Tras terminar de comer, Alejandro cumplió lo prometido y la llevó a la casa de Martina. Simón ya había llevado el equipaje antes.—Listo, ya llegamos. Voy contigo arriba —anunció Alejandro en cuanto se estacionaron.Luciana agitó la mano con un gesto impaciente y empezó a subir las escaleras.De pronto, sintió que él le tomaba la mano. Sin mirarla directamente, Alejandro comentó con naturalidad:—Este edificio es viejo y la luz del pasillo está fundida. ¿Qué pasa si te tropiezas?Así de minucioso y considerado era él. Incluso en ese momento, ¿realmente era necesario tanto cuidado?Luciana ya no quiso discutir. Dejó que la ayudara. Con el tiempo, Alejandro entendería que ella no estaba haciendo un berrinche ni jugando a hacerse la difícil. ***Al día siguiente, Luciana tuvo un día muy ajetreado. Por la mañana, tenía un montón de expedientes y de historias clínicas que revisar; por la tarde, debía atender la consulta externa.Estaba a punto de terminar con sus pacientes cuando, de repen
Ella tenía la vista fija en los “folletos” que sostenía, curioseándolos. Tenía que admitir que los amantes de Leticia no estaban mal, físicamente hablando. Quizá su moral dejaba mucho que desear, pero por lo menos tenían buen aspecto.Todavía estaba concentrada en esas fotos cuando, de pronto, se quedó a oscuras: alguien le tapó los ojos. Sintió un leve aroma a colonia con notas de menta. Ni falta hacía mirar: sólo podía ser Alejandro.Él le quitó el folleto de las manos y recién entonces la soltó.—No sigas viendo estas cosas, no quiero que te ensucies la mirada —dijo con un tono que mezclaba cariño y autoridad.Luciana se quedó sin palabras. ¿Otra vez aparecía él?Leyó la expresión en sus ojos y Alejandro forzó una sonrisa triste, como si comprendiera que ella no quería verlo. Y lo aceptaba. Era su culpa, no de Luciana. Estaba dispuesto a aguantar su rechazo.—Esta noche no podré cenar contigo —explicó—. En un rato me toca ponerme el suero y luego tengo que salir de inmediato a la ci
Qué enojado estaba. ¿Sería por protegerla?Simón vaciló un segundo, pero finalmente se atrevió a decir:—Luciana… todos creemos que Alejandro sí siente algo fuerte por ti. Él te cuida y se nota que te aprecia de verdad.—Ajá —musitó ella, asintiendo con lentitud. No lo negaba.—Sí, me trata muy bien —reconoció—. Pero no soy la única a la que cuida. A Mónica también la trata estupendamente. Es más… podría decirse que incluso mejor que a mí, ¿no crees?***Al día siguiente, Luciana tenía su día de descanso. Era un lujo poder darse el gusto de dormir hasta casi el mediodía. Martina había dejado algo de comer antes de salir y, justo cuando Luciana estaba a mitad de su desayuno, recibió una llamada de Ricardo.—¿Sí? ¿Qué pasó?—Luciana, ¿dónde estás? Necesito verte. Mejor hablemos en persona.Ella se extrañó. ¿En serio él tenía tiempo para verla? Con todo el caos que debía de haber a raíz de la grave lesión de Mónica, le parecía increíble que se desocupara para buscarla.—¿Dónde nos vemos?
—Por favor, ya basta de juegos. Hasta aquí llegué —dijo, poniéndose de pie y agarrando su bolso.—¡Luciana! —Ricardo, desesperado, la sujetó de un brazo—. No te vayas.Lo había intentado de buena manera, y aun así su hija se negaba a recibir nada de él. De pronto, se dio cuenta de que Luciana lo odiaba. Lo odiaba a muerte.Entendió que suplicar ya no funcionaría. Ricardo apretó los dientes y lanzó una risa amarga.—¿De verdad te irás así? ¿Estás segura?—¿Qué quieres decir? —Luciana lo miró con sospecha.—Me queda poco tiempo de vida. Si no tomas la casa y el dinero, todo acabará en manos de tu tía Clara y de tu… “hermanita” —advirtió, subrayando cada palabra.Luciana se quedó helada. Eso le tocaba el punto débil.Ricardo prosiguió:—Tu madre me apoyó desde cero cuando inicié mi negocio. Toda mi fortuna tiene que ver con el esfuerzo que ella hizo a mi lado. ¿De verdad vas a renunciar a lo que legítimamente te corresponde?Luciana guardó silencio y sintió cómo su corazón se encogía de r
Al doblar la esquina, en lugar de volver al departamento de Martina, tomó un autobús directo al Sanatorio Cerro Verde, donde planeaba visitar a Pedro.Al llegar, encontró a Balma arreglando la habitación.—Señora Guzmán, me alegra verla.—Hola. ¿Dónde está Pedro? —preguntó Luciana, dejando su bolso en una silla.Balma señaló el dormitorio de Pedro y bajó un poco la voz.—El doctor Manzano está con él, dándole una sesión de terapia. Es mejor no molestarlos por ahora. ¿Por qué no toma asiento un momento?—De acuerdo —aceptó Luciana, sentándose.Balma le ofreció un vaso con agua y, mientras tanto, le comentó:—El estado de Pedro ha mejorado mucho. El doctor Manzano es muy profesional, de verdad.—Les agradezco lo que hacen por él —respondió Luciana con una ligera sonrisa.—No es nada; es mi trabajo, señora.Luciana asintió.—Esta noche me quedaré con Pedro. Tómate el resto del día libre, Balma. En cuanto termines de ordenar, puedes irte a descansar. Mañana regresas.—¿Está segura? —Balma
«¿Ahora quiere que lo salude de mano?» pensó Luciana. Aquello era absurdo y no tenía intención de seguirle el juego.—¿Tienes algo importante que decirme o me regreso con Pedro?Antes de que terminara de hablar, Alejandro avanzó dos pasos, le sujetó la mano y la atrajo con fuerza hacia su pecho. Luciana casi pierde el equilibrio y tuvo que apoyarse en él, indignada. Con sus dedos firmemente entrelazados, levantó la cabeza para fulminarlo con la mirada.—¿Se puede saber por qué actúas como un demente en plena noche?—¿Yo, loco? —Los ojos de Alejandro se habían endurecido como témpanos. Apretó la mano de Luciana y la llevó hasta sus labios—. Eres mi esposa. ¡Eres mía! Y nadie, absolutamente nadie, aparte de mí, puede tocarte. ¿Está claro?—¡Estás mal de la cabeza! Nadie me ha tocado —replicó Luciana, furiosa y avergonzada. ¿De nuevo con sus dudas sobre su lealtad?—¿Ah, no? —Él entornó los ojos con evidente ironía—. Piénsalo bien. Te doy una pista: sucedió hoy mismo.Luciana se quedó en
Sus palabras eran frías, pero en su interior sentía el pecho hecho un nudo. Dolía demasiado, y cuanto más dolía, más claridad adquiría.Apoyó las manos en el pecho de Alejandro y lo apartó con delicadeza.—Vete ya. Es muy tarde y necesito dormir —dijo, soltando un bostezo que dejaba claro lo cansada que estaba.Alejandro titubeó un instante antes de soltarla.—Déjame en paz. Hazlo por ti también. Alejandro, si piensas ocuparte de todo al mismo tiempo, terminarás agotado —le soltó, dándole la espalda mientras entraba de nuevo al sanatorio.Él se quedó ahí, contemplando cómo la figura de Luciana se alejaba. ¿Soltarla? ¿Dejarla ir? Una vez creyó poder hacerlo, pero ahora… sencillamente no podía.***A la mañana siguiente, Balma llegó en el primer tren del día. Al pasar por la entrada del sanatorio, reconoció la camioneta estacionada. Prefirió no acercarse a curiosear y entró de inmediato al edificio.Dentro, Luciana ya había terminado de alistarse y estaba ayudando a Pedro a lavarse la ca
A la mañana siguiente, Luciana terminó de empacar sus cosas en un par de maletas y las colocó junto a la puerta del departamento de Martina. Al alzar la vista, se encontró con la mirada triste de su amiga.—¿Así que te vas en serio? —preguntó Martina, con un deje de melancolía.—Sí —respondió Luciana, sonriéndole—. No puedo quedarme aquí para siempre. Tenía que buscar un lugar más definitivo.En pocos meses, llegaría el bebé. Además, la casa de la Calle del Nopal, la que había recibido, le daría un techo adecuado. Por si fuera poco, el dinero que le dio su padre biológico, Ricardo, cubría los gastos del tratamiento de Pedro en el extranjero y aún le sobraba lo suficiente para contratar a alguien que la ayudara cuando naciera el bebé. Debía reconocer, le gustara o no, que Ricardo la había apoyado en un momento clave.Martina comprendía todo aquello, pero aún así frunció los labios con pesar:—Te voy a extrañar muchísimo.—No exageres. No es como si fuéramos a dejar de vernos. —Luciana l