—Lo… lo siento. Tienes razón, no pensé. —Ricardo bajó la cabeza—. Fue un error.—¡Basta! —replicó ella, con fastidio—. No necesito tus disculpas. ¿Tu “perdón” va a devolver a Pedro a como estaba antes? ¿Va a sanar su trauma?—Luciana… —Ricardo pareció recordar algo. Sacó su billetera y de ella, una tarjeta. Se la ofreció a Luciana—. Es la misma que te di antes. No quisiste aceptarla, pero creo que la necesitas.Ante la inmovilidad de Luciana, continuó con un suspiro:—Te serviría, créeme. Hoy, precisamente, que vienes aquí tú sola, sin Alejandro, veo que a él no le importas lo suficiente. No llegarán lejos juntos, y cuando te alejes de la familia Guzmán, vas a necesitar dinero.A Luciana le pasó por la cabeza la lógica de las palabras de Ricardo. «El patrimonio de los Herrera es, en parte, suyo y de Pedro, o así debería ser». Dudó un instante, sin saber si aceptar. Entonces, sonó una voz grave desde atrás, esa voz inconfundible:—No necesita tu dinero.Al voltear, encontró a Alejandro
Luciana trató de pararse enfrente, pero ya era tarde. Él ya había visto el ramo que ella había traído, y en la lápida pudo leer la inscripción: “A nuestra amada madre Lucy…”«Madre.»—Así que… —musitó Alejandro con una risa helada, incapaz de frenar el escalofrío que le recorría todo el cuerpo—. ¿Esta es la “anciana” que, según tú, venías a ver?Clavó la mirada en Luciana, con voz ronca:—Llámala tía, aquí mismo, en mi cara. Dilo, “mi tía.”Luciana cerró los ojos un instante antes de responder con franqueza:—Es mi mamá. Hoy se cumple el aniversario de su fallecimiento.—¿Por fin lo dices? —exclamó Alejandro, elevando la voz con tal fuerza que su tez se puso pálida de la tensión. Empezó a caminar de un lado a otro, incapaz de contener la rabia. Hasta soltó un par de groserías—. ¡He sido un imbécil! Dime, Luciana, ¿qué soy para ti?Ella mantuvo la mirada baja, sin contestar.—¡Soy tu esposo! —gritó él, retumbando de indignación. Legalmente ya lo eran, además de haber celebrado la boda y
Alejandro sostuvo el teléfono con fuerza, lanzando una mirada de reojo al balcón, donde Luciana y Pedro conversaban amenamente. Dudó un instante:—Mónica, lo siento, no podré ir.—¿Cómo? —El desconcierto de Mónica era evidente. Ella no imaginó que él podría negarse. Por lo general, con ella, Alejandro solía ser muy accesible, y más considerando todo lo que compartieron de jóvenes.—Discúlpame —insistió él—. Pedro acaba de salir del hospital y todavía no se encuentra bien; Luciana también está bastante sensible, y no quiero dejarlos solos.—Ah… —murmuró ella con un dejo de sarcasmo apenas disimulado. «¿Tanto tiempo necesita para “acompañarla”?» Luciana y Alejandro ya eran marido y mujer, vivían juntos, estaban todo el tiempo juntos. ¿Ni siquiera podía destinar un rato para ella?Apretó el puño, disimulando con una sonrisa:—Entiendo… es lógico, no te preocupes.—Ese día mandaré a Sergio para representarme —añadió Alejandro—. No te angusties, con ese respaldo, nadie en el medio se atreve
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de