no era el señor Demián, sino su amigo y ¿subordinado? —Hola, Livy. ¿Estás lista? Medio asentí. Desde la reunión con sus socios y el trágico final, apenas y había visto al señor Demián. Ese día hizo que Mad me sacará de la mansión y me llevara a casa, pero él no apareció nunca; de eso ya había trascurrido toda una semana. Quería preguntarle a Mad sobre la rara ausencia de su jefe, pero tras pensarlo mientras me subía al coche, decidí que no. Él no me diría nada. Pero... pero... —Mad,