La primera sensación al sostenerla fue un golpe en el pecho: «¿Por qué estaba tan delgada?»Luciana siempre había sido menuda, pero ahora parecía que el viento podría llevársela.No había tiempo para preguntas. Lo urgente era ocuparse de ella.—¿Traes azúcar? ¿Algún dulce? —preguntó, su voz tensa con preocupación.Luciana apenas logró asentir, débil. Con esfuerzo, abrió la boca y señaló una pastilla que ya tenía en su interior.¿Azúcar y aún así se siente así de mal?El rostro de Alejandro se oscureció. Sin pensarlo dos veces, la levantó en brazos.—No… —Luciana intentó protestar, pero su voz apenas fue un susurro—. Bájame…Su resistencia era tan débil que parecía insignificante.—¿Vas a decirme otra vez que no quieres aceptar la ayuda de un desconocido? —su voz tenía un tono frío, teñido de sarcasmo.Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio. No dijo nada, pero su silencio fue suficiente respuesta.—Luciana Herrera —pronunció su nombre completo con severidad—. ¿Qué clase de persona cr
—De acuerdo, haremos como dices.—Enfermera, por favor, proceda con la infusión. —Alejandro se apartó para dejar espacio y salió de la sala, marcando el número de Fernando.Esperó. Una vez. Dos veces.Cuatro intentos y ninguna respuesta.Frustrado, dejó el teléfono a un lado y regresó a la sala de infusiones. Para entonces, la enfermera ya había terminado de colocar la vía intravenosa, y Luciana yacía tranquila en el sillón, su respiración apaciguada pero su expresión todavía cansada.Cuando lo vio entrar, preguntó con voz apagada:—¿Te vas ahora?Alejandro dejó escapar una risa seca.—Lo siento, todavía no.Levantó el celular como si eso explicara todo.—Tu Fernando no contesta.Luciana parpadeó, sorprendida. Abrió la boca, pero solo logró murmurar:—Tal vez... está ocupado.—Seguramente. —Alejandro asintió con una calma calculada.La sala estaba fría. El aire acondicionado seguía funcionando, y los sillones no tenían mantas. Sin decir una palabra, Alejandro se quitó la chaqueta y la
Era fin de semana.Como de costumbre, Luciana fue al sanatorio a visitar a Pedro.—La hermana de Pedro —dijo la enfermera con una sonrisa al verla entrar—. Hoy viniste muy temprano.—Terminé mi internado —respondió Luciana con naturalidad.—Aun así, hay alguien que llegó antes que tú.Luciana arqueó una ceja, intrigada.—¿Quién?La enfermera se inclinó ligeramente, como si compartiera un secreto.—Ese señor que vino la vez pasada. Dijo que es… tuyo y de Pedro. Su padre.El semblante de Luciana cambió al instante. Sus labios se tensaron y su ceño se frunció.Otra vez Ricardo.¿Qué estaba tramando ahora? ¿Por qué esa insistencia reciente?—Ah, y una cosa más… —La enfermera la tomó del brazo y susurró:— Preguntó sobre la evaluación del Instituto Wells para Pedro.El peso de esas palabras cayó sobre Luciana como un golpe inesperado. Sus ojos se entrecerraron mientras un millar de pensamientos cruzaban su mente.—Gracias por avisarme.—No hay de qué.Tras despedirse de la enfermera, Luciana
Era imposible. ¿Ese hombre, que había desaparecido cuando más lo necesitaban, ahora ofrecía ayudar?Ricardo la observó, dejando escapar otro suspiro, esta vez más profundo.—Dije que yo pagaré lo necesario para que Pedro vaya al Instituto Wells.Luciana lo miró, buscando algún rastro de burla o falsedad en su expresión, pero no encontró nada.—¿Por qué? —preguntó finalmente, con un nudo en la garganta.—¿Por qué? —repitió Ricardo, como si la pregunta no tuviera sentido—. Soy su padre. ¿Acaso necesito una razón para ayudar a mi hijo?Esa respuesta encendió algo en Luciana. Las palabras de Ricardo parecían resonar con una ironía cruel.¿No necesita razones?Entonces, ¿quién fue el que cortó los fondos para el tratamiento de Pedro, dejando a su propia hija al borde del colapso?—No te creo —dijo con frialdad, cruzándose de brazos.Pero Ricardo no respondió de inmediato. En lugar de eso, cambió de tema con un tono que parecía calculado:—Mi cumpleaños se acerca. Espero que puedan venir.—¿
El auto se detuvo frente a Luciana. El cristal de la ventana bajó lentamente, y Sergio asomó la cabeza con una sonrisa relajada.—Luciana, ¿a dónde vas? Súbete, te llevo.Luciana lanzó una mirada fugaz al asiento del copiloto y se quedó desconcertada. Alejandro estaba sentado allí, inexpresivo. ¿Qué hacía él en el asiento del acompañante? Algo no cuadraba.—No, gracias, no hace falta —respondió rápidamente, sacudiendo la cabeza. Subirse al auto de Sergio solo complicaría más las cosas.—Anda, súbete. —Sergio insistió, con un tono ligeramente burlón—. ¿O quieres que baje a abrirte la puerta?—No… —Luciana estaba a punto de negarse de nuevo, pero los murmullos a su alrededor la interrumpieron.—¡Oye! ¿No ves que estás bloqueando la parada del autobús? —se quejó alguien detrás de ella.—¡Eso! ¡Mueve ese carro de ahí! El autobús no puede pasar.—¡Vaya, es un Bentley! ¿Y no se sube?—Bah, qué ridículo. ¡Solo quieren llamar la atención!Los comentarios crecieron en volumen y molestia. Cada p
Ella debía tener una vida de lujos, no esto.Y ahora... esto.***En el auto, Sergio notó de inmediato el aura sombría que envolvía a Alejandro. Parecía perdido, como si algo hubiera robado su espíritu.—Primo... —aventuró Sergio con cautela.—Sergio. —La voz de Alejandro sonó distante mientras su mirada permanecía fija en algún punto frente a él.—Piensa en algo... algo que pueda mejorar la vida de Luciana.Sabía que darle dinero directamente no funcionaría; ella no lo aceptaría. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Tenía que haber una forma, aunque fuera mínima, de ayudarla a vivir un poco mejor.Alejandro apretó los dientes, un gesto cargado de amargura.¿Cómo había podido pensar alguna vez que Luciana era una mujer superficial, interesada únicamente en el dinero?Qué absurdo había sido.***Luciana regresó al departamento de Martina y, más tarde, recibió una llamada de Delio.—Delio.—Luciana, ven mañana por la mañana al departamento. Necesito hablar contigo.—Está bien.La
En la puerta de la oficina del director Delio, Luciana marcó el número de Sergio.—Luciana.—Sergio.Mordiéndose el labio inferior, se armó de valor para hablar:—¿Puedo hablar un momento con Alejandro?—Claro, él está aquí.En menos de dos segundos, se escuchó otra voz al otro lado de la línea.—¿Sí? —respondió Alejandro con un tono distante—. ¿Qué quieres?Luciana fue directa:—¿Es idea tuya que me integren al equipo del proyecto cardiopulmonar?Era una pregunta directa, pero sabía que si era cosa de él, lo entendería de inmediato.Del otro lado, Alejandro guardó silencio por un par de segundos antes de responder:—Sí.Luciana cerró los ojos un momento. No le sorprendía, pero aun así, no sabía cómo reaccionar. Su silencio provocó un tono burlón en la voz de Alejandro.—Luciana, ¿acaso piensas rechazarlo solo porque fue mi idea?Ella siguió callada. Lo cierto es que tenía esa duda en la cabeza.—¡Qué estupidez! —espetó Alejandro con un tono bajo pero lleno de reproche—. ¿Sabes lo que
Dicho esto, miró a Bruna de reojo, con intención.—Yo pienso que Bruna sería perfecta. Pero, en fin, parece que mi hijo no tiene esa suerte.Bruna reaccionó de inmediato.—Tía, por favor, no diga eso. Me hace sentir muy mal.Victoria no se rindió y tomó las manos de Bruna con expresión suplicante.—Bruna, la última vez que tú y Fernando fueron juntos al teatro, ¿qué pasó después? Dime, ¿qué fue lo que no te gustó de él?—Pues… —Bruna se quedó sin palabras, claramente incómoda.La verdad era que, aquella vez, ella y Fernando habían acordado una excusa. Tras la obra de teatro, cada uno le diría a sus respectivas familias que Bruna había sido quien no se había interesado en él.Era una forma de proteger la dignidad de Bruna.Fernando, siendo hombre, no le dio mucha importancia.Pero lo que no esperaban era que Victoria volviera a sacar el tema.Bruna lanzó una mirada rápida hacia Fernando antes de responder, con palabras vacilantes:—Tía, Fernando no tiene nada de malo, pero… no nos conoc