Con la cara colorada, Juan bajó la vista, confirmando sin palabras que Luciana acertaba.—Vaya, pues ya sabes. —Luciana se puso el bolso al hombro—. Ve con ella. Yo tengo que ir a trabajar.—¡Luciana! —exclamó él, sosteniéndola todavía—. ¿Estás enojada?—¿De qué serviría reconocerlo? —replicó ella, soltándose—. Si te dijera que sí, ¿acaso dejarías de ir a verla?—Luciana… —Alejandro suspiró—. Mónica está… realmente mal.—Sí. Lo sé. Y no te lo impido; ve a cuidarla —contestó con frialdad—. Pero mi trabajo me importa mucho, y si me lo estorbas, te lo juro, te voy a aborrecer.La palabra “aborrecer” lo hirió como un dardo. Con el semblante descompuesto, aflojó la mano y ella se marchó sin mirar atrás.Más tarde, al llegar a su área en el hospital, Luciana apenas terminó de rendir su pase de turno, se dejó caer en la silla de la oficina. Entonces su teléfono sonó.—Luciana —se oyó la voz inconfundible de Alejandro.—¿Necesitabas algo? —respondió ella con frialdad.—Me voy a la oficina de l
—No es eso… —trató de aclarar Luciana. Pero Leticia la cortó con un ademán brusco.—¡Entonces, basta de pretextos! Hazlo de una buena vez. —Le aventó el folder a las manos—. El archivo lo quiere en menos de una hora y tengo planes, no puedo quedarme. Me voy.—Espere, doctora… —Luciana llamó, pero Leticia se marchó sin volver la vista atrás.«Sosteniendo aquel expediente ajeno, Luciana suspiró con resignación. ¿Qué alternativa tenía? Tendría que hacerlo ella misma.»Justo entonces sonó su celular. Alejandro.—¿Sí? —contestó.—Estoy abajo, en la entrada del hospital. ¿Bajas ya?Luciana miró el fajo de documentos que le habían endilgado:—Aún no termino. Tardaré un rato más. No me esperes. —Sin aguardar respuesta, cortó la llamada.Alejandro, al otro lado, se quedó mirando su teléfono con el ceño fruncido, reprimiendo las ganas de estrellarlo contra la pared. «¿Pretende que me resigne?» No, si Luciana no puede subir, él baja. No pasa nada.Con pasos decididos, ingresó por la puerta de Eme
Él forzó una sonrisa:—Lo que entiendo es que, suceda lo que suceda, eso no cambia lo nuestro.«¿Cómo que no cambia?»—Tal vez para ti no cambie nada, pero en mí sí cambió —replicó Luciana con firmeza—. Admito que antes me gustabas mucho y me ilusioné con la idea de seguir a tu lado para siempre.—Sigue con esa idea —retrucó él, mirándola con intensidad—. Es la correcta.Ella negó con la cabeza, esbozando una mueca amarga:—He renunciado a esa idea… ahora simplemente… me rindo.—No te rindas… —él tragó saliva y, con un gesto casi suplicante, envolvió la mano de Luciana entre las suyas—. Luciana, solo estoy cuidando de Mónica. En serio, no pienso “volver” con ella ni nada por el estilo.“¿Todavía” no has vuelto?, estuvo a punto de soltar Luciana, pero no quiso pelear con ese matiz. En cambio, alzó la mirada:—¿Hasta cuándo la cuidarás? ¿Un día, dos días?Alejandro se quedó callado. Él era consciente de que la recuperación de Mónica llevaría tiempo, tal vez meses, y que, mientras tanto,
Tras terminar de comer, Alejandro cumplió lo prometido y la llevó a la casa de Martina. Simón ya había llevado el equipaje antes.—Listo, ya llegamos. Voy contigo arriba —anunció Alejandro en cuanto se estacionaron.Luciana agitó la mano con un gesto impaciente y empezó a subir las escaleras.De pronto, sintió que él le tomaba la mano. Sin mirarla directamente, Alejandro comentó con naturalidad:—Este edificio es viejo y la luz del pasillo está fundida. ¿Qué pasa si te tropiezas?Así de minucioso y considerado era él. Incluso en ese momento, ¿realmente era necesario tanto cuidado?Luciana ya no quiso discutir. Dejó que la ayudara. Con el tiempo, Alejandro entendería que ella no estaba haciendo un berrinche ni jugando a hacerse la difícil. ***Al día siguiente, Luciana tuvo un día muy ajetreado. Por la mañana, tenía un montón de expedientes y de historias clínicas que revisar; por la tarde, debía atender la consulta externa.Estaba a punto de terminar con sus pacientes cuando, de repen
Ella tenía la vista fija en los “folletos” que sostenía, curioseándolos. Tenía que admitir que los amantes de Leticia no estaban mal, físicamente hablando. Quizá su moral dejaba mucho que desear, pero por lo menos tenían buen aspecto.Todavía estaba concentrada en esas fotos cuando, de pronto, se quedó a oscuras: alguien le tapó los ojos. Sintió un leve aroma a colonia con notas de menta. Ni falta hacía mirar: sólo podía ser Alejandro.Él le quitó el folleto de las manos y recién entonces la soltó.—No sigas viendo estas cosas, no quiero que te ensucies la mirada —dijo con un tono que mezclaba cariño y autoridad.Luciana se quedó sin palabras. ¿Otra vez aparecía él?Leyó la expresión en sus ojos y Alejandro forzó una sonrisa triste, como si comprendiera que ella no quería verlo. Y lo aceptaba. Era su culpa, no de Luciana. Estaba dispuesto a aguantar su rechazo.—Esta noche no podré cenar contigo —explicó—. En un rato me toca ponerme el suero y luego tengo que salir de inmediato a la ci
Qué enojado estaba. ¿Sería por protegerla?Simón vaciló un segundo, pero finalmente se atrevió a decir:—Luciana… todos creemos que Alejandro sí siente algo fuerte por ti. Él te cuida y se nota que te aprecia de verdad.—Ajá —musitó ella, asintiendo con lentitud. No lo negaba.—Sí, me trata muy bien —reconoció—. Pero no soy la única a la que cuida. A Mónica también la trata estupendamente. Es más… podría decirse que incluso mejor que a mí, ¿no crees?***Al día siguiente, Luciana tenía su día de descanso. Era un lujo poder darse el gusto de dormir hasta casi el mediodía. Martina había dejado algo de comer antes de salir y, justo cuando Luciana estaba a mitad de su desayuno, recibió una llamada de Ricardo.—¿Sí? ¿Qué pasó?—Luciana, ¿dónde estás? Necesito verte. Mejor hablemos en persona.Ella se extrañó. ¿En serio él tenía tiempo para verla? Con todo el caos que debía de haber a raíz de la grave lesión de Mónica, le parecía increíble que se desocupara para buscarla.—¿Dónde nos vemos?
—Por favor, ya basta de juegos. Hasta aquí llegué —dijo, poniéndose de pie y agarrando su bolso.—¡Luciana! —Ricardo, desesperado, la sujetó de un brazo—. No te vayas.Lo había intentado de buena manera, y aun así su hija se negaba a recibir nada de él. De pronto, se dio cuenta de que Luciana lo odiaba. Lo odiaba a muerte.Entendió que suplicar ya no funcionaría. Ricardo apretó los dientes y lanzó una risa amarga.—¿De verdad te irás así? ¿Estás segura?—¿Qué quieres decir? —Luciana lo miró con sospecha.—Me queda poco tiempo de vida. Si no tomas la casa y el dinero, todo acabará en manos de tu tía Clara y de tu… “hermanita” —advirtió, subrayando cada palabra.Luciana se quedó helada. Eso le tocaba el punto débil.Ricardo prosiguió:—Tu madre me apoyó desde cero cuando inicié mi negocio. Toda mi fortuna tiene que ver con el esfuerzo que ella hizo a mi lado. ¿De verdad vas a renunciar a lo que legítimamente te corresponde?Luciana guardó silencio y sintió cómo su corazón se encogía de r
Al doblar la esquina, en lugar de volver al departamento de Martina, tomó un autobús directo al Sanatorio Cerro Verde, donde planeaba visitar a Pedro.Al llegar, encontró a Balma arreglando la habitación.—Señora Guzmán, me alegra verla.—Hola. ¿Dónde está Pedro? —preguntó Luciana, dejando su bolso en una silla.Balma señaló el dormitorio de Pedro y bajó un poco la voz.—El doctor Manzano está con él, dándole una sesión de terapia. Es mejor no molestarlos por ahora. ¿Por qué no toma asiento un momento?—De acuerdo —aceptó Luciana, sentándose.Balma le ofreció un vaso con agua y, mientras tanto, le comentó:—El estado de Pedro ha mejorado mucho. El doctor Manzano es muy profesional, de verdad.—Les agradezco lo que hacen por él —respondió Luciana con una ligera sonrisa.—No es nada; es mi trabajo, señora.Luciana asintió.—Esta noche me quedaré con Pedro. Tómate el resto del día libre, Balma. En cuanto termines de ordenar, puedes irte a descansar. Mañana regresas.—¿Está segura? —Balma