—No te preocupes, puedo ir por mi cuenta.—Hazme caso —insistió Alejandro—. Permíteme ocuparme de esto, todo está descontrolado y no quiero añadir más preocupaciones. ¿Sí?—De acuerdo, haré lo que dices —replicó Mónica con una obediencia sumisa.Una vez que se marchó, Alejandro se quedó pensativo. «Las palabras de Mónica siguen en mi cabeza… Clara se encontró a Pedro solo, ¿por qué andaba solo?» Quizá había más historia detrás de todo esto. ***En la habitación del hospital, reinaba un silencio pesado. Pedro no despertaba, pues tenía sedantes para el dolor. Luciana, exhausta y abatida, se había quedado dormida apoyada en la orilla de la cama.Alejandro entró, la observó unos segundos y se acercó con cuidado. Con un suave movimiento, la levantó y la llevó a un pequeño sofá-cama:—Mmm… —Luciana frunció el ceño, medio murmurando dormida, pero al instante se calmó. Aun así, su semblante mostraba intranquilidad.Alejandro, con un gesto cariñoso, apartó un mechón desordenado de su frente.—
—Escuché que la señorita Soler le comentó a Luciana que ustedes se vieron hoy y tenían plan de comer juntos…—¿Qué…? —Alejandro se quedó helado. «¿Eso fue lo que Luciana entendió?»Con razón la había sentido tan distante y cortante. Se esmeró en controlar la ira que le subía a la garganta:—¿Por qué no me lo dijiste antes?Simón se sintió algo agraviado:—No encontré el momento. Siempre estabas con Luciana o atendiendo a Mónica, y…—Basta. Por lo menos ahora me lo cuentas —lo interrumpió Alejandro con un suspiro, reconociendo que la situación era complicada.***—¡Aaah! —un grito desgarrador surgió desde la habitación, seguido por el estrépito de objetos cayendo.—¡Pedro! —exclamó Luciana, conteniendo las lágrimas—. ¡Soy tu hermana! ¡Mírame, por favor…! ¡Ah…!Apenas escuchó aquello, Alejandro corrió adentro sin pensárselo, a tiempo de sostener a Luciana cuando estuvo a punto de caer.—¡Luciana! —la miró con preocupación—. Mejor siéntate, ¿sí?—Estoy bien —contestó ella, negando con la
En un principio, Pedro no aflojó, y él tampoco lo presionó. Se limitó a esperar, concediéndole tiempo. Poco a poco, Pedro cedió y soltó su brazo. Al instante, doctor y enfermeras se aproximaron; Luciana corrió la primera, abrazando con fuerza a su hermano.—Tranquilo, Pedro… Aquí estoy —susurró, la voz cargada de emoción y alivio.Él, aunque no respondía, ya no resistía el contacto.—Señora Guzmán, necesitamos administrar un sedante y hacerle una valoración psicológica —intervino el personal médico.—Está bien —asintió Luciana, dejando que se llevaran a Pedro para revisarlo.En ese momento, se fijó por primera vez en Alejandro, quien presionaba el brazo para frenar la sangre que manaba de entre sus dedos.—Ven acá… —dijo Luciana, frunciendo el ceño. Lo condujo hasta un sofá para que se sentara—. Espera un momento.Por fortuna, en un hospital podían encontrar lo necesario con facilidad. Luciana fue a pedir una bandeja de curaciones para limpiarle la herida. Al examinarla, comprobó que l
—¿Yo? ¿Tú no lo sabes? —contestó ella, mordiéndose el labio, intentando contener el temblor en su voz—. ¡Claro que no lo sabes! Mira, solo te pido un favor: si vas a morirte, hazlo pronto. Tal vez, en reconocimiento a que me diste la mitad de mis genes, hasta me tome la molestia de quemar algo de incienso en tu honor.Cortó sin darle oportunidad de replicar. Luego alzó la vista, parpadeando para contener la humedad que afloraba en sus ojos. «A excepción de Pedro, ni Ricardo ni Alejandro merecían verla llorar, ni una sola lágrima.» ***Los dos días siguientes, Luciana siguió en el hospital junto a Pedro. La herida en su cabeza no representaba una amenaza grave; con las curaciones diarias y la administración de antibióticos, bastaba. Además, el psicólogo que Alejandro había conseguido resultó ser bastante capaz, y los avances de Pedro superaban las expectativas de Luciana. Aún permanecía callado, pero la recuperación emocional era un proceso lento.A media mañana, cerca de las diez, Luc
—¡Listo! —dijo la vendedora, entregándole un ramo bastante voluminoso.—Gracias… —respondió Luciana.—¿Dónde se paga?—Por aquí, señor.Mientras Alejandro pasaba la tarjeta, Luciana sostenía el arreglo. Al salir de la tienda, él le ofreció llevarlo:—Dame eso, lo cargo yo.—No hace falta —contestó ella. Luego, con un suspiro, añadió—: ¿No tienes trabajo? Puedo ir con Simón, no quiero entretenerte.—¿Qué clase de frase es esa? —ironizó él, notoriamente ofendido—. ¿Crees que es igual que me acompañe Simón a que te acompañe yo?—No, claro que no —admitió Luciana—. Solo es que temo que te aburras.Alejandro tomó las flores y la miró con atención:—¿Vas a algún entierro, verdad?—¿Ya lo suponías?—Es obvio. Llevas crisantemos y claveles con tonos suaves; se usan a menudo para ofrendar. Pero, ¿a quién se las dedicas? Ni siquiera es Día de Muertos.Luciana tragó saliva, bajando el tono de su voz:—A… una persona mayor. Me quiso mucho.—Entiendo. —Alejandro la tomó del brazo—. Entonces vamos.
—Lo… lo siento. Tienes razón, no pensé. —Ricardo bajó la cabeza—. Fue un error.—¡Basta! —replicó ella, con fastidio—. No necesito tus disculpas. ¿Tu “perdón” va a devolver a Pedro a como estaba antes? ¿Va a sanar su trauma?—Luciana… —Ricardo pareció recordar algo. Sacó su billetera y de ella, una tarjeta. Se la ofreció a Luciana—. Es la misma que te di antes. No quisiste aceptarla, pero creo que la necesitas.Ante la inmovilidad de Luciana, continuó con un suspiro:—Te serviría, créeme. Hoy, precisamente, que vienes aquí tú sola, sin Alejandro, veo que a él no le importas lo suficiente. No llegarán lejos juntos, y cuando te alejes de la familia Guzmán, vas a necesitar dinero.A Luciana le pasó por la cabeza la lógica de las palabras de Ricardo. «El patrimonio de los Herrera es, en parte, suyo y de Pedro, o así debería ser». Dudó un instante, sin saber si aceptar. Entonces, sonó una voz grave desde atrás, esa voz inconfundible:—No necesita tu dinero.Al voltear, encontró a Alejandro
Luciana trató de pararse enfrente, pero ya era tarde. Él ya había visto el ramo que ella había traído, y en la lápida pudo leer la inscripción: “A nuestra amada madre Lucy…”«Madre.»—Así que… —musitó Alejandro con una risa helada, incapaz de frenar el escalofrío que le recorría todo el cuerpo—. ¿Esta es la “anciana” que, según tú, venías a ver?Clavó la mirada en Luciana, con voz ronca:—Llámala tía, aquí mismo, en mi cara. Dilo, “mi tía.”Luciana cerró los ojos un instante antes de responder con franqueza:—Es mi mamá. Hoy se cumple el aniversario de su fallecimiento.—¿Por fin lo dices? —exclamó Alejandro, elevando la voz con tal fuerza que su tez se puso pálida de la tensión. Empezó a caminar de un lado a otro, incapaz de contener la rabia. Hasta soltó un par de groserías—. ¡He sido un imbécil! Dime, Luciana, ¿qué soy para ti?Ella mantuvo la mirada baja, sin contestar.—¡Soy tu esposo! —gritó él, retumbando de indignación. Legalmente ya lo eran, además de haber celebrado la boda y
Alejandro sostuvo el teléfono con fuerza, lanzando una mirada de reojo al balcón, donde Luciana y Pedro conversaban amenamente. Dudó un instante:—Mónica, lo siento, no podré ir.—¿Cómo? —El desconcierto de Mónica era evidente. Ella no imaginó que él podría negarse. Por lo general, con ella, Alejandro solía ser muy accesible, y más considerando todo lo que compartieron de jóvenes.—Discúlpame —insistió él—. Pedro acaba de salir del hospital y todavía no se encuentra bien; Luciana también está bastante sensible, y no quiero dejarlos solos.—Ah… —murmuró ella con un dejo de sarcasmo apenas disimulado. «¿Tanto tiempo necesita para “acompañarla”?» Luciana y Alejandro ya eran marido y mujer, vivían juntos, estaban todo el tiempo juntos. ¿Ni siquiera podía destinar un rato para ella?Apretó el puño, disimulando con una sonrisa:—Entiendo… es lógico, no te preocupes.—Ese día mandaré a Sergio para representarme —añadió Alejandro—. No te angusties, con ese respaldo, nadie en el medio se atreve