Luciana dejó de sonreír. Con semblante serio, repitió:—¿Cuál crees?Alejandro se quedó inmóvil. «¿Será…?»—Acertaste —prosiguió Luciana—. El mismo broche que le regalaste a tu “Mariposita.”De pronto, sintió un nudo en la garganta, incapaz de pronunciar palabra. Un escalofrío le recorrió la espalda, manifestándose en un leve sudor frío. Luciana soltó un suspiro:—La vi, ¿sabes? Felicitaciones… por fin encontraste a tu “Mariposita.” —Y añadió con una punzada de rencor—: Mónica Soler.La mirada de Alejandro lo delató todo. Luciana comprendió que, en efecto, él estaba al tanto. En cuestión de segundos, recordó la imagen del broche que una vez vio en fotografías; en el instante en que lo vio en el cabello de Mónica, todo cobró sentido.Luciana se recargó contra la ventana del auto, abrumada. “Resulta que fui una entrometida en su gran historia… la villana que separa a la pareja principal,” pensó con amargura.—Luci… —musitó Alejandro, tomando su mano con fuerza.Ella intentó zafarse, pero
—¿Qué…? —Luciana se quedó de piedra. «¿Pero qué tipo de hombre es este?»Tan pronto llegaron a la mansión de los Guzmán, Alejandro salió del auto hecho una furia. Luciana abrió la puerta de su lado, pero antes de poder siquiera bajar, él se inclinó y la sacó en brazos.Estaba enfadado con ella, era evidente. Aun así, no la dejaría sola después del susto que acababa de pasar. Al llegar a la casa, subió hasta el dormitorio principal y la depositó suavemente sobre la cama, arropándola con la sábana. Aunque se veía muy serio, sus movimientos tuvieron un matiz de delicadeza.—Descansa —ordenó con voz seca—. Yo tengo que volver al hospital.Dicho esto, se dio la vuelta y salió, apagando la luz y cerrando la puerta con cuidado tras de sí.Ya a oscuras, Luciana se quedó inmóvil, mirando el techo. «Me dejé cegar por lo bueno que es a ratos…», pensó, dándose cuenta de que quizá Mónica había actuado con toda la intención. «Necesito despertar.»Siguió reflexionando: «Hacer cosas como la sorpresa d
—¿Absurdo? ¿De qué estás hablando…? —La voz de Alejandro adquirió un matiz más sombrío.—¿No lo captas? —bufó Luciana—. Está bien, lo diré con todas sus letras. Nunca me cuentas a dónde vas realmente. ¿O acaso olvidas las veces que me lo ocultaste?Ella se refería claramente a sus visitas a Mónica, aquellas tres veces que le había mentido desde que se casaron.—Dicen que “la tercera es la vencida.” Pues bien, ya no confío en lo que me digas. Si no eres sincero conmigo, no finjas un informe de tus movimientos, no lo necesito.Alejandro se quedó mudo, con la ira subiéndole a la garganta. «¿De verdad ahora era un error llamarla?»—Haz lo que quieras. Si así te sientes mejor, no volveré a llamarte. —Y sin más, colgó.Luciana miró el teléfono un segundo y esbozó una risa seca antes de dejarlo a un lado y continuar cenando. Una vez satisfecha, decidió ir al hospital.En cuanto salió, Simón apareció:—Luciana, es tarde. ¿A dónde vas?—Voy un rato a la clínica —admitió ella—. Quiero ver cómo s
—Pero quería verlo, agradecerle personalmente… y Alejandro no entra en razón.Se dejó caer en el sofá, aferrando un cojín, cada vez más indignada.—¿Te importa si duermo aquí hoy?—¿Que si me importa? —Martina rió con complicidad—. Sería un gusto. Nos acomodamos juntas y nos ponemos al día de todo.—Me parece perfecto. ***Abajo, un Bentley negro se estacionó lentamente frente al edificio de apartamentos. Alejandro consultó el reloj; eran casi las diez. Por lo general, a esa hora Luciana ya estaría alistándose para dormir.Bajó del auto y marcó el número de Luciana, alzando la vista hacia el quinto piso donde las luces seguían encendidas.—¿Qué pasó? —contestó ella con frialdad.—¿Disfrutando la charla con tu amiga? —preguntó Alejandro, masajeándose las sienes, evidenciando un ligero mareo por el alcohol—. Estoy abajo para llevarte a casa. Ven, por favor.—Hmm —Luciana soltó una risa sarcástica—. Vete solo, me quedaré aquí toda la noche.Alejandro detuvo el paso, frunciendo el ceño.—
—Oh, está bien… —murmuró Martina, asombrada. «¿“En casa acaban de preparar”? ¿No fue él quien lo trajo de casa?»No pudo evitar preguntar:—Señor Guzmán, ¿ha estado aquí toda la noche?—Así es. —Alejandro la miró de frente—. Por favor, díselo tal cual a Luciana.Martina se quedó sin palabras ante la desfachatez, pero en fin, subió con él al apartamento. ***Arriba, Luciana estaba sentada en la cama, todavía medio adormilada, cuando oyó ruidos en la entrada. Esperaba a Martina, pero no solo a ella. Cuando los vio, soltó un “¿Eh?” sorprendido.Alejandro, como si nada, dejó el termo de comida sobre la mesa y se acercó a ella, sentándose al borde de la cama. Entonces, con toda naturalidad, tomó su mano:—Te despertaste justo a tiempo. ¿Te llevo el desayuno aquí o prefieres levantarte?Luciana arrugó el entrecejo:—¿Qué haces aquí?Él no contestó, sino que miró a Martina con un leve gesto. La chica se rascó la nuca, incómoda:—Pues… Luciana, el señor Guzmán pasó la noche afuera, en el auto
—¿Eh? —exclamó Luciana, sorprendida. Ella no sabía nada del asunto.—Se nota que se preocupa por ti —comentó Fernando con calma—. Tienes que apreciarlo. Cuida lo que tienes.—Tú también… —contestó ella, recordando algo de pronto—. Oye, ayer, ¿fuiste a la clínica por algún malestar? ¿Te sentías mal?En ese instante, Fernando pareció quedarse helado, aunque enseguida recompuso la expresión con una mueca de normalidad.—No, nada grave. Solo quería encargar vitaminas, ya sabes.«¿Vitaminas?» Luciana evocó la ocasión en que él tenía pastillas para dormir. «¿Habrá sido un error de mi parte?» pensó.—Bueno, descansa. Volveré pronto para ver cómo sigues.—Está bien.Apenas salieron de la habitación, Alejandro se levantó del sofá y caminó tras Luciana. Una vez en el pasillo, ella lo miró con un atisbo de duda:—Gracias… —musitó.—¿Y eso? —preguntó él, con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Otra vez con palabras que no me gustan?Él también había escuchado cómo Fernando mencionaba el proyecto. Aunq
—Señor Guzmán, no necesita alarmarse tanto —comentó Alondra, revisando el informe de los exámenes—. Hasta donde podemos ver, la mamá y el bebé están bien por ahora. Además, la nutrición intravenosa está surtiendo efecto; el bebé ha crecido y ya se ajusta a las semanas de gestación.Alejandro alzó las cejas, extrañado. «¿Entonces qué problema hay?»—Pero… —Alondra señaló con el dedo los resultados—. Tengo entendido que, al inicio del embarazo, su esposa sufrió varios episodios de desmayos, ¿verdad?—Sí —respondió él, con el corazón dándole un vuelco.—El caso es que, aunque de momento no hay complicaciones de gravedad, en la etapa final del embarazo no podemos asegurarlo todo. Como doctora, debo exponer todos los escenarios. Si se lo dijera directamente a ella, quizá le afecte el ánimo y podría perjudicarla a ella y al bebé. Por eso preferí informárselo primero a usted.—Lo comprendo —asintió Alejandro—. ¿Qué podría llegar a pasar más adelante? ¿Cuál sería la consecuencia más severa?—G
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast