Al bajar del auto y entrar en aquella majestuosa construcción victoriana, comencé a fantasear con un glamuroso baile al son de alguna famosa orquesta, bajo un gran candelabro de cristales... De algún modo, esos pensamientos tontos llenaron mi mente. Pero al subir unos cuantos escalones y cruzar las puertas, me vi golpeada por mi reciente realidad. Allí no se desarrollaba ningún tipo de baile, sino una oscura reunión bajo unas cuantas luces opacas. El aire apestaba a tabaco y a perfume caro; y las parejas no solo hablaban y bebían animadamente, también había unas que otras escenas subidas de tono en algunos rincones. —¿Qué te sucede? ¿Creíste que te traje aquí para bailar? No respondí nada. Pero me pregunté sí mi hermana había asistido a ese tipo de oscuros eventos con el señor Demián. Y sí acaso había sentido lo mismo que yo al ver cara a cara a tantos hombres peligrosos. —Oh, ¡pero miren! Dirigí mis asustados ojos hacia un hombre regordete recostado sobre un largo sillón
Me hizo cruzar habitación tras habitación, sala tras sala, escaleras tras escaleras, oscuridad tras oscuridad... Hasta que finalmente me soltó en una oscura recamará llena de polvo, lejos del resto de los invitados. Sí acababa conmigo allí, nadie lo sabría, nadie me escucharía. Y aunque me escucharan, no harían nada, pues todos ellos eran iguales que él. —No lo parece, pero veo que eres realmente rebelde —siseó cerrando la puerta con fuerza. Estaba acabada. —Mi señor, no es... no es... Dio un paso hacia mí, yo retrocedí otro. —¿No es qué? ¿No abandonaste la estancia principal para vagar por la mansión, aun cuando te lo prohibí? Dio un paso más. Y yo choqué contra el reposabrazos de un polvoso sillón. ¿Le temía hasta la medula? Claro que sí. ¿Iba a dejarle hacer conmigo su gusto? No, no era tan débil. Apreté los labios hasta que se convirtieron en una fina línea. Luego le solté: —Usted no era tan ajeno a mi hermana cómo dice. Usted la trajo aquí. Esperé alguna reacción
Coloqué cuidadosamente el tenedor sobre el plato, dando por terminado mi desayuno. Luego me levanté y después de verificar mi imagen en uno de los muchos cristales, tomé mi mochila y salí de casa. Me sentía algo nerviosa pero también bastante emocionada, pues gracias a las extrañas influencias de Madame Mariel había logrado un lugar en una prestigiosa universidad de elite. Fuera, en la calle, ya me esperaba un llamativo auto negro. Y junto a él, su conductor. Me sentí algo decepcionada al ver que no era el señor Demián, sino su amigo y ¿subordinado? —Hola, Livy. ¿Estás lista? Medio asentí. Desde la reunión con sus socios y el trágico final, apenas y había visto al señor Demián. Ese día hizo que Mad me sacará de la mansión y me llevara a casa, pero él no apareció nunca; de eso ya había trascurrido toda una semana. Quería preguntarle a Mad sobre la rara ausencia de su jefe, pero tras pensarlo mientras me subía al coche, decidí que no. Él no me diría nada. Pero... pero... —Mad,
Quería dar la vuelta y correr directo a casa. Quería saber sí esa mujer se trataba de mi hermana. Y sobre todo, saber sí ese hombre junto a ella era el señor Demián. Pero cómo siempre, tal cosa estaba fuera de mis posibilidades. Esperé, de pie, hasta que Deniss subió a su coche y se marchó sin notar al señor Demián, apoyado en el Rolls Royce. Después me encaminé hacia él, escondí mis emociones lo mejor que pude antes de reunirme a su lado. —Mi señor... No me escuchó, rodeó el auto y sin tacto me estampó contra la puerta del copiloto. Jadeé a causa de la sorpresa. —¿Qué hace...? Volvió a ignorarme, me tomó por los muslos y me alzó en vilo. Me besó con verdadera impaciencia, impidiéndome respirar. Mis pensamientos estaban divididos, pero eso no me impidió rodear su cuello y devolverle el beso con la misma intensidad. ¿Él y mi hermana habían incendiado mi casa y todo dentro de ella? ¿Él sabía dónde se ocultaba Katerin? ¿Él la protegía? ¿Había algo especial entre ambos? Sin s
Entré a la casa con los restos de mis panties en una mano, y mi vergüenza en la otra. Permanecí un momento en la oscura sala, mirando a través del muro de cristal cómo el señor Demián entraba al Rolls Royce y arrancaba para después desaparecer calle abajo. Realmente era un tipo malo, pues mientras me entregaba a él, me había dicho descaradamente que se iba a cenar con su prometida, y después dormir con ella. —¿Livy? ¿Eres tú? Con un respingo me di la vuelta. En lo alto de las escaleras estaba Madame Mariel, envuelta en una bata gris y con expresión cansada. ¿La llamaban Madame por respeto, por sonar elegante, por qué significaba señora en francés? Discretamente oculté mi ropa interior tras la espalda. —¿Dónde está el señor, Livy? Su pregunta me hizo enrojecer. Agradecí que todas las luces estuvieran apagadas. —¿No llegó contigo? ¿Por qué vienes sola? ¿Mad no te recogió de la universidad, por eso vienes tan tarde? Aspiré fuerte, luego la miré con firmeza. —Madame, ¿pue
Sin mediar una palabra más, me tomó del brazo y me arrastró hacia el interior del auto. Luego de subir, arrancó y en unos pocos minutos, cruzamos la ciudad hasta llegar a casa. Después de todo lo que había averiguado, ya no quería estar cerca de él; no sabía quién era realmente Demián Daniels en mi vida y en la de mi hermana. Así que apenas frenó el auto lo suficiente, abrí mi puerta y salí deprisa. Entré a la casa y subí las escaleras hasta llegar al tercer piso, me oculté en una de las muchas habitaciones y puse el pestillo. No obstante, eso de poco me sirvió. Pues lo escuché acercarse y después la puerta se abrió de par en par; las llaves quedaron colgando en la cerradura. La abrasiva mirada del señor Demián me recorrió de pies a cabeza. —Recuerdo haberte ordenado que dejaras el asunto de Katerin en paz —dijo con voz peligrosamente serena, cerrando la puerta de nuevo y guardándose las llaves en el abrigo. No respondí, era incapaz de hacerlo. —Casualmente tuve qué volver
A la mañana siguiente, cuando abrí los ojos, él ya no se encontraba en la cama. Así que me levanté y después de cubrirme las marcas con un otoñal vestido vaporoso de mangas largas y cuello redondo, salí de la casa y Mad me llevó a la universidad. A diferencia del día anterior, esta vez no me habló en todo el camino, se mantuvo callado y pensativo. Cuando llegamos, me despedí con un vago adiós y corrí a clases. No hubo nada novedoso durante la mañana, Dennis me ignoro y yo tampoco le hable; volviamos a ser desconocidas. Pero por la tarde, cuando salí de la universidad y me encaminé a casa, me encontré con Isabel; estaba fumando sobre la acera, acompañada de un chico bien parecido, que reconocí cómo uno de mis compañeros de clase. —Oh, Livy, ¡eres tú! Me acerqué a ellos, feliz por verla de nuevo. —Hola, Isabel... Ella señaló al chico sentado a su lado, él me sonrió amistosamente. —Livy, él es mi hermano menor Cristian. Su hermano extendió una mano y estrechó una de las mías
Apreté los ojos. En mi inconsistente mente, algunos recuerdos difusos comenzaron a salir a flote. Yo bailando con Cristian. Yo riendo con Cristian. Yo bebiendo con Cristian. Yo tambaleándome en la acera, apoyada en Isabel... y Cristian. Me levanté de golpe y miré a mi alrededor. Basto un breve vistazo para saber que no estaba en casa del señor Demián; este nuevo lugar era sencillo, de paredes blancas y techo bajo a dos aguas. Había una mesa con cuatro sillas cerca y un par de sófas color gris, y yo estaba recostada sobre uno de ellos. No pude indagar más, pues en ese instante un terrible dolor martilleó en mi cráneo. Me llevé ambas manos a la cabeza y gemí por lo bajo. —Has despertado —dijo una voz masculina cerca de mí. Inquieta dirigí la vista hacia la puerta, en ella se encontraba Cristian sonriéndome, y a su lado, su adormilada hermana mayor. —Estábamos a punto de despertarte —dijo Isabel tomando su chaqueta y una pequeña mochila—. Veo que no estás nada acostumbrada a beb