—Por favor, ya basta de juegos. Hasta aquí llegué —dijo, poniéndose de pie y agarrando su bolso.—¡Luciana! —Ricardo, desesperado, la sujetó de un brazo—. No te vayas.Lo había intentado de buena manera, y aun así su hija se negaba a recibir nada de él. De pronto, se dio cuenta de que Luciana lo odiaba. Lo odiaba a muerte.Entendió que suplicar ya no funcionaría. Ricardo apretó los dientes y lanzó una risa amarga.—¿De verdad te irás así? ¿Estás segura?—¿Qué quieres decir? —Luciana lo miró con sospecha.—Me queda poco tiempo de vida. Si no tomas la casa y el dinero, todo acabará en manos de tu tía Clara y de tu… “hermanita” —advirtió, subrayando cada palabra.Luciana se quedó helada. Eso le tocaba el punto débil.Ricardo prosiguió:—Tu madre me apoyó desde cero cuando inicié mi negocio. Toda mi fortuna tiene que ver con el esfuerzo que ella hizo a mi lado. ¿De verdad vas a renunciar a lo que legítimamente te corresponde?Luciana guardó silencio y sintió cómo su corazón se encogía de r
Al doblar la esquina, en lugar de volver al departamento de Martina, tomó un autobús directo al Sanatorio Cerro Verde, donde planeaba visitar a Pedro.Al llegar, encontró a Balma arreglando la habitación.—Señora Guzmán, me alegra verla.—Hola. ¿Dónde está Pedro? —preguntó Luciana, dejando su bolso en una silla.Balma señaló el dormitorio de Pedro y bajó un poco la voz.—El doctor Manzano está con él, dándole una sesión de terapia. Es mejor no molestarlos por ahora. ¿Por qué no toma asiento un momento?—De acuerdo —aceptó Luciana, sentándose.Balma le ofreció un vaso con agua y, mientras tanto, le comentó:—El estado de Pedro ha mejorado mucho. El doctor Manzano es muy profesional, de verdad.—Les agradezco lo que hacen por él —respondió Luciana con una ligera sonrisa.—No es nada; es mi trabajo, señora.Luciana asintió.—Esta noche me quedaré con Pedro. Tómate el resto del día libre, Balma. En cuanto termines de ordenar, puedes irte a descansar. Mañana regresas.—¿Está segura? —Balma
«¿Ahora quiere que lo salude de mano?» pensó Luciana. Aquello era absurdo y no tenía intención de seguirle el juego.—¿Tienes algo importante que decirme o me regreso con Pedro?Antes de que terminara de hablar, Alejandro avanzó dos pasos, le sujetó la mano y la atrajo con fuerza hacia su pecho. Luciana casi pierde el equilibrio y tuvo que apoyarse en él, indignada. Con sus dedos firmemente entrelazados, levantó la cabeza para fulminarlo con la mirada.—¿Se puede saber por qué actúas como un demente en plena noche?—¿Yo, loco? —Los ojos de Alejandro se habían endurecido como témpanos. Apretó la mano de Luciana y la llevó hasta sus labios—. Eres mi esposa. ¡Eres mía! Y nadie, absolutamente nadie, aparte de mí, puede tocarte. ¿Está claro?—¡Estás mal de la cabeza! Nadie me ha tocado —replicó Luciana, furiosa y avergonzada. ¿De nuevo con sus dudas sobre su lealtad?—¿Ah, no? —Él entornó los ojos con evidente ironía—. Piénsalo bien. Te doy una pista: sucedió hoy mismo.Luciana se quedó en
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de