03

Empezó a caminar hacia la salida de aquella propiedad. El tiempo parecía empeorar y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento, pero mientras eso no sucedía, se apresuró a coger un autobús que la llevara a casa. No estaba dispuesta a resfriarse, ya que odiaba estar enferma en cama. Aunque probablemente era algo obvio, a nadie le gustaba ponerse mal y quedarse postrado en una cama. Solo que en su situación era diferente, ya que no podía permitírselo, ya que ahora tenía muchos gastos.

Realmente necesitaba el dinero con urgencia. Solo así podría aliviar su carga.

Por suerte, nada de eso sucedería, así que pudo subir al autobús sin problemas y el cielo aún no había decidido qué hacer. Se sentó junto a la ventana del transporte mientras miraba el exterior, el paso de los transeúntes y el ambiente general de la ciudad a esa hora. Era una normalidad a la que estaba acostumbrada, pero en ese momento de meditación y reflexión se volvía un acto distinto a lo habitual.

Todavía recordaba cuando su padre la llevaba al colegio, pero si no podía hacerlo por alguna razón, era su madre la que encontraba otra opción, y así subían juntas al autobús. Era una mujer muy dulce, cariñosa y sobreprotectora, tanto que prefería acompañarla al colegio en lugar de dejarla subir al autobús escolar. Claro que había razones de peso para hacer las cosas así, ya que para una niña pequeña de 7 años era extremadamente difícil lidiar con las burlas y el acoso de sus compañeros.

En cualquier caso, todo eso resultaba algo horrible, y su madre sabía que debía protegerla incluso de cualquier peligro. Por alguna razón, ella sonríe conscientemente al recordarlo y luego baja la mirada hacia su abdomen, sabiendo que pronto otra persona la vería dentro de ella.

¿Ser madre? Estaba claro que ella no tendría ningún vehículo especial para ese bebé, aunque lo llevara en su vientre durante ocho o nueve meses, pero no dejaría de ser parte de ella. Sabía que tenía que contárselo a Maritza, después de todo, era alguien cercano a ella y sentía la necesidad de contarle sobre lo que estaba a punto de hacer, aunque a estas alturas sabía que no podría cambiar su objetivo y su opinión. Ya había firmado, y aún si no lo hubiera hecho, de todas formas seguiría adelante porque era su decisión, no la de otra persona.

-¿Estás emocionada? -escuchó decir mientras llegaba al apartamento.

Maritza se encontraba de espaldas frente a la pequeña ventana hablando con alguien por teléfono. Era bastante extraño que todavía estuviera allí, cuando le había dicho hace poco que tenía que ir a clases. De hecho, ya debería estar estudiando. A diferencia de Sarah, Maritza sí era una chica aplicada, aunque estuviera estudiando en una universidad pública, tenía el sueño de salir adelante, de cumplir su meta y convertirse en una profesional. Si tan solo Sarah se hubiera esforzado un poco más en sus estudios, habría obtenido una beca o habría ingresado en una universidad pública. Lamentablemente, no fue así.

—Sí, me alegro por ti. Yo no he podido asistir a la universidad, de camino me he sentido mal del estómago y tuve que volver al apartamento. Ahora debo hablar con el profesor para que me dé chance de volver a hacer la prueba, pero creo que sí aceptará. Después de todo, es la primera vez que algo así sucede conmigo. Siempre he sido muy puntual con mis clases y me va muy bien.

Eso explicaba por qué estuviera allí. Ciertamente, era una chica muy estudiosa y a menos que existiera una razón de peso, no iba a la universidad.

Al rato, había terminado de hablar y al darse la vuelta se fijó en Sarah.

—Oh, ya estás aquí.

—Sí, escuché que tienes dolor de estómago. Puedo preparar algo para que te alivies —se ofreció amablemente, pero Maritza hizo un ademán con la mano y negó.

—Ya he tomado algo para sentirme mejor. ¿Cómo te ha ido? Últimamente andas un poco misteriosa y la verdad no sé qué pensar —añadió jocosa.

—Algo está por suceder, cambios, y creo que antemano deberías saberlo.

—¿Ah sí? Porque no tengo ni idea a lo que te refieres —admitió.

La aludida bajó la cabeza y cerró los párpados antes de tomar un respiro y volver a mirarla a los ojos.

—Es que no tienes idea, te lo aseguro, por eso te voy a explicar las cosas, pero quiero que me prometas que no vas a intentar hacerme ver las cosas de otra manera, porque ya he tomado una decisión y lo único que te pido es respeto.

—Claro, sinceramente me estás asustando un poco. Parece que es algo importante y serio —añadió la pelinegra, con un tono de confusión en la voz.

—Vale, mejor tomemos asiento.

Una vez sentada, la joven supo que ya no podía posponer la explicación. Así que se apresuró en decírselo. Con cada palabra que emitía, dejaba a Maritza casi alucinando de incredulidad, aunque sabía que ella hablaba en serio y no la estaba tomando del pelo. No podía comprender qué tenía Sarah en la cabeza para hacer algo así. Sabía muy bien que era su cuerpo y su decisión, pero como casi una amiga para ella, le dolía que se arriesgara tanto por dinero.

—Sarah, en resumen, me estás diciendo que vas a acostarte con un millonario y no solo eso, vas a darle un hijo. Todo esto bajo un contrato y a cambio de una suma de dinero extremadamente grande que no puedo creer.

—Lo sé, puedo imaginar lo que piensas de mí y lo entiendo. No soporto vivir en la miseria, tener que sobrevivir cada día. Es horrible vivir de esta manera, ni siquiera podría llamarse vida. Además, también voy a ayudarte.

—No, no te preocupes por mí.

—Sí debo hacerlo, las dos estamos en una situación difícil. Claro que te ayudaré. Vamos a estar bien, ya lo verás.

—¿Cómo se llama el sujeto?

—Hasan Al-Saeed, y es tan apuesto que no vas a poder creerlo. Hasta pienso que es perfecto.

La chica bufó y rió también.

—Oye, ¿recuerdas a la chica del café? —le preguntó mientras estaba parada en el umbral de la puerta y fingió un escalofrío por todo el cuerpo.

Esa era una de las cosas que no quería cambiar en su vida. Ya no quería ser esa chica pobre que sufría al salir y mirar las vitrinas de aquellas famosas y costosas boutiques, sin poder comprar absolutamente nada de lo que allí se vendía.

—Sí, no podría olvidar su rostro. En mi opinión, parece una chica muy rara y me da mala espina —le confesó.

La mencionada hizo una mueca y chasqueó la lengua. Sarah sabía que iba a negarse. Rodó los ojos.

—Sabes que no soy de esas chicas que adoran ir a las fiestas. Soy totalmente distinta a ti y tengo muchas cosas que hacer.

—Está bien, yo lo comprendo, pero a veces hace falta salir. La vida no debe ser simplemente estudios y más estudios. Creo que deberías tomar un descanso. Eres muy joven para estar siempre pensando en la universidad. Creo que deberías hacer otras cosas divertidas como cualquier persona de tu edad.

—No, no quiero eso. Y no deberías expresarte de esa manera, Sarah. Al menos yo me estoy esforzando en mis estudios para conseguir una vida mejor. A diferencia de ti, que has escogido el camino fácil —se atrevió a decirle, dejando a la muchacha boquiabierta.

No podía creer que le estuviera diciendo todas esas palabras y en el fondo le había dolido un poco, sabiendo que tenía toda la razón del mundo para hablar de esa forma. Sí, en realidad había escogido la salida fácil al venderse a un hombre para obtener el dinero deseado y alcanzar sus sueños.

Pero... ¿Realmente estaría consiguiendo sus sueños por cuenta propia? No parecía que fuera a lograr sus objetivos con su propio esfuerzo. Aunque su compañera de piso estuviera en lo cierto, no daría su brazo a torcer y jamás confesaría que lo que hacía estaba mal. De hecho, era completamente su problema lo que hacía con su vida y si ella había decidido vender su virginidad a un hombre importante, además de hacer el favor de embarazarse para darle un hijo, haría lo que sea para salir de la pobreza.

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