Alejandro guardó silencio un momento, pensativo, y luego respondió:—Iré personalmente.Necesitaba verlo con sus propios ojos, fuera o no la persona que había esperado tantos años. Con la mano, rozó el anillo que llevaba en el dedo anular izquierdo. «Si lo es», pensó, «podré cerrar este capítulo pendiente. Y si no lo es, me rendiré… y dejaré de buscarla para siempre.» ***Siguiendo la ubicación que recibió Sergio, ambos se dirigieron a una zona turística en las afueras de Muonio. La cita era en una cafetería del lugar, bastante concurrida por los visitantes. Tal vez la otra persona se siente más segura rodeada de gente, pensó Alejandro.—Primo —dijo Sergio al entrar al salón principal—, la persona insistió en que no fuera en un salón privado, sino aquí afuera.—De acuerdo —respondió Alejandro sin oponerse—. ¿A qué hora llega?Sergio tomó asiento en una mesa y sacó el teléfono.—Le enviaré un mensaje para indicarle en qué mesa estamos. Cuando lo reciba, vendrá a buscarnos.Tras enviar
—No se preocupe —insistió Sergio con seguridad—. No queremos que usted salga perdiendo.Para Alejandro, ese dinero no significaba nada. Sin embargo, Eileen se quedó pensativa, luego clavó la mirada en él.—Señor Guzmán, ¿puedo saber por qué se interesó en adquirir precisamente este broche de mariposa?Alejandro, sin responder, se puso de pie:—No es asunto tuyo. Acepta la compensación y listo.Empezó a caminar hacia la salida.—¡Espere! —exclamó Eileen con prisa—. ¡Señor Guzmán, por favor, escúcheme un momento!Alejandro frenó en seco, frunciendo el ceño:—¿Ahora qué?—Verá… —Eileen se apresuró a explicar—. Todavía no he terminado lo que iba a decir. Ese broche, aunque se haya perdido en mis cosas, no era mío.Alejandro sintió un estremecimiento y bajó la mirada hacia ella. Cada palabra salió de sus labios con lentitud y firmeza:—¿Entonces a quién pertenecía?—Señor Guzmán… —Eileen esbozó una sonrisa con cierto fastidio—. Piense que estaba en mi estuche de maquillaje. Si no era mío, s
Por su mente pasaron fugaces recuerdos de hace mucho tiempo.Era la época en que Alejandro, todavía muy joven, había sufrido un accidente automovilístico que lo dejó temporalmente ciego. Miguel contrató a los mejores médicos del mundo, pero ninguno podía asegurar que volvería a ver. Frente a la posibilidad de vivir para siempre en la oscuridad, Alejandro, lleno de rabia y frustración, se negaba a comunicarse con nadie que no fuera su abuelo. Desahogaba su ira en cuidadores y personal doméstico, y ningún psicólogo lograba que se abriera. Ante aquella situación, Miguel lo llevó a una villa en las afueras, con la esperanza de que la naturaleza y la tranquilidad lo ayudaran a sobrellevar su depresión. Fue en ese momento cuando apareció “Mariposita.”La casa de “Mariposita” colindaba con la de la familia Guzmán; en realidad, eran vecinas y los jardines estaban conectados. La primera vez que se encontraron, “Mariposita” vio a Alejandro sentado al aire libre, contemplando el cielo bajo la llu
Sergio cumplió con la entrega, asegurándole que ella lo había recibido de su propia mano. Con eso, Alejandro partió tranquilo al tratamiento.Su ceguera había durado alrededor de medio año, y la recuperación en el extranjero se prolongó otro medio año. Finalmente, lo lograron: volvió a ver. Él atribuyó parte de esa buena fortuna a la presencia de “Mariposita,” como si su cariño hubiera obrado un milagro.En cuanto se recuperó, lo primero que hizo Alejandro al volver fue buscarla. Sin embargo, la casa vecina estaba vacía, y nunca más hubo rastro de “Mariposita.” Pasaron varios años sin que ella regresara.Ese recuerdo volvió con fuerza. Ahora, Alejandro miraba a Mónica acercarse, sintiendo un nudo en la garganta y el ardor de la emoción acumulada. Con cuidado, como temiendo asustarla, sacó el broche de mariposa y lo extendió frente a ella, despacio.Mónica miró el broche con asombro.—¿No se suponía que estaba perdido? ¿Por qué lo tienes tú?—El broche… siempre ha sido mío —respondió Al
Al notar la expresión de Alejandro, Mónica preguntó con suavidad:—¿Pasa algo?—Sí. —Él se puso de pie—. Lo siento, Mónica, pero tengo un asunto urgente y debo irme de inmediato.—¿Por qué te disculpas? —respondió ella con comprensión—. Después de tantos años de amistad, no vamos a ponernos quisquillosos con esos detalles. Ve, atiende lo que tengas que hacer.Alejandro sintió un gran alivio.—Gracias, en verdad. Te llamaré luego.—Cuídate. —Mónica se levantó para despedirlo con la mirada. Poco a poco, sus labios se curvaron en una sonrisa tenue mientras cerraba con fuerza su mano alrededor del broche de mariposa. ***Dentro del auto, Sergio se apresuró a llamar a Simón:—Por favor, haz todo lo posible para que Luciana se quede. Vamos rumbo allá.—Haré lo que pueda —respondió Simón, suspirando.Apenas colgó, la puerta del reservado se abrió y Luciana salió.—Luciana, espera. —Simón se puso nervioso y la bloqueó con el cuerpo—. Alejandro ya casi llega… solo un momento más.—No —contestó
Con las mejillas llenas de fideos, Luciana meneó la cabeza, sin siquiera alzar la mirada. El corazón de Alejandro se oprimía; sabía que la había dejado plantada, haciéndola pasar hambre y preocupaciones.—Mañana por la noche, ¿qué te parece? Reservaré un lugar y prometo llegar antes.—No hace falta. —Ella negó con la cabeza y tomó una rebanada de jamón—. Esta es la última rebanada…—Déjame traerte más. —Alejandro se apresuró a recoger el platito vacío.Sin embargo, enseguida notó que no tenía idea de dónde podría haber más encurtidos. Revisó el refrigerador y nada.—Tal vez llame a Amy…—No.—Tranquila, no es problema… —insistió él.—Te dije que no. —La voz de Luciana se hizo más tajante; dejó su tenedor y lo miró con molestia—. ¿Por qué te empeñas en decidir por mí? ¿Puedo o no puedo opinar yo misma?Él comprendió que estaba molesta y, con resignación, volvió a dejar el plato en su sitio:—De acuerdo. Te escucho.Con un suspiro cansado, Luciana continuó comiendo en silencio hasta acab
—No necesitas saberlo —respondió Luciana, conteniendo el dolor mientras retiraba su mano.«¿No necesita saberlo?»Alejandro entornó sus ojos, esos ojos color miel que solían ser tan seductores:—Eres mi esposa, tienes la mano lastimada, ¿y dices que no necesito saber qué te pasó?—¿Y qué problema hay con eso? —contestó Luciana con una leve sonrisa, sin una pizca de calor en la voz—. ¿Acaso yo supe dónde estuviste esta noche, celebrando tu cumpleaños con tu… ex?«¿Ex?»Por un segundo, Alejandro se olvidó de su culpa para quedarse atónito. «¿Cumpleaños con mi ex?»Aprovechando su desconcierto, Luciana soltó el brazo y subió corriendo las escaleras.Cumpleaños.Alejandro se detuvo, con el ceño fruncido, recordando de pronto: «Claro, hoy es mi cumpleaños.»Se llevó la mano a la frente con frustración, sacó el teléfono y marcó un número:—Alex —contestó Simón desde el otro lado.—Contéstame algo —dijo con voz tensa—. ¿Sabías que Luciana quería darme una sorpresa por mi cumpleaños?—Sí.—¿En
Probablemente, desde el principio, había pensado celebrarlo con Mónica. «Bien», se dijo, «será mejor no volver a tomarme tantas molestias. Él no lo necesita, yo hago el esfuerzo y al final solo termino humillándome.»Acostada en la cama, apagó la luz, dispuesta a dormir. De pronto, escuchó un leve ruido en la puerta, como si alguien estuviera maniobrando la cerradura. Se incorporó de inmediato.Tal como temía, la puerta se abrió; la luz inundó la habitación. Alejandro entró y, sin mirar atrás, lanzó una llave sobre el sofá con indiferencia. Luciana se quedó atónita. Había olvidado que esta era su casa, y obviamente él tendría una llave de cada puerta.Alejandro avanzó hasta llegar junto a la cama y, sin pedir permiso, se sentó en posición de loto sobre el colchón.—¿No me dejas entrar? ¿Entonces dónde se supone que voy a dormir? Esta es nuestra habitación… la mitad es mía.Luciana lo miró un par de segundos, asintió con la cabeza y se levantó:—Entonces tú te quedas aquí, yo me voy a l