Capítulo 228
Para él, no había límites: si era necesario ir al cielo o al fondo del mar, lo haría, siempre y cuando Luciana pudiera comer algo.

Aquella mañana, Luciana había mencionado con nostalgia que tenía antojo de cerezas. Sin pensarlo dos veces, Fernando condujo dos horas hasta un campo de cultivo en una ciudad vecina. Allí, bajo el sol, las recogió personalmente, seleccionando solo las más frescas y maduras.

De regreso, manejó otras dos horas con una única misión en mente: entregarle las cerezas recién cortadas a Luciana. Al llegar a la puerta del apartamento de Martina, cargaba con una canasta rebosante de fruta.

—¡Wow! —exclamó Martina, impresionada—. ¡Qué frescas están!

Las cerezas, grandes, rojas y relucientes, aún tenían gotas de rocío en su superficie. Luciana, parada cerca, las observaba con los ojos brillantes y tragaba saliva casi sin darse cuenta.

—Voy a lavarlas para ti, no te muevas de ahí, ¿eh? —dijo Martina con una sonrisa, guiñándole un ojo antes de dirigirse a la cocina.

—Mhm
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