—¿Eh? —exclamó Luciana, sorprendida. Ella no sabía nada del asunto.—Se nota que se preocupa por ti —comentó Fernando con calma—. Tienes que apreciarlo. Cuida lo que tienes.—Tú también… —contestó ella, recordando algo de pronto—. Oye, ayer, ¿fuiste a la clínica por algún malestar? ¿Te sentías mal?En ese instante, Fernando pareció quedarse helado, aunque enseguida recompuso la expresión con una mueca de normalidad.—No, nada grave. Solo quería encargar vitaminas, ya sabes.«¿Vitaminas?» Luciana evocó la ocasión en que él tenía pastillas para dormir. «¿Habrá sido un error de mi parte?» pensó.—Bueno, descansa. Volveré pronto para ver cómo sigues.—Está bien.Apenas salieron de la habitación, Alejandro se levantó del sofá y caminó tras Luciana. Una vez en el pasillo, ella lo miró con un atisbo de duda:—Gracias… —musitó.—¿Y eso? —preguntó él, con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Otra vez con palabras que no me gustan?Él también había escuchado cómo Fernando mencionaba el proyecto. Aunq
—Señor Guzmán, no necesita alarmarse tanto —comentó Alondra, revisando el informe de los exámenes—. Hasta donde podemos ver, la mamá y el bebé están bien por ahora. Además, la nutrición intravenosa está surtiendo efecto; el bebé ha crecido y ya se ajusta a las semanas de gestación.Alejandro alzó las cejas, extrañado. «¿Entonces qué problema hay?»—Pero… —Alondra señaló con el dedo los resultados—. Tengo entendido que, al inicio del embarazo, su esposa sufrió varios episodios de desmayos, ¿verdad?—Sí —respondió él, con el corazón dándole un vuelco.—El caso es que, aunque de momento no hay complicaciones de gravedad, en la etapa final del embarazo no podemos asegurarlo todo. Como doctora, debo exponer todos los escenarios. Si se lo dijera directamente a ella, quizá le afecte el ánimo y podría perjudicarla a ella y al bebé. Por eso preferí informárselo primero a usted.—Lo comprendo —asintió Alejandro—. ¿Qué podría llegar a pasar más adelante? ¿Cuál sería la consecuencia más severa?—G
Casi a las once de la mañana, Luciana estaba en su área revisando las cirugías programadas para el día siguiente. De pronto, su celular sonó. Vio en pantalla que la llamada entraba desde el Sanatorio Cerro Verde.—Aló…—¡¿Señorita Herrera?! —exclamó la voz agitada de una enfermera al otro lado—. ¡Ha ocurrido algo grave, Pedro desapareció!—¿Cómo que desapareció? —respondió Luciana poniéndose de pie de golpe, apoyando con fuerza la mano en el escritorio hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¿Desapareció cómo?—Verá, hoy el sanatorio organizó una salida de otoño con los chicos. En un momento fueron al baño, todos contados, pero al salir ya no estaba Pedro… no sabemos cómo pasó.—¿“No saben cómo pasó”? —repitió Luciana con indignación—. ¡Se supone que ustedes lo cuidan! ¡Y ahora me salen con que simplemente “no saben”!—Lo… lo sentimos mucho, de verdad…«¿De qué sirve una disculpa ahora?» pensó Luciana, con la sangre hirviendo.—¿Ya informaron a la policía?—Sí, ya lo hicimos.—
«La familia Herrera… ¡sí, ellos podrían ser el problema!»Hace años que Luciana tenía un resentimiento arraigado con los Herrera, no era un asunto de vida o muerte, pero el rencor era profundo. «Además, Ricardo está internado en esta misma clínica y luce enfermo; Mónica lleva días insistiendo en que le done parte del hígado…» De pronto, Luciana imaginó la posibilidad de que, al no poder presionarla a ella, hubieran decidido tomar a Pedro. «¡Imposible dejar pasar esto!»Tomó una resolución inmediata: fuera o no una remota posibilidad, necesitaba aclararlo. Salió de la sala con determinación:—Iré a la casa de los Herrera. Aunque la probabilidad sea mínima, no puedo quedarme quieta —murmuró, decidida.-Casa de los Herrera.Mónica llegó apresurada y no encontró rastro de Clara.—¿Y mi mamá?—Está en la bodega de atrás —explicó una de las empleadas.—Entendido —respondió Mónica, y se encaminó hacia la puerta trasera. Incluso antes de abrir, escuchó la voz de Clara:—Vamos, Pedro, sé bueno
—¿Qué dijiste? —Clara se quedó atónita—. ¿No habías terminado con él? ¿Todavía hay chance de algo entre ustedes?—Ajá… —fue todo lo que pudo decir Mónica, algo dudosa.—¿De verdad? —Clara dio un respingo de alegría, aferrando la mano de su hija—. ¡Cuéntame, cuéntame! ¿Cómo lo lograste? ¿Qué pasó?—Mamá… —murmuró ella con un profundo suspiro. ***En la entrada de la casa de los Herrera, Luciana se detenía frente a la reja, percatándose de que habían cambiado la cerradura y la clave de acceso. Ya se lo imaginaba: a estas alturas no le abrirían por las buenas.Pero no estaba sola; venía con Simón.—Simón, estaciona aquí, por favor.Él obedeció, aparcando el auto justo frente al portón. Se bajó y contempló la elevada muralla. Luciana, en cambio, mostraba determinación.—Simón, ¿podrías trepar y abrirme la puerta desde dentro? —solicitó sin rodeos.—Pero, Luciana… —dudó él—. ¿No sería mejor esperar a la policía? Esto es allanamiento, ¿no?Ella frunció el ceño, pensándolo brevemente.—Ya ve
—¡Enseguida! —replicó él, sujetándola con más fuerza, impidiéndole moverse.La mujer gritaba:—¡Señora Clara! ¡Señora Clara! ¡Señora Clara! —hasta que Simón le tapó la boca. -En el almacén, Clara escuchó las palabras de Mónica y, con una sonrisa que le iluminaba la cara, exclamó:—¡No me imaginaba que aún tuvieras la posibilidad de estar con el señor Guzmán! Esto es fabuloso.Se sentía encantada.—Mira nada más; parece que es destino. ¡El cielo no quiere que te separes de Alejandro!—Mamá… —dijo Mónica con un suspiro, intentando mantenerse centrada—. Por favor, no hagas nada por tu cuenta. Cualquier cosa, primero consúltalo conmigo.—Está bien, lo entiendo… —respondió Clara, pero a mitad de la frase, frunció el ceño y agudizó el oído—. ¿No acabo de oír a Eva gritar mi nombre?—¿En serio? —preguntó Mónica, alarmada—. ¿No será que Luciana ya llegó?—¿Tan rápido? —Clara casi se atragantó—. ¡Tú llegaste pronto, pero, ¿ella?—¿Por qué no? No es ninguna tonta —suspiró Mónica—. Y no es nada
—Él necesita un trasplante, y ya sabes que Ricardo está molesto con nosotras por la donación.Mónica comprendía la desesperación de su madre, pero no podía dejar de sentir rabia y angustia por la situación.—Mamá…De pronto, un fuerte golpeteo resonó en la puerta de metal.—¡Abran! ¡Clara, sé que estás ahí! ¡Abre la puerta y devuélveme a Pedro!Madre e hija se miraron con los nervios a flor de piel.—¿Qué hacemos? —murmuró Clara.—Primero movamos a Pedro —dijo Mónica, cargándolo—. Escóndelo y cúbrelo con algo.—De acuerdo —asintió Clara.—Después sales tú a distraerla. Bajo ningún motivo la dejes entrar, ¿me oyes?—Sí… bien.Mientras tanto, Luciana había estado golpeando la puerta sin respuesta, perdiendo la paciencia.—Simón, ¡fuerza esa puerta!—Entendido.Apenas Simón se adelantó para hacerlo, la puerta se abrió desde dentro y apareció Clara.—¿Oh, eres tú quien hace tanto escándalo? —soltó Clara con sarcasmo—. Ya me preguntaba quién andaba haciendo tanto ruido.Luciana ni la miró;
—¡Pedro…! —susurró ella, cayendo de rodillas—. ¿Qué te hicieron…?Quería tocarlo, pero temía provocarle más dolor. El llanto se agolpó en sus ojos:—Pequeño, mírame… ¡despierta, por favor! Háblame…Pedro, sin embargo, no podía responder. La razón de Luciana se consumió en un instante. Se puso de pie, con la respiración entrecortada, los ojos inyectados de ira, mirando a Clara y a Mónica como si fueran su peor pesadilla.—¡Fueron ustedes…! —no lo preguntó, lo afirmó con certeza.—No, yo… —Clara retrocedió, temblando—. Déjame explicarte, no fue mi intención…—¿Ah, sí? —soltó Luciana en un susurro cargado de rabia.Avanzó hacia Clara, le sujetó el cabello con fuerza y tiró de él.—¡Aaay! —Clara lanzó un chillido desgarrador.Luciana apretó los dientes, con expresión implacable y una frialdad que era todavía más aterradora:—¿Se te olvidó lo que te advertí? Te dije que no tocaras a Pedro. Si ustedes lo golpearon, ¡y yo voy a devolverles cada golpe!—¡Aaah, me duele! ¡Mónica! —suplicó Clara