«¿Ahora quiere que lo salude de mano?» pensó Luciana. Aquello era absurdo y no tenía intención de seguirle el juego.—¿Tienes algo importante que decirme o me regreso con Pedro?Antes de que terminara de hablar, Alejandro avanzó dos pasos, le sujetó la mano y la atrajo con fuerza hacia su pecho. Luciana casi pierde el equilibrio y tuvo que apoyarse en él, indignada. Con sus dedos firmemente entrelazados, levantó la cabeza para fulminarlo con la mirada.—¿Se puede saber por qué actúas como un demente en plena noche?—¿Yo, loco? —Los ojos de Alejandro se habían endurecido como témpanos. Apretó la mano de Luciana y la llevó hasta sus labios—. Eres mi esposa. ¡Eres mía! Y nadie, absolutamente nadie, aparte de mí, puede tocarte. ¿Está claro?—¡Estás mal de la cabeza! Nadie me ha tocado —replicó Luciana, furiosa y avergonzada. ¿De nuevo con sus dudas sobre su lealtad?—¿Ah, no? —Él entornó los ojos con evidente ironía—. Piénsalo bien. Te doy una pista: sucedió hoy mismo.Luciana se quedó en
Sus palabras eran frías, pero en su interior sentía el pecho hecho un nudo. Dolía demasiado, y cuanto más dolía, más claridad adquiría.Apoyó las manos en el pecho de Alejandro y lo apartó con delicadeza.—Vete ya. Es muy tarde y necesito dormir —dijo, soltando un bostezo que dejaba claro lo cansada que estaba.Alejandro titubeó un instante antes de soltarla.—Déjame en paz. Hazlo por ti también. Alejandro, si piensas ocuparte de todo al mismo tiempo, terminarás agotado —le soltó, dándole la espalda mientras entraba de nuevo al sanatorio.Él se quedó ahí, contemplando cómo la figura de Luciana se alejaba. ¿Soltarla? ¿Dejarla ir? Una vez creyó poder hacerlo, pero ahora… sencillamente no podía.***A la mañana siguiente, Balma llegó en el primer tren del día. Al pasar por la entrada del sanatorio, reconoció la camioneta estacionada. Prefirió no acercarse a curiosear y entró de inmediato al edificio.Dentro, Luciana ya había terminado de alistarse y estaba ayudando a Pedro a lavarse la ca
A la mañana siguiente, Luciana terminó de empacar sus cosas en un par de maletas y las colocó junto a la puerta del departamento de Martina. Al alzar la vista, se encontró con la mirada triste de su amiga.—¿Así que te vas en serio? —preguntó Martina, con un deje de melancolía.—Sí —respondió Luciana, sonriéndole—. No puedo quedarme aquí para siempre. Tenía que buscar un lugar más definitivo.En pocos meses, llegaría el bebé. Además, la casa de la Calle del Nopal, la que había recibido, le daría un techo adecuado. Por si fuera poco, el dinero que le dio su padre biológico, Ricardo, cubría los gastos del tratamiento de Pedro en el extranjero y aún le sobraba lo suficiente para contratar a alguien que la ayudara cuando naciera el bebé. Debía reconocer, le gustara o no, que Ricardo la había apoyado en un momento clave.Martina comprendía todo aquello, pero aún así frunció los labios con pesar:—Te voy a extrañar muchísimo.—No exageres. No es como si fuéramos a dejar de vernos. —Luciana l
—Entendido.Calle del Nopal no quedaba lejos del hospital UCM ni del departamento de Martina. Ricardo entró en el complejo habitacional y estacionó el auto en la parte de abajo. Sacó las maletas y caminó al frente.—¿Tienes la llave? Yo no tengo copia.—Sí, la traigo —confirmó Luciana.Subieron y, en cuanto abrió la puerta, Luciana prendió la luz. Esta era apenas su segunda visita, pero todo se notaba distinto: la renovación estaba terminada y el lugar lucía completamente amueblado.Ricardo dejó el equipaje en la habitación principal y, al salir, le preguntó:—¿Te gusta cómo quedó?—Mucho —admitió Luciana con un leve asentimiento.—Me alegra… —Ricardo suspiró, pero enseguida frunció el ceño y se llevó la mano al estómago.Luciana notó que su semblante estaba pálido. Él ya venía mal de salud y, además, había estado cargando maletas y subiéndose y bajándose del auto.—¿Te sientes bien? —preguntó con preocupación.—Estoy bien, no te asustes —contestó Ricardo con una sonrisa cansada—. Luci
—Te ayudo a levantarte —dijo ella, apoyando a Ricardo con cuidado.Cada segundo que pasaba, Alejandro se sentía más furioso, la sangre le hervía sin control.—¡Luciana, suéltalo! ¡Déjalo! ¡No te permito que lo toques, ¿me oíste?!Sus ojos parecían llamas a punto de estallar.—¡Ricardo, vete ya! —pidió Luciana, con el rostro crispado de preocupación—. ¡Rápido!—Pero, Luciana… —él dudó, inquieto por dejarla sola.—¡Te digo que te vayas! ¡Esta es mi decisión! ¿Acaso quieres quedarte a que te golpee otra vez?—Está bien… —aceptó Ricardo al fin, sin más opciones.—¿Irte? —Alejandro tenía la mirada desquiciada. Cuanto más veía a Luciana protegiendo a Ricardo, más se nublaba su razón—. ¡A ver si te atreves a salir!—¡Alejandro! —Luciana se interpuso, dispuesta a frenarlo—. ¡No sigas golpeando a nadie, por favor!—¡Luciana! —La voz de Alejandro se quebraba entre enojo y dolor—. ¿Te enojas conmigo? Lo entiendo… Pero este viejo…Al verlos forcejeando, Ricardo se detuvo y se giró hacia él:—Señor
Con el corazón encogido, Luciana se quedó inmóvil, observando su espalda mientras se alejaba. ¿A qué se refería? ¿Qué planes tendría en mente?***Los días siguientes transcurrieron sin que Alejandro hiciera acto de presencia. Luciana se instaló definitivamente en el departamento de la Calle del Nopal. Todas las mañanas caminaba hasta el hospital UCM para trabajar, tal como lo había planeado. Además, Alejandro dejó de aparecer para molestarla. Aun así, un presentimiento extraño la rondaba, un ligero malestar que no podía explicar.Esa tarde, que tenía libre, decidió tomar el autobús hacia el Sanatorio Cerro Verde para visitar a Pedro. Al llegar, el guardia de seguridad la miró con evidente asombro.—¡Oh! Eres la hermana de Pedro. ¿Qué haces por aquí?Luciana no se alarmó… hasta que escuchó la siguiente frase:—¿Acaso Pedro olvidó algo y vienes a recogerlo?—¿Cómo dices? —replicó ella, frunciendo el ceño—. ¿Pedro dejó algo? ¿Dónde?—¿Eh? —El guardia se encogió de hombros, algo confundid
Luciana, por su parte, se fue a la ventana del pasillo, dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta. Sin embargo, no tardó mucho en ver cómo Alejandro salía, luego de, aparentemente, dejar a Mónica bajo control.—Luciana… —la saludó él, suave, deteniéndose ante ella.—¿Dónde está Pedro? —le soltó sin rodeos, con la voz tensa y el gesto serio—. ¿A dónde lo llevaste?Luciana se esforzaba por mostrarse tranquila, pero sus manos fuertemente entrelazadas dejaban en evidencia su ansiedad. Alejandro lo notó y frunció el ceño, hablando con un tono engañosamente sereno:—El Sanatorio Cerro Verde no era la mejor opción. No tienen un programa especializado para el tratamiento del autismo. Lo reubiqué en una institución más adecuada. Balma y Lorenzo siguen con él, está bien cuidado.Respondió sin decir el nombre del lugar, evadiendo la pregunta.La voz de Luciana se alzó con rabia contenida:—¡Te pregunté que dónde está Pedro! ¡Quiero verlo!Alejandro no se inmutó; al contrario, parecía haberl
Fiel a su palabra, Alejandro la llevó de inmediato a la Estancia Bosque del Verano, lugar donde había instalado a Pedro en un pabellón privado. Allí contaban con un médico especializado, y también estaban Lorenzo y Balma para cuidarlo.Apenas vio a su hermana, Pedro corrió a recibirla con una gran sonrisa:—¡Hermana!—Pedro, cariño… —Luciana se inclinó para darle un suave abrazo.—¡Cuñado! —agregó Pedro, mirando detrás de ella hacia Alejandro—. ¡Este lugar es enorme!—¿A que sí? —contestó Alejandro, devolviéndole la sonrisa—. Te lo dije, aquí es mucho más grande y entretenido.—¡Sí, me gusta mucho! —exclamó Pedro, entusiasmado.Luciana se sorprendió:—¿De verdad te gusta, Pedro?—¡Ajá, me encanta!Al ver a su hermano tan contento y estable, Luciana sintió un gran alivio. Al fin respiró tranquila. Alejandro, sin que ella se diera cuenta, le tomó la mano:—Tengo una reunión en un rato. ¿Te quedas con Pedro o vienes conmigo?—Ve y atiende tus asuntos —respondió Luciana sin dudarlo—. Yo me