—Habla claro.—Eso… —Mónica tragó saliva con nervios—. Él y yo íbamos a almorzar juntos. Me llamó cuando tú… le pediste ayuda por teléfono, y justo en ese momento…«Así que mientras yo no lo sabía, ellos se veían… ¿cuántas veces lo habrán hecho?»Luciana sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo.En ese preciso instante, sonaron pasos en la puerta. Era Alejandro, quien llegaba con Sergio y Juan.—¡Luciana! —exclamó, fijándose primero en ella y luego en Mónica, a quien Luciana inmovilizaba contra el suelo—. ¡Mónica!La escena lo dejó atónito; se apresuró a acercarse y se inclinó sobre una rodilla, sujetando la muñeca de Luciana.—¡Basta, suéltala!—Alex… —murmuró Mónica con voz lastimera, conteniendo un sollozo.Con un dejo de burla, Luciana lo miró:—Vaya, señor Guzmán, ¿llegaste a salvar a tu doncella?Dicho esto, soltó a Mónica.—Descuida, ni siquiera alcancé a lastimarla. Tu “Mariposita” sigue intacta.—¿Qué…? ¡Luciana! —exclamó Alejandro, incrédulo.Ella, con una sonrisa fría, p
De inmediato, Alejandro la sujetó de la muñeca:—Siéntate —ordenó con voz firme.Vio su rostro pálido y se sintió abrumado.—¿Ya con solo una frase me acusas de no preocuparme por Pedro? ¿De veras no entiendes que sí me importa, o simplemente quieres provocarme?Luciana giró el rostro, negándose a mirarlo o responder. Alejandro dejó escapar un suspiro resignado:—Esperemos a que Pedro despierte; sabremos mejor cómo ayudarlo. Yo estaré contigo, cuidándolo juntos, ¿de acuerdo?—¿Tú? —repitió ella con sorna—. Por favor, un gran magnate como tú, ¿tienes tiempo para eso?Él advirtió su tono irónico, pero optó por no discutir:—Lo haré. Aunque esté atareado, haré un hueco en mi agenda.Con delicadeza, volvió a empujarla suavemente hacia la silla:—Por ahora, come un poco, ¿sí?—No, no quiero —contestó Luciana, con el ceño fruncido.Alejandro se quedó desconcertado. De hecho, él no se sentía responsable de lo que había pasado. Había llegado a la casa de los Herrera para rescatar a Pedro y no
—No te preocupes, puedo ir por mi cuenta.—Hazme caso —insistió Alejandro—. Permíteme ocuparme de esto, todo está descontrolado y no quiero añadir más preocupaciones. ¿Sí?—De acuerdo, haré lo que dices —replicó Mónica con una obediencia sumisa.Una vez que se marchó, Alejandro se quedó pensativo. «Las palabras de Mónica siguen en mi cabeza… Clara se encontró a Pedro solo, ¿por qué andaba solo?» Quizá había más historia detrás de todo esto. ***En la habitación del hospital, reinaba un silencio pesado. Pedro no despertaba, pues tenía sedantes para el dolor. Luciana, exhausta y abatida, se había quedado dormida apoyada en la orilla de la cama.Alejandro entró, la observó unos segundos y se acercó con cuidado. Con un suave movimiento, la levantó y la llevó a un pequeño sofá-cama:—Mmm… —Luciana frunció el ceño, medio murmurando dormida, pero al instante se calmó. Aun así, su semblante mostraba intranquilidad.Alejandro, con un gesto cariñoso, apartó un mechón desordenado de su frente.—
—Escuché que la señorita Soler le comentó a Luciana que ustedes se vieron hoy y tenían plan de comer juntos…—¿Qué…? —Alejandro se quedó helado. «¿Eso fue lo que Luciana entendió?»Con razón la había sentido tan distante y cortante. Se esmeró en controlar la ira que le subía a la garganta:—¿Por qué no me lo dijiste antes?Simón se sintió algo agraviado:—No encontré el momento. Siempre estabas con Luciana o atendiendo a Mónica, y…—Basta. Por lo menos ahora me lo cuentas —lo interrumpió Alejandro con un suspiro, reconociendo que la situación era complicada.***—¡Aaah! —un grito desgarrador surgió desde la habitación, seguido por el estrépito de objetos cayendo.—¡Pedro! —exclamó Luciana, conteniendo las lágrimas—. ¡Soy tu hermana! ¡Mírame, por favor…! ¡Ah…!Apenas escuchó aquello, Alejandro corrió adentro sin pensárselo, a tiempo de sostener a Luciana cuando estuvo a punto de caer.—¡Luciana! —la miró con preocupación—. Mejor siéntate, ¿sí?—Estoy bien —contestó ella, negando con la
En un principio, Pedro no aflojó, y él tampoco lo presionó. Se limitó a esperar, concediéndole tiempo. Poco a poco, Pedro cedió y soltó su brazo. Al instante, doctor y enfermeras se aproximaron; Luciana corrió la primera, abrazando con fuerza a su hermano.—Tranquilo, Pedro… Aquí estoy —susurró, la voz cargada de emoción y alivio.Él, aunque no respondía, ya no resistía el contacto.—Señora Guzmán, necesitamos administrar un sedante y hacerle una valoración psicológica —intervino el personal médico.—Está bien —asintió Luciana, dejando que se llevaran a Pedro para revisarlo.En ese momento, se fijó por primera vez en Alejandro, quien presionaba el brazo para frenar la sangre que manaba de entre sus dedos.—Ven acá… —dijo Luciana, frunciendo el ceño. Lo condujo hasta un sofá para que se sentara—. Espera un momento.Por fortuna, en un hospital podían encontrar lo necesario con facilidad. Luciana fue a pedir una bandeja de curaciones para limpiarle la herida. Al examinarla, comprobó que l
—¿Yo? ¿Tú no lo sabes? —contestó ella, mordiéndose el labio, intentando contener el temblor en su voz—. ¡Claro que no lo sabes! Mira, solo te pido un favor: si vas a morirte, hazlo pronto. Tal vez, en reconocimiento a que me diste la mitad de mis genes, hasta me tome la molestia de quemar algo de incienso en tu honor.Cortó sin darle oportunidad de replicar. Luego alzó la vista, parpadeando para contener la humedad que afloraba en sus ojos. «A excepción de Pedro, ni Ricardo ni Alejandro merecían verla llorar, ni una sola lágrima.» ***Los dos días siguientes, Luciana siguió en el hospital junto a Pedro. La herida en su cabeza no representaba una amenaza grave; con las curaciones diarias y la administración de antibióticos, bastaba. Además, el psicólogo que Alejandro había conseguido resultó ser bastante capaz, y los avances de Pedro superaban las expectativas de Luciana. Aún permanecía callado, pero la recuperación emocional era un proceso lento.A media mañana, cerca de las diez, Luc
—¡Listo! —dijo la vendedora, entregándole un ramo bastante voluminoso.—Gracias… —respondió Luciana.—¿Dónde se paga?—Por aquí, señor.Mientras Alejandro pasaba la tarjeta, Luciana sostenía el arreglo. Al salir de la tienda, él le ofreció llevarlo:—Dame eso, lo cargo yo.—No hace falta —contestó ella. Luego, con un suspiro, añadió—: ¿No tienes trabajo? Puedo ir con Simón, no quiero entretenerte.—¿Qué clase de frase es esa? —ironizó él, notoriamente ofendido—. ¿Crees que es igual que me acompañe Simón a que te acompañe yo?—No, claro que no —admitió Luciana—. Solo es que temo que te aburras.Alejandro tomó las flores y la miró con atención:—¿Vas a algún entierro, verdad?—¿Ya lo suponías?—Es obvio. Llevas crisantemos y claveles con tonos suaves; se usan a menudo para ofrendar. Pero, ¿a quién se las dedicas? Ni siquiera es Día de Muertos.Luciana tragó saliva, bajando el tono de su voz:—A… una persona mayor. Me quiso mucho.—Entiendo. —Alejandro la tomó del brazo—. Entonces vamos.
—Lo… lo siento. Tienes razón, no pensé. —Ricardo bajó la cabeza—. Fue un error.—¡Basta! —replicó ella, con fastidio—. No necesito tus disculpas. ¿Tu “perdón” va a devolver a Pedro a como estaba antes? ¿Va a sanar su trauma?—Luciana… —Ricardo pareció recordar algo. Sacó su billetera y de ella, una tarjeta. Se la ofreció a Luciana—. Es la misma que te di antes. No quisiste aceptarla, pero creo que la necesitas.Ante la inmovilidad de Luciana, continuó con un suspiro:—Te serviría, créeme. Hoy, precisamente, que vienes aquí tú sola, sin Alejandro, veo que a él no le importas lo suficiente. No llegarán lejos juntos, y cuando te alejes de la familia Guzmán, vas a necesitar dinero.A Luciana le pasó por la cabeza la lógica de las palabras de Ricardo. «El patrimonio de los Herrera es, en parte, suyo y de Pedro, o así debería ser». Dudó un instante, sin saber si aceptar. Entonces, sonó una voz grave desde atrás, esa voz inconfundible:—No necesita tu dinero.Al voltear, encontró a Alejandro