—¿Qué? —Alejandro bajó la vista, confundido. Era una delgada tarjeta, una que le resultaba vagamente familiar.—Es la tarjeta secundaria de tu cuenta —le explicó Luciana, sonriendo con suavidad mientras se la entregaba—. Quería dártela hace tiempo, pero como casi no la usaba… y ahora hasta el celular es suficiente. En fin, se me estaba olvidando otra vez, ¡menos mal que no te habías ido lejos!Dicho esto, retrocedió un paso, saliendo de su abrazo.Alejandro sintió cómo su expresión se endurecía. Su mirada se clavó en la tarjeta y su voz apenas disimulaba el impacto.—¿Corriste hasta aquí solo para esto?—Sí —respondió ella, recobrando la respiración—. Solo quería devolvértela.Lo decía con cierta vergüenza, pero para Alejandro el mensaje era claro: Luciana estaba soltando, pieza a pieza, los lazos que la conectaban a él. No quería ni siquiera esa pequeña parte de su mundo.—Bueno, tengo que irme a preparar mi clase —dijo Luciana, esbozando una ligera sonrisa y levantando la mano en un
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de
Dentro de la habitación, Pedro estaba desplomado en una silla, vestido con su uniforme de paciente, pero completamente cubierto de sopa. No solo eso, su cabello estaba empapado de caldo, con arroz y verduras pegados a su cabeza, al punto de que su rostro era casi irreconocible.Una mujer de mediana edad, la cuidadora, sostenía una cuchara, y con violencia intentaba forzarla en su boca.—¡Come! ¡Vamos, traga, inútil! ¡Ni siquiera puedes abrir la boca! ¡Eres peor que un cerdo!De repente, alguien tironeó su cabello hacia atrás con tal fuerza que la mujer soltó un grito que se asemejaba al chillido de un cerdo herido.—¡¿Quién diablos eres tú?! ¡Suéltame!—¿«Quién soy yo»? —Los ojos de Luciana ardían de furia, y todo su ser emanaba una furia contenida—. ¡Eres un pedazo de basura que solo sabe escupir veneno! ¡Te atreves a maltratar a un niño, a golpearlo! ¡¿Crees que su familia está muerta?!Luciana intensificó la presión en su agarre, haciendo que la cuidadora sintiera que su cuero cabel
Guiada por una intuición inquebrantable, Luciana se dio la vuelta justo a tiempo para presenciar la escena. En la puerta de la casa de los Herrera, Mónica emergió, radiante tras haberse cambiado de ropa y retocado el maquillaje.Un coche elegante aguardaba frente a ella. La puerta se abrió, y Alejandro bajó con un ramo de flores en la mano, unas rosas rojas y brillantes, símbolo de un amor apasionado.—Qué hermosas —comentó Mónica, tomando el ramo y esbozando una sonrisa encantadora mientras enlazaba su brazo con el de Alejandro.Con un gesto caballeroso, Alejandro le abrió la puerta del coche y la ayudó a subir antes de que ambos se marcharan juntos. Mientras el coche pasaba junto a ella, Luciana se dio la vuelta con rapidez, como si quisiera escapar de la realidad que acababa de presenciar.Su corazón latía con fuerza, una mezcla de dolor y furia acumulándose en su pecho. Entonces, todo encajó. La cita tan importante de Mónica esa noche… ¡era con Alejandro!Alejandro le había mencion