Grité contra su cuello, aferrandome a su espalda con las uñas. Cada arremetida era más fuerte y devastadora que la anterior. Cada jadeo suyo me hacía gemir más alto. —¡Maldición, qué estrecha estás! —gruñó Sebastián, apretandome contra sí con tal fuerza que comenzarón a dolerme las costillas—. Harás que me corra antes de tiempo. Sonreí abrazandome a él, disfrutando la sensación de su miembro moviendose dentro de mí. El suave sonido que producían nuestros cuerpos iba acompañado del ritmido sonido de los resortes de la cama. Con los labios entreabiertos, apoyé la cabeza en las almohadas y fijé la mirada en la puerta. La encontré entreabierta, y más alla de ella, la figura de una persona. Todo mi cuerpo se puso rigido. —¿Qué ocurre? —jadeó mi marido y arremetió tan fuerte que mi cabeza golpeó la cabecera. Gemí sin poder contenerme a la vez que él me subía un poco más el vestido, hasta dejar al desnudo toda la parte inferior de mi cuerpo. Mis ojos y los del señor Daniels se encontrar
Me llevé los dedos a los labios y le sostuve la mirada a Gisel. Ya habían trascurrido poco más de dos días desde la cena, y desde entonces, yo había recuperado algunos recuerdos. Aunque, también alucinaciones. —Demián se marchó en cuanto tú desapareciste con tu esposo —repitió con una media sonrisa—. En ningún momento subió al piso superior. Exhalé largamente, extrañamente aliviada. Eso significaba que el señor Daniels no nos había visto a Sebastián y a mí; más bien, que no me había visto acostándome con él. Todo había sido producto de mi imaginación. —¿Acaso, señora Isfel, le preocupa lo que pueda pensar Demián de usted? —inquirió Gisel ampliando su sonrisa. Crucé las piernas y apoyé los brazos sobre la mesa. Esa era la primera reunión entre el conglomerado de Sebastián y la empresa de Gisel cómo socios, y aunque él en ese momento se encontraba fuera de su oficina tratando asuntos con Isaac, me puso nerviosa que escuchará pregunta de su nueva socia. Y más porque no sabía
—¿Es tan necesario hacer esto? Asentí, mirando cómo cruzaba los brazos sobre él pecho y exhalaba con clara frustración. Sebastián había hecho salir a todos de la oficina en cuanto el señor Daniels me propuso hablar a solas. —Yo no tuve problemas cuando hablabas con Abril para resolver su relación —dije y también crucé los brazos—. Y tú me prometiste ayudarme, recuérdalo. Sin una palabra, se acercó a mí y abrazándome, apoyó el mentón en mi cabeza. —Lo sé, sé que toleraste mi cercanía con Abril, y también sé lo que te prometí. Es solo... solo no me gusta la idea que estés cerca de él. Yo tampoco quería estar a solas con ese hombre, pero tenía razón: yo quería saber cómo es que mi vida había cambiado tanto en tan poco tiempo. —Volveré por la tarde. Lo juro. Sin más me liberé de sus brazos y caminé hacía la puerta. —Sino vuelves, te buscaré, Evelyn —sentenció su voz grave a mis espaldas—. No olvides quién soy en realidad. No soy alguien paciente ni misericordioso. Ire por t
“FUE MI CULPA” Esa frase de 3 cortas palabras se repitió una y otra vez en mi cabeza, hasta que las lágrimas en mis ojos se secaron por completo. Lo miré fijamente, pero solo pude ver dolor y arrepentimiento marcar sus atractivas facciones. —Yo... No entiendo, no sé qué... —Todo lo que pasó contigo y con nuestro hijo, fue culpa mía —explicó—. Lo lamento, Lizbeth. Frunció sus marcadas cejas en señal de dolor. —Aún no sé cómo es que ocurrió todo esto. Por eso deseo que me escuches, que hablemos sobre ese día. Miré en torno, nerviosa por las numerosas miradas que no dejábamos de atraer. Ya casi podía ver una fotografía nuestra en una portada de alguna revisa empresaria, con el gran titular “Infidelidad con nuevo socio”. No quería involucrar a Sebastián en ese tipo de rumores. No era justo para él. —Livy, ¿te gustaría acompañarme al jardín? —ofreció con extrema amabilidad. ¿Acaso él me conocía tan bien que sabía todo lo que sentía en el momento? ¿Había notado lo incomoda que me
Justo a la medianoche, cerré los ojos con fuerza y apoyé la espalda en el frío acero del ascensor; lo sentía moverse, llevándome al último piso del hotel, el penhouse del impredecible dueño. Mi esposo. Respiré hondo. Entonces fui capaz de verlo de nuevo. Cómo si fuese el presente. “… el señor Demián me tomó bruscamente del brazo y me arrastró hasta la ducha del dormitorio. Sin soltarme, abrió las llaves del agua, y después me empujó dentro. Temblé de frio al sentir la helada agua bañarme por completo. Por inercia intenté salir. —Ni se te ocurra —me amenazó entrando también a la ducha. Pronto el agua comenzó a calentarse. Inspiré hondo, abrazándome a mí misma. —¿Q-qué hace...? No me escuchó, sino que me arrinconó contra la pared y de un tirón, me destrozó el vestido. Sus ojos, antes fríos, ahora eran vivas brasas de ira. —Mi señor... —balbuceé temerosa. —Arrodíllate —ordenó echándose un poco para atrás. Mientras yo obedecía, él se quitó la chaqueta y la camisa, las arrojó al s
—Mientras yo enloquecía de angustia y preocupación, mi mujer estaba con otro hombre. Dime, ¿te la pasaste bien burlándote de mí y siéndome infiel? Alcé los ojos despacio, y miré a Sebastián. Él me devolvió una despiadada mirada de asesino, las venas de su brazo se marcaron en su piel cuando tensó los tendones de la muñeca. Mantuvo firme el arma. —Responde, Evelyn Isfel, ¿acaso recuerdas tú relación con él? ¿Has vuelto a sentir algo por ese tipo? ¿Por qué mi actual situación era tan parecida a ese recuerdo? De nuevo había una foto comprometedora, un beso, y un hombre enloquecido de celos y rabia. Y de nuevo, yo me encontraba totalmente asustada. Pero, está vez había una diferencia: Sebastián no era “mi señor”, sino mi esposo, y yo tampoco era la misma chica asustadiza de antes. Esta vez, fui capaz de responder. —La verdad es que he estado recordando muchas cosas sobre mi vida antes de encontrarme contigo —confesé inhalando hondo, intentando mirarlo a él y no a la pistola co
“... Hacerse de la suerte... O nacer siendo suertuda. Solo hay de dos. Excepto por... Crecer sin una pizca de gloria divina. Con ojos anegados de lágrimas, miré mi reflejo en el espejo del baño... Yo, con el uniforme de la escuela lleno de manchas de polvo y suciedad; aun cuando esa mañana había salido de casa luciendo impecable... Yo, con el rizado cabello color salmón hecho un desastre y repleto de hojas secas, cuando apenas me lo había teñido el día anterior; y todo porque estúpidamente pensé que mi a hermana le encantaría verme destacar por primera vez en mi vida, ver los tonos rojizos y naranjas en mi cabello... Yo, con los labios resecos y partidos, a pesar del brillo labial que había elegido para ese importante día... Yo, parada frente a un espejo roto en un sucio baño, mirando las letras escritas con lápiz labial, que decían: ¿Buscas servicios sexuales baratos? ¡He aquí a Livy, fácil y económica! ¡¡Su hermana y ella se ofertan para tríos!! Un sollozo quedo escapó
Observé durante un momento la diminuta criatura en la imagen; era borrosa, a blanco y negro pero, aun así, muy definida para mí. —Aunque esa serie de tragedias te trajeron a mi vida, lamento mucho que hayas vivido todo eso —musitó Sebastián y se giró para tomarme de la nuca y darme un beso en la frente—. Daría lo que fuera con tal de evitarte ese dolor. Suspiré y sujetando la imagen del ultrasonido con las dos manos, me mantuve sentada sobre los talones a los pies de la cama. Cuando Sebastián me soltó, volvió a darme la espalda y continuó vistiéndose. Ese día había elegido un elegante traje verde esmeralda sobre una camisa y corbata negras; se veía imponente, distinguido, e increíblemente poderoso. Era la viva imagen de un joven Ceo, atrayente y exitoso. —¿Qué dirán los medios de... todo lo ocurrido anoche con el señor Daniels? —quise saber, avergonzada y sumamente culpable. No vi su expresión, pero sí cómo su amplia espalda se tensó al instante, marcando los músculos bajo la pie