Cuando llegaron al área de extracción de sangre, el médico se acercó con la bandeja y los implementos necesarios. Se había hecho un test rápido de compatibilidad y resultó apto. Alejandro se remangó, dejando que el médico realizara el procedimiento: localizar la vena, colocar el torniquete, desinfectar.—Señor Guzmán, señora Guzmán, ¿cuánto planean extraer?—¿Cuál es la cantidad habitual? —inquirió Alejandro.El médico lanzó una mirada a Luciana.—Tal vez la doctora Guzmán podría aconsejarnos. Ella sabe mejor.—Luciana… —murmuró Alejandro, esperando su orientación.Luciana apretó los labios.—En teoría, se manejan entre 200 y 400 mililitros, pero lo más común es extraer 200. Solo en casos de gente con muy buen estado físico sacamos 400.—Ya veo. —Alejandro decidió sin vacilar—. Entonces, 400.—Pero… —El doctor vaciló—. Señor Guzmán, normalmente extraemos 400 a personas con un peso mayor y excelente condición física.Luciana pensaba lo mismo y lo expresó con un ligero mohín.—Me parece
—No pienses así —la consoló Martina—. Como dijo el señor Guzmán, ¿quién se detiene a pensar en equivocaciones cuando estás salvando a alguien? Pedro estará bien; cuenta con una hermana y un cuñado que lo quieren. Saldrá adelante.—Ojalá tengas razón —susurró Luciana, intentando calmar su ansiedad.Una hora después, las puertas del quirófano se abrieron de nuevo. Apareció la misma enfermera de antes.—Doctora Herrera, señor Guzmán…—¿Cómo está? —El corazón de Luciana latía con fuerza desbocada.—Se logró reparar la arteria principal. Tranquila, el peligro pasó. —La enfermera sonaba mucho más relajada esta vez—. Ya terminó la parte crítica de la operación. Están verificando todo para cerrar la cavidad abdominal.—… —Luciana dejó escapar un suspiro enorme, como si por fin pudiera soltar el aire que llevaba contenido. Sintió que la tensión aflojaba de golpe.—Gracias por salir a avisarnos —dijo con sinceridad.—No hay de qué, es lo menos que puedo hacer por alguien del propio hospital. —En
—Sí —admitió Luciana con la cabeza gacha.Alejandro no pudo evitar sonreír con ternura. Conocía de sobra la faceta compasiva de Luciana, aunque ella se esforzara en parecer dura.—De verdad no es necesario. Aquí hay médicos y enfermeras; no podrás hacer nada más que quedarte preocupada. Mejor descansa, ¿quieres? Hazme caso.Luciana vaciló antes de hablar:—¿Te quedarás tú en el hospital, cierto?—Sí. —Alejandro asintió. Después de todo, Ricardo y Pedro habían ingresado al quirófano el mismo día; él tenía la agenda despejada para acompañarlos.—Cierto, lo había olvidado… —murmuró Luciana. Mónica era también un motivo para que él permaneciera en el hospital, para comprobar el resultado de la operación de Ricardo.Alejandro captó en su expresión que le daba demasiadas vueltas al asunto y frunció el ceño.—En fin, me iré a casa. —Luciana admitió estar agotada, sobre todo después de la noche de desvelo.—Avísame si hay novedades sobre la operación, por favor.—Te acompaño.—No hace falta. —
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de