De pronto, se quedó sin aliento: Alejandro la había alzado en brazos para luego depositarla suavemente sobre la cama, cercándola con su cuerpo para impedir que huyera.—¿No quieres escuchar? Yo ya te lo dije: jamás traicionaría nuestro matrimonio, ¿por qué no confías en mí?Luciana lo miró fijamente.—Señor Guzmán, no dudo de tu sentido moral. Estoy segura de que, físicamente, cumplirías tu promesa conyugal.Alejandro, con su educación, su alto sentido de la responsabilidad… Luciana estaba convencida de que él no tendría un desliz corporal. Pero…—No es solo una cuestión de cuerpos. También existe la traición emocional.Tras pensarlo un segundo, se corrigió:—Aunque, para ser sincera, tu corazón jamás ha estado del todo conmigo…—¿Tú crees que no? —interrumpió Alejandro, sintiéndose acusado injustamente—. ¿Te parece que no he estado a tu lado?—Quizá una parte de ti sí, pero no en su totalidad… —reconoció Luciana—. No fue correcto decir que no me has brindado nada. Lo admito.Él quedó
—Lo siento. Tienes todo el derecho a molestarme… Acepto tu castigo. ***Al día siguiente, Luciana dormía plácidamente cuando sintió en su mano una extraña comezón.—¿Qué…? —musitó con fastidio, parpadeando sin abrir del todo los ojos.—¿Te desperté? —susurró Alejandro—. Ya me voy, pero quería ponerte otra vez la pomada. Cuando te levantes, por favor, procura aplicártela cuatro o cinco veces al día, ¿sí?—¡Qué fastidio! —se quejó Luciana, cubriéndose la cabeza con la sábana.Alejandro solo pudo soltar una sonrisa cansada, con un deje cariñoso. Ya había descubierto que Luciana, mientras más cansada estuviera, peor humor podía llegar a tener.—Tranquila, no te molesto más. Sigue durmiendo.Cuando volvió a abrir los ojos, eran más de las diez de la mañana. Aquella jornada, Luciana no tenía un turno formal en el hospital; solo le tocaba entregar unos documentos. Se preparó rápidamente y permitió que Simón la llevara en auto hasta la clínica.Allí, entregó la documentación y su compañero, e
—¿Fer?¡Era Fernando!—Luciana, ¿estás heri…? —Fernando no alcanzó a terminar; soltó un quejido ahogado, con el rostro crispado por el dolor.El corazón de Luciana se contrajo de golpe, como si el tiempo se hubiera detenido.—¡Luciana!La voz de Simón irrumpió en la escena tan rápido como una flecha, respondiendo a los gritos de auxilio. En un abrir y cerrar de ojos, redujo al hombre que blandía el cuchillo.—¡Quieto! ¡No te muevas!Con un par de maniobras, lo tiró al piso, desarmándolo. La hoja, manchada de sangre, cayó al suelo. Simón sintió un escalofrío recorrerle la espalda. «Apenas me fui un minuto y ya pasa esto…»—Luciana, ¿estás herida? —preguntó, mirando con urgencia de pies a cabeza.—No, no soy yo… —respondió ella con semblante pálido, clavando la mirada en Fernando.Él presionaba con fuerza su costado izquierdo, y la sangre se filtraba entre los dedos.—Fernando, necesitas entrar de urgencia a una sala de operaciones. ¡Simón, ayúdame!—¡Claro!Con el caos de esos instantes
Alejandro sintió cómo crecía en su interior una sensación amarga. Cuando habló de nuevo, lo hizo con un reproche que se escapó de sus labios sin filtro:—¿Le agradeces haber arriesgado la vida para salvarte o… no puedes dejarlo ir?—¿Qué? —Luciana lo miró con asombro, digiriendo sus palabras—. ¿Insinúas que todavía tengo sentimientos por él?—Si te expones al cansancio y al estrés del hospital sin importarte el bebé —replicó él en un tono que pretendía ser frío—, pues… me da razones para pensar que no lo has olvidado.—Vaya… —soltó Luciana una carcajada irónica, de pronto recordando la peineta de mariposa que vio en el cabello de Mónica. «¿Con qué derecho me cuestiona?» pensó. Y, en lugar de discutir, decidió “admitirlo” con un aire desafiante—. Tienes razón. Fernando es mi primer amor y eso no se supera de la noche a la mañana.La mano de Alejandro se crispó alrededor de la muñeca de Luciana, haciéndole daño.—¿Así que lo confirmas? —espetó él, con gesto adusto—. Si es así, ¿por qué r
Luciana dejó de sonreír. Con semblante serio, repitió:—¿Cuál crees?Alejandro se quedó inmóvil. «¿Será…?»—Acertaste —prosiguió Luciana—. El mismo broche que le regalaste a tu “Mariposita.”De pronto, sintió un nudo en la garganta, incapaz de pronunciar palabra. Un escalofrío le recorrió la espalda, manifestándose en un leve sudor frío. Luciana soltó un suspiro:—La vi, ¿sabes? Felicitaciones… por fin encontraste a tu “Mariposita.” —Y añadió con una punzada de rencor—: Mónica Soler.La mirada de Alejandro lo delató todo. Luciana comprendió que, en efecto, él estaba al tanto. En cuestión de segundos, recordó la imagen del broche que una vez vio en fotografías; en el instante en que lo vio en el cabello de Mónica, todo cobró sentido.Luciana se recargó contra la ventana del auto, abrumada. “Resulta que fui una entrometida en su gran historia… la villana que separa a la pareja principal,” pensó con amargura.—Luci… —musitó Alejandro, tomando su mano con fuerza.Ella intentó zafarse, pero
—¿Qué…? —Luciana se quedó de piedra. «¿Pero qué tipo de hombre es este?»Tan pronto llegaron a la mansión de los Guzmán, Alejandro salió del auto hecho una furia. Luciana abrió la puerta de su lado, pero antes de poder siquiera bajar, él se inclinó y la sacó en brazos.Estaba enfadado con ella, era evidente. Aun así, no la dejaría sola después del susto que acababa de pasar. Al llegar a la casa, subió hasta el dormitorio principal y la depositó suavemente sobre la cama, arropándola con la sábana. Aunque se veía muy serio, sus movimientos tuvieron un matiz de delicadeza.—Descansa —ordenó con voz seca—. Yo tengo que volver al hospital.Dicho esto, se dio la vuelta y salió, apagando la luz y cerrando la puerta con cuidado tras de sí.Ya a oscuras, Luciana se quedó inmóvil, mirando el techo. «Me dejé cegar por lo bueno que es a ratos…», pensó, dándose cuenta de que quizá Mónica había actuado con toda la intención. «Necesito despertar.»Siguió reflexionando: «Hacer cosas como la sorpresa d
—¿Absurdo? ¿De qué estás hablando…? —La voz de Alejandro adquirió un matiz más sombrío.—¿No lo captas? —bufó Luciana—. Está bien, lo diré con todas sus letras. Nunca me cuentas a dónde vas realmente. ¿O acaso olvidas las veces que me lo ocultaste?Ella se refería claramente a sus visitas a Mónica, aquellas tres veces que le había mentido desde que se casaron.—Dicen que “la tercera es la vencida.” Pues bien, ya no confío en lo que me digas. Si no eres sincero conmigo, no finjas un informe de tus movimientos, no lo necesito.Alejandro se quedó mudo, con la ira subiéndole a la garganta. «¿De verdad ahora era un error llamarla?»—Haz lo que quieras. Si así te sientes mejor, no volveré a llamarte. —Y sin más, colgó.Luciana miró el teléfono un segundo y esbozó una risa seca antes de dejarlo a un lado y continuar cenando. Una vez satisfecha, decidió ir al hospital.En cuanto salió, Simón apareció:—Luciana, es tarde. ¿A dónde vas?—Voy un rato a la clínica —admitió ella—. Quiero ver cómo s
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast