Casi a las once de la mañana, Luciana estaba en su área revisando las cirugías programadas para el día siguiente. De pronto, su celular sonó. Vio en pantalla que la llamada entraba desde el Sanatorio Cerro Verde.—Aló…—¡¿Señorita Herrera?! —exclamó la voz agitada de una enfermera al otro lado—. ¡Ha ocurrido algo grave, Pedro desapareció!—¿Cómo que desapareció? —respondió Luciana poniéndose de pie de golpe, apoyando con fuerza la mano en el escritorio hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¿Desapareció cómo?—Verá, hoy el sanatorio organizó una salida de otoño con los chicos. En un momento fueron al baño, todos contados, pero al salir ya no estaba Pedro… no sabemos cómo pasó.—¿“No saben cómo pasó”? —repitió Luciana con indignación—. ¡Se supone que ustedes lo cuidan! ¡Y ahora me salen con que simplemente “no saben”!—Lo… lo sentimos mucho, de verdad…«¿De qué sirve una disculpa ahora?» pensó Luciana, con la sangre hirviendo.—¿Ya informaron a la policía?—Sí, ya lo hicimos.—
«La familia Herrera… ¡sí, ellos podrían ser el problema!»Hace años que Luciana tenía un resentimiento arraigado con los Herrera, no era un asunto de vida o muerte, pero el rencor era profundo. «Además, Ricardo está internado en esta misma clínica y luce enfermo; Mónica lleva días insistiendo en que le done parte del hígado…» De pronto, Luciana imaginó la posibilidad de que, al no poder presionarla a ella, hubieran decidido tomar a Pedro. «¡Imposible dejar pasar esto!»Tomó una resolución inmediata: fuera o no una remota posibilidad, necesitaba aclararlo. Salió de la sala con determinación:—Iré a la casa de los Herrera. Aunque la probabilidad sea mínima, no puedo quedarme quieta —murmuró, decidida.-Casa de los Herrera.Mónica llegó apresurada y no encontró rastro de Clara.—¿Y mi mamá?—Está en la bodega de atrás —explicó una de las empleadas.—Entendido —respondió Mónica, y se encaminó hacia la puerta trasera. Incluso antes de abrir, escuchó la voz de Clara:—Vamos, Pedro, sé bueno
—¿Qué dijiste? —Clara se quedó atónita—. ¿No habías terminado con él? ¿Todavía hay chance de algo entre ustedes?—Ajá… —fue todo lo que pudo decir Mónica, algo dudosa.—¿De verdad? —Clara dio un respingo de alegría, aferrando la mano de su hija—. ¡Cuéntame, cuéntame! ¿Cómo lo lograste? ¿Qué pasó?—Mamá… —murmuró ella con un profundo suspiro. ***En la entrada de la casa de los Herrera, Luciana se detenía frente a la reja, percatándose de que habían cambiado la cerradura y la clave de acceso. Ya se lo imaginaba: a estas alturas no le abrirían por las buenas.Pero no estaba sola; venía con Simón.—Simón, estaciona aquí, por favor.Él obedeció, aparcando el auto justo frente al portón. Se bajó y contempló la elevada muralla. Luciana, en cambio, mostraba determinación.—Simón, ¿podrías trepar y abrirme la puerta desde dentro? —solicitó sin rodeos.—Pero, Luciana… —dudó él—. ¿No sería mejor esperar a la policía? Esto es allanamiento, ¿no?Ella frunció el ceño, pensándolo brevemente.—Ya ve
—¡Enseguida! —replicó él, sujetándola con más fuerza, impidiéndole moverse.La mujer gritaba:—¡Señora Clara! ¡Señora Clara! ¡Señora Clara! —hasta que Simón le tapó la boca. -En el almacén, Clara escuchó las palabras de Mónica y, con una sonrisa que le iluminaba la cara, exclamó:—¡No me imaginaba que aún tuvieras la posibilidad de estar con el señor Guzmán! Esto es fabuloso.Se sentía encantada.—Mira nada más; parece que es destino. ¡El cielo no quiere que te separes de Alejandro!—Mamá… —dijo Mónica con un suspiro, intentando mantenerse centrada—. Por favor, no hagas nada por tu cuenta. Cualquier cosa, primero consúltalo conmigo.—Está bien, lo entiendo… —respondió Clara, pero a mitad de la frase, frunció el ceño y agudizó el oído—. ¿No acabo de oír a Eva gritar mi nombre?—¿En serio? —preguntó Mónica, alarmada—. ¿No será que Luciana ya llegó?—¿Tan rápido? —Clara casi se atragantó—. ¡Tú llegaste pronto, pero, ¿ella?—¿Por qué no? No es ninguna tonta —suspiró Mónica—. Y no es nada
—Él necesita un trasplante, y ya sabes que Ricardo está molesto con nosotras por la donación.Mónica comprendía la desesperación de su madre, pero no podía dejar de sentir rabia y angustia por la situación.—Mamá…De pronto, un fuerte golpeteo resonó en la puerta de metal.—¡Abran! ¡Clara, sé que estás ahí! ¡Abre la puerta y devuélveme a Pedro!Madre e hija se miraron con los nervios a flor de piel.—¿Qué hacemos? —murmuró Clara.—Primero movamos a Pedro —dijo Mónica, cargándolo—. Escóndelo y cúbrelo con algo.—De acuerdo —asintió Clara.—Después sales tú a distraerla. Bajo ningún motivo la dejes entrar, ¿me oyes?—Sí… bien.Mientras tanto, Luciana había estado golpeando la puerta sin respuesta, perdiendo la paciencia.—Simón, ¡fuerza esa puerta!—Entendido.Apenas Simón se adelantó para hacerlo, la puerta se abrió desde dentro y apareció Clara.—¿Oh, eres tú quien hace tanto escándalo? —soltó Clara con sarcasmo—. Ya me preguntaba quién andaba haciendo tanto ruido.Luciana ni la miró;
—¡Pedro…! —susurró ella, cayendo de rodillas—. ¿Qué te hicieron…?Quería tocarlo, pero temía provocarle más dolor. El llanto se agolpó en sus ojos:—Pequeño, mírame… ¡despierta, por favor! Háblame…Pedro, sin embargo, no podía responder. La razón de Luciana se consumió en un instante. Se puso de pie, con la respiración entrecortada, los ojos inyectados de ira, mirando a Clara y a Mónica como si fueran su peor pesadilla.—¡Fueron ustedes…! —no lo preguntó, lo afirmó con certeza.—No, yo… —Clara retrocedió, temblando—. Déjame explicarte, no fue mi intención…—¿Ah, sí? —soltó Luciana en un susurro cargado de rabia.Avanzó hacia Clara, le sujetó el cabello con fuerza y tiró de él.—¡Aaay! —Clara lanzó un chillido desgarrador.Luciana apretó los dientes, con expresión implacable y una frialdad que era todavía más aterradora:—¿Se te olvidó lo que te advertí? Te dije que no tocaras a Pedro. Si ustedes lo golpearon, ¡y yo voy a devolverles cada golpe!—¡Aaah, me duele! ¡Mónica! —suplicó Clara
—Habla claro.—Eso… —Mónica tragó saliva con nervios—. Él y yo íbamos a almorzar juntos. Me llamó cuando tú… le pediste ayuda por teléfono, y justo en ese momento…«Así que mientras yo no lo sabía, ellos se veían… ¿cuántas veces lo habrán hecho?»Luciana sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo.En ese preciso instante, sonaron pasos en la puerta. Era Alejandro, quien llegaba con Sergio y Juan.—¡Luciana! —exclamó, fijándose primero en ella y luego en Mónica, a quien Luciana inmovilizaba contra el suelo—. ¡Mónica!La escena lo dejó atónito; se apresuró a acercarse y se inclinó sobre una rodilla, sujetando la muñeca de Luciana.—¡Basta, suéltala!—Alex… —murmuró Mónica con voz lastimera, conteniendo un sollozo.Con un dejo de burla, Luciana lo miró:—Vaya, señor Guzmán, ¿llegaste a salvar a tu doncella?Dicho esto, soltó a Mónica.—Descuida, ni siquiera alcancé a lastimarla. Tu “Mariposita” sigue intacta.—¿Qué…? ¡Luciana! —exclamó Alejandro, incrédulo.Ella, con una sonrisa fría, p
De inmediato, Alejandro la sujetó de la muñeca:—Siéntate —ordenó con voz firme.Vio su rostro pálido y se sintió abrumado.—¿Ya con solo una frase me acusas de no preocuparme por Pedro? ¿De veras no entiendes que sí me importa, o simplemente quieres provocarme?Luciana giró el rostro, negándose a mirarlo o responder. Alejandro dejó escapar un suspiro resignado:—Esperemos a que Pedro despierte; sabremos mejor cómo ayudarlo. Yo estaré contigo, cuidándolo juntos, ¿de acuerdo?—¿Tú? —repitió ella con sorna—. Por favor, un gran magnate como tú, ¿tienes tiempo para eso?Él advirtió su tono irónico, pero optó por no discutir:—Lo haré. Aunque esté atareado, haré un hueco en mi agenda.Con delicadeza, volvió a empujarla suavemente hacia la silla:—Por ahora, come un poco, ¿sí?—No, no quiero —contestó Luciana, con el ceño fruncido.Alejandro se quedó desconcertado. De hecho, él no se sentía responsable de lo que había pasado. Había llegado a la casa de los Herrera para rescatar a Pedro y no