—Entendido.Calle del Nopal no quedaba lejos del hospital UCM ni del departamento de Martina. Ricardo entró en el complejo habitacional y estacionó el auto en la parte de abajo. Sacó las maletas y caminó al frente.—¿Tienes la llave? Yo no tengo copia.—Sí, la traigo —confirmó Luciana.Subieron y, en cuanto abrió la puerta, Luciana prendió la luz. Esta era apenas su segunda visita, pero todo se notaba distinto: la renovación estaba terminada y el lugar lucía completamente amueblado.Ricardo dejó el equipaje en la habitación principal y, al salir, le preguntó:—¿Te gusta cómo quedó?—Mucho —admitió Luciana con un leve asentimiento.—Me alegra… —Ricardo suspiró, pero enseguida frunció el ceño y se llevó la mano al estómago.Luciana notó que su semblante estaba pálido. Él ya venía mal de salud y, además, había estado cargando maletas y subiéndose y bajándose del auto.—¿Te sientes bien? —preguntó con preocupación.—Estoy bien, no te asustes —contestó Ricardo con una sonrisa cansada—. Luci
—Te ayudo a levantarte —dijo ella, apoyando a Ricardo con cuidado.Cada segundo que pasaba, Alejandro se sentía más furioso, la sangre le hervía sin control.—¡Luciana, suéltalo! ¡Déjalo! ¡No te permito que lo toques, ¿me oíste?!Sus ojos parecían llamas a punto de estallar.—¡Ricardo, vete ya! —pidió Luciana, con el rostro crispado de preocupación—. ¡Rápido!—Pero, Luciana… —él dudó, inquieto por dejarla sola.—¡Te digo que te vayas! ¡Esta es mi decisión! ¿Acaso quieres quedarte a que te golpee otra vez?—Está bien… —aceptó Ricardo al fin, sin más opciones.—¿Irte? —Alejandro tenía la mirada desquiciada. Cuanto más veía a Luciana protegiendo a Ricardo, más se nublaba su razón—. ¡A ver si te atreves a salir!—¡Alejandro! —Luciana se interpuso, dispuesta a frenarlo—. ¡No sigas golpeando a nadie, por favor!—¡Luciana! —La voz de Alejandro se quebraba entre enojo y dolor—. ¿Te enojas conmigo? Lo entiendo… Pero este viejo…Al verlos forcejeando, Ricardo se detuvo y se giró hacia él:—Señor
Con el corazón encogido, Luciana se quedó inmóvil, observando su espalda mientras se alejaba. ¿A qué se refería? ¿Qué planes tendría en mente?***Los días siguientes transcurrieron sin que Alejandro hiciera acto de presencia. Luciana se instaló definitivamente en el departamento de la Calle del Nopal. Todas las mañanas caminaba hasta el hospital UCM para trabajar, tal como lo había planeado. Además, Alejandro dejó de aparecer para molestarla. Aun así, un presentimiento extraño la rondaba, un ligero malestar que no podía explicar.Esa tarde, que tenía libre, decidió tomar el autobús hacia el Sanatorio Cerro Verde para visitar a Pedro. Al llegar, el guardia de seguridad la miró con evidente asombro.—¡Oh! Eres la hermana de Pedro. ¿Qué haces por aquí?Luciana no se alarmó… hasta que escuchó la siguiente frase:—¿Acaso Pedro olvidó algo y vienes a recogerlo?—¿Cómo dices? —replicó ella, frunciendo el ceño—. ¿Pedro dejó algo? ¿Dónde?—¿Eh? —El guardia se encogió de hombros, algo confundid
Luciana, por su parte, se fue a la ventana del pasillo, dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta. Sin embargo, no tardó mucho en ver cómo Alejandro salía, luego de, aparentemente, dejar a Mónica bajo control.—Luciana… —la saludó él, suave, deteniéndose ante ella.—¿Dónde está Pedro? —le soltó sin rodeos, con la voz tensa y el gesto serio—. ¿A dónde lo llevaste?Luciana se esforzaba por mostrarse tranquila, pero sus manos fuertemente entrelazadas dejaban en evidencia su ansiedad. Alejandro lo notó y frunció el ceño, hablando con un tono engañosamente sereno:—El Sanatorio Cerro Verde no era la mejor opción. No tienen un programa especializado para el tratamiento del autismo. Lo reubiqué en una institución más adecuada. Balma y Lorenzo siguen con él, está bien cuidado.Respondió sin decir el nombre del lugar, evadiendo la pregunta.La voz de Luciana se alzó con rabia contenida:—¡Te pregunté que dónde está Pedro! ¡Quiero verlo!Alejandro no se inmutó; al contrario, parecía haberl
Fiel a su palabra, Alejandro la llevó de inmediato a la Estancia Bosque del Verano, lugar donde había instalado a Pedro en un pabellón privado. Allí contaban con un médico especializado, y también estaban Lorenzo y Balma para cuidarlo.Apenas vio a su hermana, Pedro corrió a recibirla con una gran sonrisa:—¡Hermana!—Pedro, cariño… —Luciana se inclinó para darle un suave abrazo.—¡Cuñado! —agregó Pedro, mirando detrás de ella hacia Alejandro—. ¡Este lugar es enorme!—¿A que sí? —contestó Alejandro, devolviéndole la sonrisa—. Te lo dije, aquí es mucho más grande y entretenido.—¡Sí, me gusta mucho! —exclamó Pedro, entusiasmado.Luciana se sorprendió:—¿De verdad te gusta, Pedro?—¡Ajá, me encanta!Al ver a su hermano tan contento y estable, Luciana sintió un gran alivio. Al fin respiró tranquila. Alejandro, sin que ella se diera cuenta, le tomó la mano:—Tengo una reunión en un rato. ¿Te quedas con Pedro o vienes conmigo?—Ve y atiende tus asuntos —respondió Luciana sin dudarlo—. Yo me
Con aparente cuidado, Alejandro acercó la cuchara a los labios de Luciana. Era un gesto que pretendía ser gentil, pero ella no pudo evitar recordar la escena de ese día: así era como él alimentaba a Mónica en la habitación del hospital. Aquello la perturbó, haciéndole fruncir el ceño casi de manera imperceptible.—No… —empezó a decir.—¿No? —Los ojos rasgados de Alejandro se entornaron, denotando un leve fastidio.—Quiero decir que puedo hacerlo sola —matizó Luciana rápidamente, evitando un posible conflicto. Dejó la toalla a un lado y tomó la taza—. Estoy casi lista… beberé un poco.Claro, pensó. No era Mónica, ella sí podía valerse por sí misma. Dio un sorbo.Al verla ceder, la tensión en el rostro de Alejandro se relajó un poco.—¿Qué tal? ¿Te gusta el sabor?—Supongo que está bien —contestó Luciana en tono neutro—. Aunque el olor me resulta un poco fuerte.—Mientras no te parezca desagradable… —Alejandro sonrió con suavidad—. Es bueno para ti y para el bebé. Con una taza al día es
—Sí… —respondió ella, aún asustada.Mientras tanto, Mónica no dejaba de gritar descontroladamente:—¡Señorita Soler, cálmese!—¡Rápido, necesitamos un sedante!—¡De acuerdo!El doctor y la enfermera hicieron todo lo posible para sujetarla, pero ni entre los dos lograban contenerla.—¡Señorita Soler, por favor, deje de moverse! ¡Va a lastimarse más!—¡Fue ella…! —Mónica gritaba, señalando a Luciana—. ¡Fue ella quien me hizo esto! ¡Aaaah…!El médico miró a Luciana con el ceño fruncido:—¿Qué pasó aquí?—Eh… —Luciana se quedó perpleja. Ni siquiera entendía por qué Mónica había reaccionado así, ni qué significaba esa acusación de “hacerle daño.”—¡Que se vaya! ¡Que salga! ¡Aaah! —exclamó Mónica de pronto, presa de otra oleada de agitación.—Doctora Herrera, será mejor que salga. —El médico se volvió a Luciana—. Vea cómo está la paciente. Su estado es demasiado inestable en este momento. Usted misma, como doctora, sabe lo delicado que es.—De acuerdo… —asintió Luciana, sin más opción que ab
Luciana rompió a llorar.En la mente de Alejandro, ella siempre había sido extremadamente fuerte, casi nunca lloraba, sobre todo por temas del corazón. La única persona que solía sacarle lágrimas era Pedro. Pero esta vez, estaba llorando por él, por su culpa.Azorado y con torpeza, Alejandro intentó calmarla:—Luciana, yo… lo siento…Levantó la mano, con la intención de secarle las lágrimas, pero ella se apartó. Giró el rostro para evitarlo.—Por favor, sal de aquí. No quiero verte ahora. Déjame sola un momento, ¿sí?Ante eso, Alejandro vaciló, sin querer irse, pero la sentía tan reacia…—Está bien, saldré.Con voz ronca, se retiró del estudio caminando hacia atrás, y se quedó un buen rato junto a la puerta sin decir nada. Había provocado que Luciana se sintiera herida… ¿Acaso la había acusado injustamente? Entonces, ¿para qué había ido ella a ver a Mónica? Pensándolo bien, el asunto del secuestro doble también había sido raro. ¿Por qué se habían reunido esas dos, si nunca se han lleva