Al notar la expresión de Alejandro, Mónica preguntó con suavidad:—¿Pasa algo?—Sí. —Él se puso de pie—. Lo siento, Mónica, pero tengo un asunto urgente y debo irme de inmediato.—¿Por qué te disculpas? —respondió ella con comprensión—. Después de tantos años de amistad, no vamos a ponernos quisquillosos con esos detalles. Ve, atiende lo que tengas que hacer.Alejandro sintió un gran alivio.—Gracias, en verdad. Te llamaré luego.—Cuídate. —Mónica se levantó para despedirlo con la mirada. Poco a poco, sus labios se curvaron en una sonrisa tenue mientras cerraba con fuerza su mano alrededor del broche de mariposa. ***Dentro del auto, Sergio se apresuró a llamar a Simón:—Por favor, haz todo lo posible para que Luciana se quede. Vamos rumbo allá.—Haré lo que pueda —respondió Simón, suspirando.Apenas colgó, la puerta del reservado se abrió y Luciana salió.—Luciana, espera. —Simón se puso nervioso y la bloqueó con el cuerpo—. Alejandro ya casi llega… solo un momento más.—No —contestó
Con las mejillas llenas de fideos, Luciana meneó la cabeza, sin siquiera alzar la mirada. El corazón de Alejandro se oprimía; sabía que la había dejado plantada, haciéndola pasar hambre y preocupaciones.—Mañana por la noche, ¿qué te parece? Reservaré un lugar y prometo llegar antes.—No hace falta. —Ella negó con la cabeza y tomó una rebanada de jamón—. Esta es la última rebanada…—Déjame traerte más. —Alejandro se apresuró a recoger el platito vacío.Sin embargo, enseguida notó que no tenía idea de dónde podría haber más encurtidos. Revisó el refrigerador y nada.—Tal vez llame a Amy…—No.—Tranquila, no es problema… —insistió él.—Te dije que no. —La voz de Luciana se hizo más tajante; dejó su tenedor y lo miró con molestia—. ¿Por qué te empeñas en decidir por mí? ¿Puedo o no puedo opinar yo misma?Él comprendió que estaba molesta y, con resignación, volvió a dejar el plato en su sitio:—De acuerdo. Te escucho.Con un suspiro cansado, Luciana continuó comiendo en silencio hasta acab
—No necesitas saberlo —respondió Luciana, conteniendo el dolor mientras retiraba su mano.«¿No necesita saberlo?»Alejandro entornó sus ojos, esos ojos color miel que solían ser tan seductores:—Eres mi esposa, tienes la mano lastimada, ¿y dices que no necesito saber qué te pasó?—¿Y qué problema hay con eso? —contestó Luciana con una leve sonrisa, sin una pizca de calor en la voz—. ¿Acaso yo supe dónde estuviste esta noche, celebrando tu cumpleaños con tu… ex?«¿Ex?»Por un segundo, Alejandro se olvidó de su culpa para quedarse atónito. «¿Cumpleaños con mi ex?»Aprovechando su desconcierto, Luciana soltó el brazo y subió corriendo las escaleras.Cumpleaños.Alejandro se detuvo, con el ceño fruncido, recordando de pronto: «Claro, hoy es mi cumpleaños.»Se llevó la mano a la frente con frustración, sacó el teléfono y marcó un número:—Alex —contestó Simón desde el otro lado.—Contéstame algo —dijo con voz tensa—. ¿Sabías que Luciana quería darme una sorpresa por mi cumpleaños?—Sí.—¿En
Probablemente, desde el principio, había pensado celebrarlo con Mónica. «Bien», se dijo, «será mejor no volver a tomarme tantas molestias. Él no lo necesita, yo hago el esfuerzo y al final solo termino humillándome.»Acostada en la cama, apagó la luz, dispuesta a dormir. De pronto, escuchó un leve ruido en la puerta, como si alguien estuviera maniobrando la cerradura. Se incorporó de inmediato.Tal como temía, la puerta se abrió; la luz inundó la habitación. Alejandro entró y, sin mirar atrás, lanzó una llave sobre el sofá con indiferencia. Luciana se quedó atónita. Había olvidado que esta era su casa, y obviamente él tendría una llave de cada puerta.Alejandro avanzó hasta llegar junto a la cama y, sin pedir permiso, se sentó en posición de loto sobre el colchón.—¿No me dejas entrar? ¿Entonces dónde se supone que voy a dormir? Esta es nuestra habitación… la mitad es mía.Luciana lo miró un par de segundos, asintió con la cabeza y se levantó:—Entonces tú te quedas aquí, yo me voy a l
De pronto, se quedó sin aliento: Alejandro la había alzado en brazos para luego depositarla suavemente sobre la cama, cercándola con su cuerpo para impedir que huyera.—¿No quieres escuchar? Yo ya te lo dije: jamás traicionaría nuestro matrimonio, ¿por qué no confías en mí?Luciana lo miró fijamente.—Señor Guzmán, no dudo de tu sentido moral. Estoy segura de que, físicamente, cumplirías tu promesa conyugal.Alejandro, con su educación, su alto sentido de la responsabilidad… Luciana estaba convencida de que él no tendría un desliz corporal. Pero…—No es solo una cuestión de cuerpos. También existe la traición emocional.Tras pensarlo un segundo, se corrigió:—Aunque, para ser sincera, tu corazón jamás ha estado del todo conmigo…—¿Tú crees que no? —interrumpió Alejandro, sintiéndose acusado injustamente—. ¿Te parece que no he estado a tu lado?—Quizá una parte de ti sí, pero no en su totalidad… —reconoció Luciana—. No fue correcto decir que no me has brindado nada. Lo admito.Él quedó
—Lo siento. Tienes todo el derecho a molestarme… Acepto tu castigo. ***Al día siguiente, Luciana dormía plácidamente cuando sintió en su mano una extraña comezón.—¿Qué…? —musitó con fastidio, parpadeando sin abrir del todo los ojos.—¿Te desperté? —susurró Alejandro—. Ya me voy, pero quería ponerte otra vez la pomada. Cuando te levantes, por favor, procura aplicártela cuatro o cinco veces al día, ¿sí?—¡Qué fastidio! —se quejó Luciana, cubriéndose la cabeza con la sábana.Alejandro solo pudo soltar una sonrisa cansada, con un deje cariñoso. Ya había descubierto que Luciana, mientras más cansada estuviera, peor humor podía llegar a tener.—Tranquila, no te molesto más. Sigue durmiendo.Cuando volvió a abrir los ojos, eran más de las diez de la mañana. Aquella jornada, Luciana no tenía un turno formal en el hospital; solo le tocaba entregar unos documentos. Se preparó rápidamente y permitió que Simón la llevara en auto hasta la clínica.Allí, entregó la documentación y su compañero, e
—¿Fer?¡Era Fernando!—Luciana, ¿estás heri…? —Fernando no alcanzó a terminar; soltó un quejido ahogado, con el rostro crispado por el dolor.El corazón de Luciana se contrajo de golpe, como si el tiempo se hubiera detenido.—¡Luciana!La voz de Simón irrumpió en la escena tan rápido como una flecha, respondiendo a los gritos de auxilio. En un abrir y cerrar de ojos, redujo al hombre que blandía el cuchillo.—¡Quieto! ¡No te muevas!Con un par de maniobras, lo tiró al piso, desarmándolo. La hoja, manchada de sangre, cayó al suelo. Simón sintió un escalofrío recorrerle la espalda. «Apenas me fui un minuto y ya pasa esto…»—Luciana, ¿estás herida? —preguntó, mirando con urgencia de pies a cabeza.—No, no soy yo… —respondió ella con semblante pálido, clavando la mirada en Fernando.Él presionaba con fuerza su costado izquierdo, y la sangre se filtraba entre los dedos.—Fernando, necesitas entrar de urgencia a una sala de operaciones. ¡Simón, ayúdame!—¡Claro!Con el caos de esos instantes
Alejandro sintió cómo crecía en su interior una sensación amarga. Cuando habló de nuevo, lo hizo con un reproche que se escapó de sus labios sin filtro:—¿Le agradeces haber arriesgado la vida para salvarte o… no puedes dejarlo ir?—¿Qué? —Luciana lo miró con asombro, digiriendo sus palabras—. ¿Insinúas que todavía tengo sentimientos por él?—Si te expones al cansancio y al estrés del hospital sin importarte el bebé —replicó él en un tono que pretendía ser frío—, pues… me da razones para pensar que no lo has olvidado.—Vaya… —soltó Luciana una carcajada irónica, de pronto recordando la peineta de mariposa que vio en el cabello de Mónica. «¿Con qué derecho me cuestiona?» pensó. Y, en lugar de discutir, decidió “admitirlo” con un aire desafiante—. Tienes razón. Fernando es mi primer amor y eso no se supera de la noche a la mañana.La mano de Alejandro se crispó alrededor de la muñeca de Luciana, haciéndole daño.—¿Así que lo confirmas? —espetó él, con gesto adusto—. Si es así, ¿por qué r