Hizo una mueca señalando la puerta.—Podríamos pedirle a nuestros muchachos que te entreguen a la policía. Al fin y al cabo, esa pieza no es tuya.El hombre tragó saliva, con el rostro pálido.—¿C… cómo saben que no es mía?—¡Responde! —Sergio le gritó de pronto—. ¡Deja de dar vueltas!—Está bien, hablaré… —contestó el sujeto, temblando. No era más que un hombre común, sin agallas para soportar ni la más mínima presión—. Lo… lo robé.“¿Robado?” Alejandro y Sergio cruzaron miradas. «Así que no era de él ni de alguien de su confianza». Sin esperar indicaciones, Sergio continuó con el interrogatorio:—¿A quién se lo robaste?Alejandro contuvo el aliento, ansioso por la respuesta.—Pues… no sé de quién era… —El tipo negó con la cabeza, francamente confundido.—¿Intentas engañarnos? —lo increpó Sergio.—¡No, no! —se apresuró a responder—. Si supiera de quién era, entonces no sería un robo. Eso… eso me lo llevé sin saber nada.—¿En qué lugar sucedió? ¿Era hombre o mujer? ¿No me digas que tam
—¿Qué fue eso? —murmuró Luciana, inclinándose para recogerlo.—¿Qué haces? —murmuró Alejandro con voz grave, aún somnoliento.Luciana alzó la mirada.—Se te cayó algo al piso. Iba a recogerlo.Él no pudo ocultar su disgusto.—¿No te das cuenta de tu estado? ¿Crees que una mujer embarazada debe andar agachándose de esa forma?—Bueno, pensé que… —empezó a decir Luciana, un poco confundida.—No se discute. —Él dio un par de pasos y le sujetó la mano—. ¿Y si te pasa algo? Ni te imaginas lo mal que podría acabar. Seguro es uno de mis gemelos de camisa. Cuando venga el personal de servicio, ya lo recogerá.—Está bien —repuso ella, dándole la razón. Al fin y al cabo, reconocía que su intención era cuidarla.—Hoy voy a salir con prisa —añadió Luciana—. No me dará tiempo de desayunar contigo. Te veré en la noche.Alejandro frunció el ceño.—¿Tan temprano?—Sí… Me toca guardia en el hospital. Ya sabes cómo es eso —contestó con un leve titubeo.Cuando iba a salir, él la jaló de la muñeca.—¿Así,
Al llegar frente a la fábrica, Martina ya las esperaba en la entrada.—¡Por aquí! —gritó ella con entusiasmo.En cuanto Luciana bajó del auto, sacó un pliego de papel de su bolso.—Mira, revisa estos diagramas y dime si es factible.—Veamos —respondió Martina mientras estiraba la hoja—. No parece complicado; tenemos los materiales que se necesitan.—Estupendo —repuso Luciana.Mientras caminaban e intercambiaban opiniones, Simón les seguía a cierta distancia, echando una ojeada de reojo. La parte inicial de los planos no la entendía, pero en la ilustración final se distinguía lo que parecía… ¿un encendedor?—¿Luciana piensa fabricarlo ella misma? —murmuró para sí, sorprendido.Poco tardó en confirmarlo. Martina condujo a Luciana al taller de su padre, donde ya tenían libertad absoluta para usar la maquinaria. Con los bocetos desplegados, Luciana se puso a trabajar; Martina se dedicó a buscar las piezas, cotejar medidas y servirle de asistente.Simón, de lejos, observaba en silencio y al
Alejandro guardó silencio un momento, pensativo, y luego respondió:—Iré personalmente.Necesitaba verlo con sus propios ojos, fuera o no la persona que había esperado tantos años. Con la mano, rozó el anillo que llevaba en el dedo anular izquierdo. «Si lo es», pensó, «podré cerrar este capítulo pendiente. Y si no lo es, me rendiré… y dejaré de buscarla para siempre.» ***Siguiendo la ubicación que recibió Sergio, ambos se dirigieron a una zona turística en las afueras de Muonio. La cita era en una cafetería del lugar, bastante concurrida por los visitantes. Tal vez la otra persona se siente más segura rodeada de gente, pensó Alejandro.—Primo —dijo Sergio al entrar al salón principal—, la persona insistió en que no fuera en un salón privado, sino aquí afuera.—De acuerdo —respondió Alejandro sin oponerse—. ¿A qué hora llega?Sergio tomó asiento en una mesa y sacó el teléfono.—Le enviaré un mensaje para indicarle en qué mesa estamos. Cuando lo reciba, vendrá a buscarnos.Tras enviar
—No se preocupe —insistió Sergio con seguridad—. No queremos que usted salga perdiendo.Para Alejandro, ese dinero no significaba nada. Sin embargo, Eileen se quedó pensativa, luego clavó la mirada en él.—Señor Guzmán, ¿puedo saber por qué se interesó en adquirir precisamente este broche de mariposa?Alejandro, sin responder, se puso de pie:—No es asunto tuyo. Acepta la compensación y listo.Empezó a caminar hacia la salida.—¡Espere! —exclamó Eileen con prisa—. ¡Señor Guzmán, por favor, escúcheme un momento!Alejandro frenó en seco, frunciendo el ceño:—¿Ahora qué?—Verá… —Eileen se apresuró a explicar—. Todavía no he terminado lo que iba a decir. Ese broche, aunque se haya perdido en mis cosas, no era mío.Alejandro sintió un estremecimiento y bajó la mirada hacia ella. Cada palabra salió de sus labios con lentitud y firmeza:—¿Entonces a quién pertenecía?—Señor Guzmán… —Eileen esbozó una sonrisa con cierto fastidio—. Piense que estaba en mi estuche de maquillaje. Si no era mío, s
Por su mente pasaron fugaces recuerdos de hace mucho tiempo.Era la época en que Alejandro, todavía muy joven, había sufrido un accidente automovilístico que lo dejó temporalmente ciego. Miguel contrató a los mejores médicos del mundo, pero ninguno podía asegurar que volvería a ver. Frente a la posibilidad de vivir para siempre en la oscuridad, Alejandro, lleno de rabia y frustración, se negaba a comunicarse con nadie que no fuera su abuelo. Desahogaba su ira en cuidadores y personal doméstico, y ningún psicólogo lograba que se abriera. Ante aquella situación, Miguel lo llevó a una villa en las afueras, con la esperanza de que la naturaleza y la tranquilidad lo ayudaran a sobrellevar su depresión. Fue en ese momento cuando apareció “Mariposita.”La casa de “Mariposita” colindaba con la de la familia Guzmán; en realidad, eran vecinas y los jardines estaban conectados. La primera vez que se encontraron, “Mariposita” vio a Alejandro sentado al aire libre, contemplando el cielo bajo la llu
Sergio cumplió con la entrega, asegurándole que ella lo había recibido de su propia mano. Con eso, Alejandro partió tranquilo al tratamiento.Su ceguera había durado alrededor de medio año, y la recuperación en el extranjero se prolongó otro medio año. Finalmente, lo lograron: volvió a ver. Él atribuyó parte de esa buena fortuna a la presencia de “Mariposita,” como si su cariño hubiera obrado un milagro.En cuanto se recuperó, lo primero que hizo Alejandro al volver fue buscarla. Sin embargo, la casa vecina estaba vacía, y nunca más hubo rastro de “Mariposita.” Pasaron varios años sin que ella regresara.Ese recuerdo volvió con fuerza. Ahora, Alejandro miraba a Mónica acercarse, sintiendo un nudo en la garganta y el ardor de la emoción acumulada. Con cuidado, como temiendo asustarla, sacó el broche de mariposa y lo extendió frente a ella, despacio.Mónica miró el broche con asombro.—¿No se suponía que estaba perdido? ¿Por qué lo tienes tú?—El broche… siempre ha sido mío —respondió Al
Al notar la expresión de Alejandro, Mónica preguntó con suavidad:—¿Pasa algo?—Sí. —Él se puso de pie—. Lo siento, Mónica, pero tengo un asunto urgente y debo irme de inmediato.—¿Por qué te disculpas? —respondió ella con comprensión—. Después de tantos años de amistad, no vamos a ponernos quisquillosos con esos detalles. Ve, atiende lo que tengas que hacer.Alejandro sintió un gran alivio.—Gracias, en verdad. Te llamaré luego.—Cuídate. —Mónica se levantó para despedirlo con la mirada. Poco a poco, sus labios se curvaron en una sonrisa tenue mientras cerraba con fuerza su mano alrededor del broche de mariposa. ***Dentro del auto, Sergio se apresuró a llamar a Simón:—Por favor, haz todo lo posible para que Luciana se quede. Vamos rumbo allá.—Haré lo que pueda —respondió Simón, suspirando.Apenas colgó, la puerta del reservado se abrió y Luciana salió.—Luciana, espera. —Simón se puso nervioso y la bloqueó con el cuerpo—. Alejandro ya casi llega… solo un momento más.—No —contestó