Sin más, inclinó la cabeza para besarla con ímpetu, casi con rabia, presionando sus labios con una mezcla de frustración y deseo contenido. La mordisqueó, no con violencia desmedida, pero sí con un ligero rastro de enojo.Luciana, que de por sí no estaba de humor, se encolerizó aún más. Él la estaba atacando—aunque fuera un beso ardiente—y su reacción fue inmediata: le devolvió la mordida, pero mucho más en serio, con un mordisco real que rasgó la piel.—¡Hmm! —gimió Alejandro, sintiendo el escozor y el sabor metálico que se esparcía en sus labios. Aun así, lejos de soltarla, intensificó la presión, como si quisiera hundirse más en ese gesto desesperado.«¿Se había vuelto loco?» Luciana pensó, aturdida. Lo cierto era que, cuanto más vehemente se ponía él, con más saña lo castigaba ella. La lucha duró hasta que el sabor cobrizo de la sangre se intensificó, y Alejandro, a punto de su límite, finalmente se rindió, aflojando el agarre.Al separarse, Luciana vio que tenía la comisura de la
Al oírla, Alejandro tuvo la sensación de que algo arañaba su pecho con furia. «¿Qué era esa punzada de dolor?»Con el rostro serio, trató de forzar una sonrisa:—¿Tú crees que “perder el tiempo” es querer a mi propia esposa? Mientras sigas siendo mi mujer, no vas a poder escapar de mí.—¿En serio? —repuso ella, encogiéndose de hombros—. Pues adelante. No me perjudicas a mí.Cambiando el tema de improviso, Luciana tocó su cabello húmedo:—Ya secaste mi pelo. Listo, me iré a dormir.—Sí, ya quedó. —Alejandro dejó la toalla a un costado y, sin aviso, la cargó entre sus brazos.—¡Oye, oye! —exclamó Luciana, algo asustada—. ¿Quieres inutilizar tu brazo o qué?—No pasa nada. —Él esbozó una leve sonrisa—. Apenas es una herida superficial, y no me lastima tanto. Además, sin esto, ¿crees que te acostarías por tu propia voluntad?Con pasos firmes, la depositó sobre la cama grande.—¡Alejandro! —soltó ella, atónita—. ¡Me prometiste que no dormirías conmigo!—Tranquila. —Él deslizó la mano sobre s
Con la cara colorada, Juan bajó la vista, confirmando sin palabras que Luciana acertaba.—Vaya, pues ya sabes. —Luciana se puso el bolso al hombro—. Ve con ella. Yo tengo que ir a trabajar.—¡Luciana! —exclamó él, sosteniéndola todavía—. ¿Estás enojada?—¿De qué serviría reconocerlo? —replicó ella, soltándose—. Si te dijera que sí, ¿acaso dejarías de ir a verla?—Luciana… —Alejandro suspiró—. Mónica está… realmente mal.—Sí. Lo sé. Y no te lo impido; ve a cuidarla —contestó con frialdad—. Pero mi trabajo me importa mucho, y si me lo estorbas, te lo juro, te voy a aborrecer.La palabra “aborrecer” lo hirió como un dardo. Con el semblante descompuesto, aflojó la mano y ella se marchó sin mirar atrás.Más tarde, al llegar a su área en el hospital, Luciana apenas terminó de rendir su pase de turno, se dejó caer en la silla de la oficina. Entonces su teléfono sonó.—Luciana —se oyó la voz inconfundible de Alejandro.—¿Necesitabas algo? —respondió ella con frialdad.—Me voy a la oficina de l
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de